Los argentinos expresaron esta semana el enorme fervor que produjo el éxito de la selección nacional de fútbol en el Mundial de Qatar.
Un desahogo para el sentir futbolero que nos caracteriza: tanto para los que transitaron 36 años anhelando este triunfo tras el logro de 1986, en México, como para los jóvenes que vivieron esta experiencia por primera vez.
Pero, también la celebración del título logrado ante Francia superó expectativas deportivas.
Se vio un sentimiento festivo que, realmente, en la Argentina no se vivía desde hace muchísimo tiempo.
Las multitudes que ganaron las calles en todas las localidades del país el domingo generaron lo que observadores y analistas coincidieron en definir como la manifestación de júbilo más grande de la historia argentina.
Y a ello se le debe agregar el impresionante marco popular que se congregó el martes, tras el regreso de los campeones, en la ciudad de Buenos Aires y alrededores.
Este éxito constituyó con claridad una tregua para la ansiedad de millones de personas inmersas en la crisis económica y social.
Un estímulo para celebrar, si se tiene en cuenta el apego a la amistad y a la familiaridad que siguen caracterizando a una amplia mayoría de los argentinos.
Es oportuno detenernos en lo estrictamente deportivo, porque esta selección representa fielmente el estilo tradicional del fútbol argentino.
Gran mérito del seleccionador, Lionel Scaloni.
Queda de lado la doméstica competencia de estilos de juego con la que se diferenciaron los adeptos a los dos reconocidos entrenadores que llevaron a la Argentina a obtener los títulos anteriores: César Menotti y Carlos Bilardo.
Hoy sólo se habla del fútbol que se juega bajo la batuta del DT Lionel Scaloni.
Y más allá de lo futbolístico, legitima más el campeonato obtenido el alto nivel de compromiso expuesto por la totalidad del plantel.
Se trata de futbolistas argentinos de exportación, como tantos otros que surgieron antes y que seguirán surgiendo; su talento les permitió acceder a las mejores ligas de fútbol de Europa, donde triunfan y consolidan su apego al profesionalismo responsable.
Eso permitió, sin ninguna duda, consolidar el clima de camaradería que caracterizó al equipo no sólo en los siete partidos jugados en Qatar, sino en todo el proceso previo que encaminó al grupo hacia la cima deportiva máxima.
En torno a la excelsa figura de Lionel Messi nadie entre el resto se consideró titular indiscutido.
Una contundente muestra de reciprocidad y apego a las raíces que les permitieron crecer como deportistas.
Compensaron con creces lo que la sociedad argentina les brindó.
Es este ejemplo que en lo deportivo y profesional dieron los 26 jugadores convocados para la competencia mundial lo primero que se debe rescatar como resultado positivo para nuestro país.
Es la imagen de un seleccionado que antepuso claramente un objetivo común a posibles apetencias personales o sectoriales, o a actitudes mezquinas.
Dicha entrega, esa unidad, es la que, más allá del triunfo logrado, la gran mayoría del pueblo argentino retribuyó con sus festejos tras cada partido y con las muestras de admiración ante la presencia del plantel de regreso en el país.
La que vimos durante varios días fue una alegre marea humana sólo identificada con los colores celeste y blanco, sin otra intención que la de expresar su alegría por el éxito deportivo y su gratitud a los autores del mismo.
Cabe resaltar que hubo el martes, con motivo de la inconclusa recorrida de los jugadores en ómnibus, una total falta de previsión por parte de las autoridades de seguridad para evitar el desborde que se produjo.
Sin embargo, no hubo mayores riesgos, salvo los ocasionados por la euforia y emoción de algunos, porque el sentimiento mayoritario de toda esa multitud era festivo.
Consistía en consumar un muy postergado deseo de expresar públicamente felicidad por algo, hallar argumentos para exteriorizar ese estado de éxtasis.
Una vez más, y seguramente en esta oportunidad como pocas veces se dio, el fútbol se transformó en la prenda de unión para nuestro pueblo.
El mes del Mundial, en especial tras el logro deportivo, fue como un cable a tierra para la sociedad, agobiada por los problemas cotidianos que no resuelve su dirigencia.
Un paréntesis ante el desencuentro social cada vez más acentuado y las frustraciones que el contexto genera inevitablemente.
Otra lección que nos deja un equipo de ejemplares deportistas profesionales es que la unión y el esmero permiten atravesar las situaciones más condicionadas que nos puede marcar la vida.
La selección de fútbol demostró que con humildad, talento y disciplina es posible llegar a una meta deseada.
Es un claro ejemplo de que lo que no se encara con esfuerzo y dedicación difícilmente se transforme en un logro.
Especial mensaje para la mayor parte de la juventud argentina, que navega entre la frustración y el desencanto en prácticamente todos los niveles sociales.
La mayor advertencia que deja esta consagración deportiva parece destinada especialmente a la clase dirigente, enfrascada en disputas mezquinas si se tiene en cuenta el elevado nivel de exigencia que requiere la sociedad argentina para salir del atolladero en el que se encuentra inmersa desde hace años.
Si hasta en los aspectos organizativos de la recepción del martes mostraron ineficiencia, desinteligencias y, por qué no, mezquindades.
En ese marco, los deportistas lograron evitar todo contacto político, de modo de garantizar el mano a mano con la jubilosa sociedad que los esperó y ahuyentar cualquier especulación partidaria.
Lamentable, en definitiva, porque toda autoridad de un país suele recibir en nombre del pueblo al que representa a sus ciudadanos cuando se destacan.
Pero la realidad argentina es otra.
Es de esperar que la unión y la alegría que generaron durante un mes los jugadores de la selección de fútbol sirva a los argentinos para comprender cuál es el camino para triunfar en lo personal y grupal pese a la adversidad. Y también para sacudir de una vez por todas a una clase dirigente que, salvo honrosas excepciones, navega complaciente en un autismo político voluntario.