Un clima de enorme tensión se instaló en el escenario político nacional desde hace varias semanas. La polémica sobre la conveniencia de la prolongada cuarentena por la pandemia e iniciativas controvertidas del Ejecutivo, como la reforma judicial, aportaron al enrarecimiento del humor social, enmarcado por los constante choques y agresiones verbales entre oficialistas y opositores.
El problema se agrava cuando el agravio parte desde los más encumbrados ámbitos de poder. El domingo 23, el Presidente comentó que el 19 de marzo, un día antes del inicio de la cuarentena estricta, tuvo una conversación telefónica con Mauricio Macri y éste le habría sugerido que no cerrara la economía y que por el avance del coronavirus “muera el que tenga que morir”. Esta supuesta afirmación fue rápidamente desmentida por Macri. Alberto Fernández ya había expresado su malestar por la contundencia de la marcha ciudadana del lunes 17, convocatoria que también respaldó el ex Presidente desde Europa.
Llamó la atención que Alberto Fernández esperara cinco meses para dar a conocer parte del contenido de aquella charla telefónica con su antecesor. Por otra parte, se supone que una conversación de esas características es privada, independientemente de que Macri haya dicho o no lo que sostuvo el titular del Ejecutivo. La gente ya sabe que Fernández sostiene que de la economía en mal estado se vuelve, pero de la muerte no. Lo ha dicho en cada una de sus apariciones públicas para dar cuenta de las etapas de la cuarentena. Pero nunca debió dejar trascender algo que Macri no expresó públicamente.
Los ataques no cesaron. En otra aparición pública Fernández dijo que a la Argentina le fue mejor en lo económico durante la actual pandemia que con el gobierno de Cambiemos. E hizo la comparación con estadísticas de un año del gobierno anterior contra un trimestre del actual. A esto hay que agregarle las varias oportunidades en las que miembros del oficialismo calificaron de “pandemia” al período constitucional que encabezó Macri.
El presidente Fernández llegó al poder prometiendo terminar con la grieta social e ideológica que nos invade desde hace años. Pero con sus actitudes, cada vez más radicalizadas, lejos está de poder conseguir ese objetivo. O posiblemente haya dispuesto resignar esa aspiración electoral para transformar su gestión es un presidencialismo fuerte y avasallante. Distintas decisiones de su gobierno parecen confirmarlo. La propuesta sobre la Justicia que avanza en el Congreso no tuvo el más mínimo marco de debate y análisis que merece por su trascendencia; sólo el trámite en comisiones y el dictamen con mayoría kirchnerista sugestivamente reactivado un día después del “banderazo” contra esa y otras iniciativas controvertidas.
El ex presidente provisional Eduardo Duhalde encendió otra alerta cuando dijo que el país se encuentra transitando una crisis social y política que podría derivar en una inestabilidad institucional que conduzca a la interrupción del proceso democrático. Con la experiencia que posee, podría haberse ofrecido para mediar entre las partes a los efectos de no llegar a ese supuesto quiebre que vaticinó.