El país requiere soluciones urgentes, de todo tipo. La lista de problemas es por demás amplia. De la inseguridad a la gobernabilidad. De la pobreza al cambio climático.
Sólo hay dos coaliciones, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, como opciones de poder y con capacidad de aportarlas, aunque ello no siempre se traduzca en adhesiones electorales.
Como dijimos alguna vez, si la transición democrática se caracterizó por el bipartidismo, nuestro tiempo está marcado por el bicoalicionismo.
Estas coaliciones se han posicionado como antitéticas: sus identidades se definen por la negativa. Un bloque se opone a todo lo que pueda referenciarse como “el macrismo”. El otro, a todo lo que pueda caratularse como “el cristinismo”. La vinculación entre ambos fue bautizada como “la grieta”: no hay unión posible, sino una separación significativa; hay desacuerdos, distancias. De allí se deriva el comportamiento de ambos grupos: quien habla define a los propios como los buenos y los inviste con todos los valores positivos imaginables, al tiempo que caracteriza a los otros como los malos, portadores de todos los valores negativos.
Esa articulación interna por la negativa les sirve por igual a ambos sectores para hacer su negocio electoral. Pero no resuelve los problemas del país. Entonces, la sociedad muestra señales de desorientación. Tal vez quienes se abstuvieron de votar el domingo de las elecciones generales, así como quienes decidieron apoyar a candidatos antisistema, ya habían votado por ambos bloques en los últimos años y luego se sintieron igualmente defraudados por los dos.
Puede haber, entonces, un segmento importante del electorado dispuesto a apoyar a una tercera fuerza. Esta conjetura puede estar detrás del objetivo que se han autoimpuesto el gobernador de Córdoba Juan Schiaretti de intentar armar una nueva alternativa o lo que viene intentando el ahora diputado Florencio Randazzo. De todos modos, habría que recordarle que en los últimos 25 años todos quienes lo intentaron fracasaron: por citar unos ejemplos, de Carlos “Chacho” Álvarez a Roberto Lavagna, y de Hermes Binner a Margarita Stolbizer.
En última instancia, generar una alternativa de poder a las vigentes no implicaría, en sí mismo, la superación de la grieta. Para ello hace falta que las dos coaliciones se animen a definirse positivamente, a partir de la discusión de un programa de gobierno y su consiguiente visión de país, aun cuando ello implique perder algún componente interno.
Si entre las piezas del sistema político hay una grieta, no hay diálogo ni consenso posibles. Por el contrario, hay intransigencia y desconfianza. Más temprano que tarde, los halcones se imponen a las palomas. Los unos se anulan a los otros. Y en esa ecuación, que suma cero, los únicos que se benefician son los actores que interpretan el discurso antisistema. En otras palabras, la deslegitimación de la política. Ya pasamos por esa penosa etapa hace 20 años.
La democracia es deliberativa porque los representantes políticos se prestan a la discusión pública de ideas, no de personas. Esa es la única vía para que una sociedad encuentre la mejor solución posible a sus problemas.