En tiempos muy difíciles para los hogares humildes del país siempre es justo reconocer la solidaria labor de las mujeres que cocinan y atienden los comedores comunitarios, personas que desafían una dura realidad.
Esas mujeres merecen el constante reconocimiento por los servicios que prestan a la sociedad. Así lo destaca una porción muy grande de la ciudadanía.
Al respecto, resulta propicio tener presente el pensamiento de la Iglesia argentina, representada, por citar un ejemplo, en el obispo de San Justo (provincia de Buenos Aires), monseñor Eduardo García, cuando en una misa en su jurisdicción, dijo que “el fuego calienta desde abajo, las cosas grandes vienen desde abajo, desde los pequeños gestos, como estas hermanas nuestras que día a día ofrecen su vida”. Lo dijo en alusión a las mujeres que atienden a personas en situación de pobreza.
En la misma ceremonia, el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Oscar Ojea, expresó: “Este homenaje es para las cocineras que alimentaron a cientos de miles de personas en la pandemia y que hoy se encuentran al frente de todos los comedores en la Argentina”. Hizo referencia el mencionado obispo al camino que se abrió con motivo de la crisis por el coronavirus y que tuvo continuidad hasta la actualidad.
Las posiciones de los dos prelados seguramente son compartidas en otros ámbitos de la vida nacional. Tienen el sentido de una advertencia y un amparo al trabajo solidario y humanitario que se realiza en las amplias barriadas argentinas, situación que también se replica en Mendoza.
Esa presencia y servicio hacia los humildes está impidiendo que los barrios pasen a ser dominados en un gran porcentaje por organizaciones de narcotraficantes u otros delincuentes que pululan por nuestras calles.
La solicitud de los religiosos, por otra parte, está dirigida a que no dejemos solas a estas mujeres que semanalmente auxilian a chicos y adultos proporcionándoles colaboración, comprensión y el alimento. En pocas palabras, “que no se nos pegue la globalización de la indiferencia”. Según se escuchó por boca de uno de los referentes eclesiásticos citados. Todo esto en consonancia con la esperanza de que, en el comienzo de un invierno que se insinúa como muy riguroso, se pueda asegurar la llegada de comida a todas las familias que lo necesitan.
Al finalizar la misa que comentamos en esta oportunidad, monseñor Ojea, acompañado por otros obispos, bendijo las manos y la vida de las mujeres que fueron honradas en la celebración.
Las cocineras de los comedores que estaban presentes recibieron, como símbolo de unidad y hermandad, una banda con los colores de la bandera argentina.
Como hemos señalado en este espacio de opinión en muchas oportunidades, en especial cada vez que se abordó la mirada con respecto a los pobres, debe tenerse presente la presencia y diagnóstico certero de la situación social que las organizaciones religiosas tienen, generalmente, en la mayor parte del país.