La primera prioridad en las severas tormentas de verano, es que las personas no sufran las consecuencias de la naturaleza. En cambio, en cada uno de estos fenómenos, que probablemente se sigan produciendo en el mes en curso y en febrero, los que preocupan son los árboles que no tienen buena sanidad ni un crecimiento armónico, y constituyen un peligro para los seres humanos, las instalaciones en general (luz, principalmente), los daños en viviendas y en automotores que quedan a la intemperie.
Los ejemplos de daños ocurridos por estas circunstancias son diversos, principalmente en los departamentos del Este.
Se puede citar, a modo de ilustración que días pasados un árbol de buen porte se quebró a la mitad en la Peatonal Sarmiento. No hubo víctimas, afortunadamente, pero el peligro existió.
Coincidimos con quienes afirman que hay que hacer un triaje o selección de riesgos, es decir, clasificar a los ejemplares del arbolado público que necesitan atención urgente, ya que corren el riesgo de caerse.
El estado ideal sería que esa clasificación ya estuviera hecha y la reposición de los ejemplares dañados estuviera en ejecución, con la obligatoria reposición de uno por uno o en mayor cantidad, si fuera posible.
Vientos fuertes y tormentas de distinta envergadura nos seguirán acompañando y por eso cuando más rápido procedamos para alejar factores de riesgo, el desplome de un forestal enfermo, beneficiará a toda la comunidad. Los árboles pueden reponerse, las vidas humanas no.
Por lo pronto no hay datos fidedignos sobre cuántos podrían ser los forestales de la vía pública que presenten algún tipo de riesgo.
El Censo del Arbolado Público que ya se realizó y ahora está en etapa de procesamiento de datos, dará un panorama más claro sobre la realidad del bosque que nos caracteriza.
Por lo pronto, se sabe que en el Gran Mendoza hay 20.567 árboles muertos o secos, sobre un total de 582.603, cuya situación debe ser resuelta por la intervención de equipos especializados antes que pierdan estabilidad.
Por eso, insistimos que hay que planificar la supervivencia de los que conservan vida vegetativa, un tesoro a defender y restablecer los ejemplares caducos. ¿Cómo? Una instancia sería crear una gran mesa de trabajo integrada por representantes de agencias oficiales, provinciales, municipales y nacionales con incumbencias en el tema, organizaciones académicas, uniones vecinales y medios de información pública.
Difundir los resultados del censo forestal realizado, a fin de que las comunidades de cada barrio conozcan el estado en que se hallan sus árboles, señalando los que deben ser erradicados por razones de seguridad.
Asimismo, hay que estudiar y diseñar un nuevo sistema de riego de los forestales, que incorpore técnicas modernas de máxima eficiencia en las prestaciones, como riego por goteo mediante cañerías de bajo costo, usadas en barrios privados y espacios parquizados.
Volver a jerarquizar los viveros provinciales y municipales, dando preferencia a la producción de especies autóctonas de bajo requerir hídrico.
Asignar los recursos presupuestarios necesarios para la reconversión del sistema de riego, la producción de ejemplares autóctonos y el gasto de personal encargado de la poda, reforestación y vigilancia del estado del conjunto de la forestación urbana.
Seguramente hay otros argumentos que han dado contenido a las diversas notas que se han difundido durante estos días de turbulencia climática, pero la provincia debe hacer los mayores esfuerzos para salvar al aliado vegetal, sin el cual la vida en nuestro medio sería poco menos que imposible.
