Entre los productos cuyos aumentos de precios repercuten en los presupuestos familiares, figuran en un lugar de preferencia los medicamentos.
Por citar una tendencia, hay remedios que los propios farmacéuticos admiten que tienen una dinámica alcista casi semanal.
Son los coletazos de una inflación que el Gobierno nacional no ha podido encarrilar y de formadores de precios a los que no les tiembla el lápiz a la hora de actualizar dividendos.
También, una costumbre arraigada en muchos comerciantes minoristas (no sólo del ámbito farmacéutico) que anteponen argumentos falaces para remarcar.
Uno de ellos es la necesidad de “cubrirse” frente a futuros incrementos. Así, la temida maquinita funciona a ritmo casi diario.
Pese a todo, en octubre hubo subas que no llegaron a superar la inflación de ese mes.
Hubo oscilaciones de costos según el rubro de medicamentos, aunque en líneas generales se trata de una problemática que aflige a los sectores menos favorecidos de la población.
Entre ellos, los jubilados y pensionados que cobran haberes que no alcanzan a cubrir una canasta básica.
O de pacientes que por distintas razones se quedaron sin el soporte indispensable de una obra social.
En medio de todo, no se conoce en la práctica los efectos deseados del acuerdo que cerró la administración nacional con los laboratorios, tendiente a fijar valores que no superen la inflación.
Todo se desarrolla en medio de la incertidumbre que genera una política economía inestable y sin rumbo, al menos en el corto y mediano plazo.
Los mostradores y las cajas de las farmacias son una muestra palpable del malhumor social, cuando no del estupor, cada vez que se debe abonar un remedio.
Son las variaciones que no permiten al público en general tener certezas de lo que van a abonar en relación con la última compra de la misma mercadería.
El fenómeno inflacionario se replica más allá de las farmacias. Es una constante en almacenes de barrio y en góndolas de los supermercados.
Se podría inferir que es el fracaso de un acuerdo de precios (en el que ahora se insiste con los llamados “precios justos”) que como mínimo auxilie a los grupos más pobres y a los miles de hombres y mujeres que, en materia de generación de recursos, quedaron a la deriva del sistema tras la pandemia del coronavirus.
El acceso a la atención de la salud es un derecho. Y los fármacos son parte de la prevención y de la terapia medicinal de la población.