El drama de la pobreza infantil no siempre es considerado con la urgencia que merece. Una cruel realidad en la Argentina como consecuencia del empobrecimiento creciente de un sector de la población. Lo más grave es que los índices específicos generalmente demuestran que hay más menores en esa situación que mayores.
Se trata de una realidad que responde, obviamente, al desamparo al que inevitablemente son sometidos los descendientes de personas que, también por estar en la pobreza, muchas veces no alcanzan a contemplar el modo de vida de los menores a su cargo.
En una reciente publicación, Los Andes daba cuenta de los índices de pobreza infantil en el país, destacando que en los últimos cuatro años (desde el primer semestre de 2019) no bajó de casi un 56%. La última medición es la del primer semestre del año pasado y llegó a 57,7%. Son datos previos a procesos devaluatorios producidos durante el gobierno anterior y en el arranque del actual. Es de destacar que previo a esas devaluaciones sólo en Mendoza había (primer semestre de 2023) más de 136 mil niños pobres.
Organizaciones internacionales interesadas y especializadas en este flagelo destacan puntualmente las principales consecuencias que deja la pobreza en niños y adolescentes tanto en el plano individual como para la sociedad con la que conviven.
El primer problema, tal vez el más grave, es el de la mortalidad temprana. Un aspecto que no debe constituir en una mera estadística, sino que debe transformarse en el disparador para las políticas que se pretenda encarar.
Otro aspecto es el de la mala calidad de salud, por la falta de nutrición adecuada y condiciones de vida muchas veces lamentables. Esto se traslada a un deterioro con consecuencias futuras para quienes crecen en dicho escenario.
La carencia de motivación conduce a la falta de educación. Están los que no concurren regularmente a la escuela o directamente están al margen del sistema educativo. Lo más lamentable es que las necesidades muchas veces llevan a los padres a aceptar que sus pequeños trabajen, aunque sea en las más precarias condiciones.
Otro punto a contemplar es el de la inevitable violencia a la que los infantes pobres se ven sometidos muchas veces por una mera cuestión de subsistencia. Violencia que en muchos casos conduce a la acción delictiva.
Todos estos datos deberían obligar a la comunidad en general a reflexionar sobre la magnitud del problema social generado. Y por ende a toda la dirigencia política, sin distinción partidaria, porque en gran medida todos esos sectores han sido responsables durante décadas del agravamiento de esta problemática.
No se trata solamente de un mejoramiento de la situación económica del país, que es deseada por todos. Lo que se debe buscar, a la par del repunte de la economía, es la contención social que necesitan tantos niños y jóvenes caídos en el desamparo, del que se debe ocupar el Estado, claro que sí, pero que tampoco admite indiferencia social.
Pensar en una Argentina pujante, que es de esperar que no sea en un futuro tan lejano, es pensar en una sociedad amplia y en igualdad de condiciones. Que esa pobreza dé paso a las ganas de hacer el bien y progresar.