Quien se asome a la historia antigua podrá constatar que la decadencia de Roma, el imperio que dominó toda la costa mediterránea, se estiró a lo largo de dos siglos en una sucesión de gobernantes incapaces, dirigencia sorda y ciega y enemigos hartos de la prepotencia de un gigante con pies de barro. La decadencia argentina apenas si lleva siete décadas con resultados apreciables y la ventaja de que no hemos de esperar invasiones bárbaras.
Decadencia, debe puntualizarse, es lo que sucede cuando todo lo que debería funcionar se convierte en un simulacro lamentable en el que los actores de reparto intentan devenir estrellas por la sencilla razón de que el Parnaso está vacío y cualquier aventurero puede tomarlo por asalto.
La consecuencia es que la banalidad toma el relevo, dado que nadie parece estar en condiciones de ocuparse de lo que importa. Quizás porque resulta imposible encontrar atisbo alguno de grandeza en medio del derrumbe de todas las variables que construyen una sociedad.
No debería sorprendernos entonces que, en medio de una campaña electoral llena de sonido y de furia la ausencia de temas por discutir y la muy notoria falta de capacidad argumentativa que hermana a candidatos de toda laya, las nimiedades sean el material que alimenta la conversación pública: la polémica sobre el cuarteto entre Sergio Massa y Javier Milei es una muestra obvia.
Recapitulando, el candidato de Unión por la Patria en su paso por la provincia de Córdoba enrostró al de La Libertad Avanza su rechazo al cuarteto, tema sensible para los cordobeses, lo que motivó la respuesta del aludido y lo lanzó a demostrar cuanto le importa el género en cuestión. Por el camino, un archivo impiadoso limó no poco la explicación.
A falta de ideas buenas son las chicanas, los golpes bajos, las calumnias, las noticias falsas, los ataques personales y hasta los piquetes de ojos. Lo que sea para no ingresar en el peligroso terreno de tener que decirles a los votantes el enorme costo que la sociedad deberá afrontar gane quien gane la segunda vuelta. La discusión ha sido reemplazada por la lucha en el barro, en la esperanza de que al público le agrade el espectáculo. Y la buena noticia para todos los involucrados en este mal circo romano es que a muchos no les disgusta.
A poco de que se haga memoria se podría hacer una extensa lista de los temas que debemos discutir de una vez, comenzando por asumir que no hemos llegado hasta aquí por casualidad sino por nuestro empecinado empeño en no cuestionarnos nunca lo que hacemos mal mientras eludimos los grandes debates, entre los que no se cuenta la música popular cordobesa ni la tonada mendocina, ni cualquiera otra.
Para no seguir abundando sobre la caída del Imperio Romano podría añadirse que Constantinopla colapsó mientras sus pensadores debatían cuántos ángeles cabían en la cabeza de un alfiler. Así terminan los imperios, algo que Argentina nunca fue.