Un gobierno libertario debería bajar las retenciones

Argentina necesita un proyecto, ese que hoy no se visualiza, de la misma manera que debería llevar a los hechos la más libertaria de las ideas, como lo es dejar que las actividades productivas se desarrollen sin el agobio impositivo presente.

Un gobierno libertario debería bajar las retenciones
Soja

De seguro, nuestros mayores no han olvidado aquel viejo axioma que decía: “Con una buena cosecha de trigo, Argentina se salva”. Eso fue imperfectamente cierto hasta entrados los años 1970, cuando las urgencias se agrandaron y las cosechas ya no alcanzaron. Hasta que tres décadas después llegó el boom de la soja –”ese yuyito”, según lo definió la entonces presidenta Cristina Kirchner– y el campo ingresó a otra era, en un salto tecnológico que nuestros abuelos no pudieron imaginar. Y de nuevo una cosecha o dos hicieron la diferencia para las siempre famélicas arcas públicas nacionales.

Fue por 2008 cuando la batalla por la resolución 125 vino a poner en negro sobre blanco cómo habían cambiado las cosas y hasta qué punto los ciclos económicos nacionales se habían vuelto sojadependientes. Dicho del modo más simple y directo: lo que se obtenía por las retenciones a las exportaciones de granos constituía la diferencia entre una buena recaudación y un déficit creciente.

En paralelo, el Estado crecía en ineficiencia y devoraba recursos cual un Moloch bíblico.

Curiosamente, nada parece haberse modificado de fondo, pese a los sucesivos cambios de gobierno.

El presupuesto esbozado durante la puesta en escena presidencial del domingo 15 de este mes anticipa una mayor recaudación impositiva a partir de las exportaciones primarias, lo que en buen romance indica que las retenciones, pese a las promesas reiteradas, no habrán de reducirse, a menos que se sumen dos improbables factores récord: una cosecha formidable en volumen y precios de 20 años atrás.

Lamentablemente, ambas condiciones distan de ser posibles. En otras palabras, no parece que pueda haber una reducción de las retenciones, tal como los productores vienen reclamando y como el presente Gobierno viene prometiendo.

Se entiende sin demasiado esfuerzo: la baja recaudación derivada de la recesión que venimos atravesando no deja lugar para ilusionarse en el corto plazo con un repunte de los aportes del sector industrial, y eso deja otra vez al campo en la pesada tarea de traccionar un proceso en el que las cargas siguen mal distribuidas. Todo ello aderezado por un discurso que renueva antinomias del pasado.

En efecto, plantear hoy que la industria ha expoliado al campo, tal como lo enunciara el mismísimo presidente de la Nación en un discurso reciente, suena arcaico. Es cierto que algunos sectores industriales se han beneficiado de un proteccionismo sin condiciones que no exigió competitividad alguna. Pero esa falencia no es extensible a la industria toda y esa línea argumental no alcanza a disimular que se carece de un plan productivo.

Dicho de otro modo, sólo quienes sobrevivan verán las consecuencias milagrosas del déficit cero.

Argentina necesita un proyecto, ese que hoy no se visualiza, de la misma manera que debería llevar a los hechos la más libertaria de las ideas, como lo es dejar que las actividades productivas se desarrollen sin el agobio impositivo presente. De otra manera, mientras los discursos mutan, los gobiernos seguirán haciendo lo mismo que otros gobiernos hicieron antes.

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