La compleja y siempre tensa interna del Frente de Todos ha abierto un nuevo conflicto en el seno del Gobierno, cuyo verdadero alcance aún no se puede precisar.
El repentino e irregular despido del embajador argentino en China no sólo es otra mala señal que emite Argentina en el plano de las relaciones internacionales en el último año, sino que también podría dificultar que la vacuna china llegue prontamente al país.
La versión oficial sobre el desplazamiento del embajador dista de ser creíble.
Cancillería lo responsabilizó de tardar demasiado en las negociaciones para comprar una importante partida de la vacuna china. La cifra que se maneja es que Argentina estaba interesada en conseguir 30 millones de dosis. La realidad indica que esas tratativas son siempre lentas y no se puede pasar por alto que el embajador se hizo cargo de esa función en agosto; y como se verá, en un contexto irregular.
Han transcurrido apenas tres meses y fracción desde su llegada, en medio del cambiante panorama científico y tecnológico que rodea a las investigaciones relacionadas con el coronavirus y las posibles vacunas para inmunizar a la población, así como del agitado plano sanitario, donde se destacan las nuevas olas de contagio y las nuevas cepas del virus.
Por si no bastara con ello, la versión oficial quedó en entredicho cuando el propio embajador, al ser requerido por medios periodísticos de Buenos Aires, manifestó que los canales oficiales no habían sido empleados para comunicarle que cesaba en el cargo, de lo que se enteró, entonces, en esas entrevistas.
También desmintió que se hubiera tomado vacaciones, como aseveró el Gobierno.
En consecuencia, las hipótesis que maneja la prensa sobre el desplazamiento resultan más verosímiles.
En estos meses, en Pekín se habría desatado una interna feroz entre el embajador desplazado y el agregado comercial, ahora designado embajador, que habrían entablado negociaciones paralelas, con distintos estamentos chinos, sin conexión entre ellos.
Esa desconexión, cuando no indebida competencia, se vincula con el diferente posicionamiento de los dos funcionarios en la interna de la coalición oficialista.
Incluso la comunicación de ambos con la Cancillería argentina habría estado determinada por esa interna y no por sus funciones: el embajador desplazado habría tratado de ignorar al canciller y se habría referenciado en el ministro de Salud.
En los hechos, entonces, han actuado como si Argentina contara con dos embajadas. No es la primera vez que el kirchnerismo instrumenta el sistema de la doble embajada paralela. El caso venezolano es un pésimo antecedente; terminó en la Justicia.
Lo advertimos hace poco: la política exterior del país no puede estar determinada por la ideología de una facción, sin importar su orientación ideológica; debe ser una política de Estado, producto del consenso de las distintas fuerzas políticas, para mejor resguardo de los intereses nacionales, más allá de quien gobierne.
Ese principio, de innegable valor general, cobra más valor cuando se trata de la relación con los más importantes socios comerciales. Y China lo es, sin duda.