La anunciada llegada de Sergio Massa a la jefatura del Ministerio de Economía de la Nación parece haber sido el recurso máximo al que accedió el oficialismo para intentar frenar la tremenda crisis económica que soporta la Argentina. El nombre del referente del Frente Renovador ya había estado presente en aquel caótico fin de semana que terminó con la designación de Silvana Batakis al frente del Palacio de Hacienda.
Nunca se supo fehacientemente si Massa salió en aquel momento de escena por decisión propia o por voluntad del Presidente y su vice. O si se trató sólo de una estrategia suya para esperar el momento oportuno a fin de saltar a lo más alto de la escena, como parece hacerlo en las actuales circunstancias.
Sí quedó claro una vez más en aquel tenso fin de semana que el gobierno nacional seguía paralizado por su propia crisis interna, dejando la sensación, confirmada en los hechos, de que sus decisiones no eran capaces de salir a sofocar el clima caldeado que soporta la sociedad argentina por culpa de la falta de políticas claras en lo económico, productivo y social. Además, la opacada figura presidencial sólo aportó al convencimiento generalizado de contar con un gobierno incapaz de hallar estrategias idóneas para encontrar la salida al laberinto de una economía sin conducción ni orientación clara.
La misión a encarar por la nueva “megaconducción” económica no es menor. Deberá tender a bajar la inflación y controlar a la vez el gasto público, para que se pueda comenzar a creer en un avance en la marcha del Gobierno.
La llegada de Sergio Massa, y del equipo que promete presentar en breve para que lo secunde, fue forzada en el tiempo por la escalada del dólar, que tuvo su momento más tenso en coincidencia con la visita de la ahora ex ministra Silivina Batakis a Estados Unidos para intentar garantizar credibilidad en los planes de la Casa Rosada. Pero tampoco se puede obviar el día a día de una inflación cada vez más agobiante para los argentinos y, en el plano internacional, un índice del denominado riesgo país que hace volar por el aire cualquier expectativa de inversión seria para nuestro país.
La corrupción en la función pública, otro flagelo que repercute en la vida de cada argentino, también forma parte del cóctel explosivo de la decadencia nacional. Enhorabuena, por lo tanto, la reanudación de juicios como el de la llamada causa de Vialidad, que involucra a la actual vicepresidenta del país en casos de la provincia de Santa Cruz. La sociedad merece que se sepa la verdad, sea cual fuere el resultado que arroje el accionar judicial.
La Argentina vive horas dramáticas no sólo en lo económico. El deterioro social es constante y alarmante, mientras que el nivel de la dirigencia no pasa de una anodina medianía. Poco se puede esperar cuando la conducción política del Estado se encuentra en forma mayoritaria en manos de dirigentes ineptos y faltos de actitud, que en muchísimos casos sólo privilegian sus propios intereses dando la espalda a las necesidades de 45 millones de argentinos que deberían confiar en ellos.
La sociedad en general está muy enojada y básicamente escéptica hacia sus dirigentes políticos. Se necesitará mucho esfuerzo para variar estas negativas percepciones.