Nuestra siempre imprevisible política exterior

Lamentablemente, la Argentina ha hecho de su defensa a gobiernos que relativizan cada vez más al sistema democrático una característica de su política internacional, postura en gran medida impulsada no sólo por cuestiones ideológicas, sino, fundamentalmente, por la delirante estrategia de atacar el normal funcionamiento de las instituciones a fin de evitar que salgan a la luz actos de corrupción en el ejercicio del poder

Nuestra siempre imprevisible política exterior
Santiago Cafiero en la Cumbre de la Celac. Twitter

En más de una oportunidad, desde este mismo espacio se ha criticado la política de relaciones exteriores del actual gobierno nacional por su excesiva tolerancia con regímenes autoritarios de nuestra región, especialmente.

Probablemente, esa postura la adoptó la presidencia de Alberto Fernández con el propósito de ejercer un liderazgo regional que ayudara a trascender a países americanos aislados de la comunidad internacional por los efectos de sus políticas dictatoriales.

En esta línea la Argentina se situó en la reciente cumbre de la Celac, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, realizada en Buenos Aires. Por ello el presidente Fernández respaldó, y esperó en vano, la presencia del líder venezolano Nicolás Maduro y resaltó la participación del sucesor de los Castro en Cuba, Miguel Díaz-Canel.

Como ya ocurriera en otros eventos internacionales, el jefe del Estado argentino fue muy enfático con su respaldo a los regímenes autoritarios vigentes en aquellos países, donde los principios republicanos no existen.

En tono condenatorio, dijo en su alocución que “la democracia está en riesgo” por culpa de “sectores de ultraderecha que se han puesto de pie y amenazan a nuestros pueblos. No podemos permitir que pongan en riesgo la institucionalidad”. Lo expresó, en parte, por el intento de golpe en Brasil contra el presidente Lula Da Silva atribuido a sectores identificados con Jair Bolsonaro. Pero también puso como ejemplo “destituyente” al llamado “lawfare”, con el que el kirchnerismo atribuye actitudes desestabilizantes a sectores políticos, judiciales y mediáticos unidos. Postura que días después fracasó rotundamente ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.

Por otra parte, el gobierno argentino celebró la presencia en la cumbre de Lula Da Silva como flamante presidente de Brasil, quien, además, adelantó su llegada para cumplir con la promesa de visitar la Argentina como primer destino del nuevo mandato que ejerce.

Sin embargo, Lula Da Silva fue muy cauto a la hora de expresarse sobre política regional. Debe tenerse en cuenta que el presidente brasileño encabezó, desde su ideología de centroizquierda, una amplia coalición de un amplio arco ideológico con la que logró desalojar del poder al controvertido Bolsonaro. Y apeló al acuerdo político para encabezar una gestión que pretende que su país acelere el ritmo económico y fortalezca su posicionamiento internacional.

Una actitud de Lula Da Silva que probablemente haya decepcionado un poco las expectativas kirchneristas, silenciadas, en buena parte, por la ayuda financiera para importaciones argentinas que prometió el país vecino durante un año.

El presidente brasileño sabe que su país es referencial para la región y el futuro del Mercosur y que la política de consenso es la única que le servirá para consolidarse en el mundo desarrollado. Por algo, en pocos días más será recibido en Washington por el presidente Biden, cumbre bilateral que aún no consiguió el argentino Alberto Fernández.

Lamentablemente, la Argentina ha hecho de su defensa a gobiernos que relativizan cada vez más al sistema democrático una característica de su política internacional, postura en gran medida impulsada no sólo por cuestiones ideológicas, sino, fundamentalmente, por la delirante estrategia de atacar el normal funcionamiento de las instituciones por el sólo hecho de que salgan a la luz actos de corrupción en el ejercicio del poder comprobados entre sus referentes.

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