En la semana se confirmó que la vacuna rusa Sputnik V posee una altísima eficiencia contra el coronavirus. El dictamen de la prestigiosa revista científica internacional The Lancet fue contundente. Se trata de una publicación que, por sus características y alcance, toma su debido tiempo para evaluar y constatar la eventual eficiencia de un producto medicinal antes de dar su opinión.
En realidad, quienes en nuestro país no cayeron en la tentación política de pulsear sobre la calidad de esa vacuna nunca dudaron de la misma. Rusia tiene muchos antecedentes, históricos, en cuanto a aportes científicos.
El problema para la opinión pública radicaba en el hermetismo con que se manejó la negociación con el gobierno de Vladimir Putin, encargado, personalmente, de las negociaciones por el medicamento con otros países.
Además es del todo razonable que los científicos y los que se referencian en ese modo de pensar, tengan pruebas de la validez de cada vacuna, más allá de lo que diga el gobierno.
Por otra parte, las autoridades argentinas también se prestaron al juego de las especulaciones, no necesariamente por ineficiencia (sería irresponsable a priori esa calificación) pero sí por ideas y vueltas y dudas que partieron de los propios funcionarios del área de Salud de la Nación en más de una oportunidad.
A esto debe sumarse cierto triunfalismo desde el oficialismo cada vez que se anunció algún indicio de negociación con laboratorios extranjeros desde que la vacuna vio la luz (no olvidar el resonante acuerdo promocionado el año pasado con AstraZeneca y Universidad de Oxford) y, recientemente, cuando se tildó de misión patriótica el primer vuelo de Aerolíneas Argentinas para traer al país la primera, y módica, primera tanda de vacunas rusas.
Está claro que el abastecimiento de inmunizadores en el marco de la dramática campaña mundial contra el virus preocupa a todos los países del mundo en mayor o menor medida. Pero también es evidente que la Argentina ha quedado un tanto relegada en la administración de las primeras dosis si se compara con vecinos de la región que optaron por proveerse con lo que también ya se conocía en cuanto a calidad probada.
En todo ese contexto, la decisión oficial de empezar a administrar la vacuna Sputnik V en todo el país sin una certificación fehaciente a nivel internacional generó un atendible escenario de dudas y sospechas.
Es verdad que desde la oposición política hubo críticas e ironías discutibles, pero también se realizaron desde esa posición advertencias que se sustentaban, justamente, en la intranquilidad generada por el suministro anticipado de la Sputnik V.
¿Qué llevó al Gobierno a esa anticipación tan precipitada? ¿Había real certeza de lo que en algún momento evidenció la revista científica que avaló a la vacuna? ¿O fue una suerte de salto al vacío en medio de la urgencia por salir al cruce del virus de una vez por todas? _Todas dudas y sospechas absolutamente legítimas.
Pero más allá de las responsabilidades concretas, lo más lamentable es que quienes representan a la ciudadanía, tanto desde el oficialismo como desde la oposición, se prestan una vez más a la eterna disputa que tanto daño hace a los argentinos.
Transformar la política sanitaria de vacunación contra el coronavirus en otro Boca-River habitual en la vida pública de la Argentina desalienta más y más a quienes esperan que algún día nuestro país sea un sitio en el cual creer.