Europa soporta periódicamente el grave problema de la corriente migratoria que, a través del Mediterráneo, llega desde países africanos en busca de refugio y una mejor calidad de vida.
En estos días el drama se instaló en España, cuando miles de marroquíes procuraron llegar a la Península Ibérica a través del enclave de Ceuta. Esta situación produjo un número importante de desaparecidos luego de un naufragio. En lo que va del año ya se ha producido la muerte de cientos de personas en esa zona, víctimas de su propia aventura.
Pero la invasión producida en los últimos días preocupó al extremo a las autoridades españolas, que pusieron en marcha un amplio operativo de seguridad y militar para evitar descontroles, pero siempre buscando dar una mínima contención a los migrantes. La Cruz Roja Internacional también salió al encuentro de la oleada.
La situación se reproduce periódicamente en Italia y otras zonas de Europa cercanas al Mediterráneo y más de una vez distintas organizaciones humanitarias internacionales han criticado a las autoridades de los países del Viejo Continente por su indiferencia hacia estas personas itinerantes.
El problema se reproduce en América, donde también es frecuente que adultos y niños de empobrecidas regiones del área central continental encaren verdaderas peregrinaciones que tienen como propósito el intento de ingreso a los países del Norte. En la mayoría de los casos, la marginalidad y el flagelo de la delincuencia, la droga y la trata de personas movilizan a esta gente a buscar horizontes más apacibles y prósperos. Y hay casos puntuales en los que no es sólo el empobrecimiento es el que motiva la partida de la gente, sino también la persecución política y social y la falta de oportunidades por el avance de regímenes dictatoriales que sólo buscan favorecer al poder y sus allegados, como ocurre en Venezuela.
Desde el inicio de su pontificado, el papa Francisco expresa periódicamente su preocupación por la dramática situación y reclama de las autoridades civiles la búsqueda de soluciones. “El mundo actual es cada día más elitista y cruel con los excluidos”, sostuvo el jefe de la Iglesia hace varios años con motivo de la celebración de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado.
El Papa destaca sobre el tema que “no podemos ser indiferentes a la tragedia de las viejas y nuevas formas de pobreza, al sombrío aislamiento, el desprecio y la discriminación”. Supo realizar una fuerte y similar interpelación también con motivo de aquella jornada mundial celebrada durante 2019. Hizo un llamado de atención “a los países que producen armas para guerras luchadas en el extranjero y que luego se niegan a recibir a refugiados que huyen de los mismos conflictos”. En verdad, se dan muchísimos casos de personas que buscan un lugar seguro en otras tierras escapando de la crueldad de las guerras.
Sin ninguna duda, se trata de un drama que se potencia día a día en un mundo cada vez más insensible a las necesidades de las poblaciones pobres, o empobrecidas por la ceguera voluntaria de muchos gobernantes.
No se trata sólo de exigir más sensibilidad de los que más tienen, postura totalmente válida, sino, especialmente, salir al cruce de las desigualdades que originan el actual drama de la pobreza y la migración, de las cuales seguramente hay múltiples culpables.