Sergio Massa asumió como ministro de Economía de la Nación hace poco más de tres meses, el 4 de agosto, con un discurso en el que señaló que su objetivo era estabilizar las principales variables y generar las condiciones para retornar al crecimiento.
El mes anterior se había producido un caos en los mercados ante la abrupta renuncia de Martín Guzmán, seguida por la acotada transición de Silvina Batakis. Como resultado, la inflación se disparó 7,4%. La gestión de Massa evitó un default de la Argentina, al cerrar en forma definitiva acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y con el Club de París. A la vez, el Banco Central redujo la pérdida de reservas por la liquidación de unos 7 mil millones de dólares, con la aplicación del llamado “dólar soja”.
No obstante, el talón de Aquiles del gobierno encabezado por Alberto Fernández sigue siendo la inflación. Al cabo de su mandato de 4 años, la suba de precios duplicará la de la administración de Mauricio Macri.
En un intento por moderar el aumento de la pobreza y de la indigencia, Massa sugiere, ahora, un congelamiento de precios por 4 meses, una medida alentada por sectores kirchneristas que descreen del funcionamiento de la actividad privada. El ministro refrendó esa posición, que contradice sus anteriores mensajes, expuestos ante autoridades del FMI e interlocutores privados. Massa señaló –en reiteradas ocasiones– que la clave era ajustar los gastos del Estado a los ingresos, para lo cual propuso una reducción de las partidas públicas y un tope a las erogaciones de ministerios.
Las señales fueran contradictorias, porque al mismo tiempo que se anunciaba ese mínimo recorte, se disponían bonos, planes sociales y otras acciones oficiales para contener a la militancia y el electorado propios.
Al desandar sus promesas, el jefe del Palacio de Hacienda desempolvó ahora viejas recetas, como el congelamiento de precios, el control de las ganancias de las empresas y la evaluación de la posición dominante en el mercado.El congelamiento de precios tiene un efecto temporal hasta que los costos de la economía se desajustan, por diversos factores, y es necesaria una corrección. En caso contrario, las empresas quiebran o caen en cesación de pagos, lo que genera un problema mayor, con pérdida de puestos de trabajo.
La “posición dominante” podría ser corregida a través de alentar una mayor competencia o con la apertura de importaciones, alternativas que el actual Gobierno no puede instrumentar porque descree de esas políticas.
La encerrona conduce al uso de viejas recetas, cuyos fracasos se reiteraron a lo largo del último medio siglo. Massa y los funcionarios nacionales están mirando las consecuencias de sus políticas, sin advertir que la causa está en el funcionamiento del Gobierno, caracterizado por su desmadre, y en el excesivo gasto público.
Un cambio en la visión de las políticas económicas puede traer un alivio pasajero, pero agravará las condiciones en el mediano y el largo plazo