El ayer, hoy y mañana

El ayer, hoy y mañana
El ayer, hoy y mañana

Mi pueblo, Bowen, tierra de inmigrantes, siempre cultivó esa presencia familiar tan nuestra. Todos éramos una gran familia y nos ayudábamos entre sí.  Todavía recuerdo la magia de algunos días de veranos ardientes donde después de la siesta, se escuchaba el pregonar del heladero recorriendo las polvorientas calles de tierra. Montones de chiquillos corrían tras él, al sonido del estridente silbato. Era todo un acontecimiento.

Lo mismo pasaba cuando llegaba el “pescadero”, así lo llamaban a aquel vendedor de pescados que, en invierno y una vez por semana rompía la rutina con su sulky de ruedas altas. A veces para hacer unos pesitos más, agregaba a su venta jugosas naranjas y mandarinas. Esto para algunos chicos era un deleite ver aquellos codiciados frutos, que luego de mucho correr tras el carruaje, quizás tenían la suerte de que el vendedor les regalara una; y por supuesto compartían entre todos.

Después, de esos acontecimientos que traigo a la memoria, poco a poco, fue cambiando la fisonomía del pueblo, del paisaje y sus habitantes. Por supuesto que debe ser así, porque nada es estático, todo, muta, no se perpetúa en el tiempo. El mundo sigue girando a su ritmo y el ser humano cambia, algunos evolucionan, otros involucionan. Se han superado las comunicaciones, se acortaron las distancias. Pero parece que en los últimos años todo se aceleró demasiado.

En este accionar tan intenso, los mayores intentan preservar sus costumbres, los jóvenes marchan al ritmo moderno, de la mano de la cibernética que nos proporciona la celeridad en la que estamos inmersos. Es fantástico que por la tecnología podamos contactarnos al instante, con nuestros amigos y familiares que viven en otros países. Ya no se necesita del papel, de la tibieza de las cartas que llegaban a nuestras manos después de días y días viajando por trenes o barcos o avión.

Aquello quedó atrás, ahora todo debe ser veloz, casi a la velocidad del rayo. No exagero.

Creo que si todo sigue como va, lo conseguiremos.

La cibernética está muy bien, pero lo que más me preocupa es la adicción que tienen los niños y adolescentes al celular. Ya hay campañas para concientizar a padres sobre el uso y abuso de los móviles, quienes dicen de los peligros a los que se exponen al estar muchas horas con el teléfono.

Veo que algunos chicos de mi zona también han logrado pasar esa barrera de lo familiar para entrar en la otra. Ya no los vemos pateando la pelota en las calles ni tomando mate en las veredas, ni tampoco se involucran demasiado en las reuniones familiares.  Eso parece estar en vía de extinción.  Me pregunto si no es mejor un abrazo táctil donde podemos sentir el calor del otro, antes que miles de abrazos virtuales. Mirar una hermosa puesta de sol, antes que los fantásticos colores en una pantalla. El canto de los pájaros que suenan bellísimos con los prodigios de la tecnología, pero no se puede comparar con los verdaderos trinos de las aves que despliegan sus alas y surcan el cielo.

Algunos jóvenes ya se olvidaron del paraíso terrenal que Dios nos regaló y que está en nosotros saber apreciarlo, vivirlo, cuidarlo. La modernidad da paso a verdaderos logros, pero esto no quita que puede haber involuciones en el marco afectivo y humano.

Y también existen las grietas. Vemos a familias enfrentadas por cuestiones políticas o por la manipulada ideología de género que conlleva a la confrontación permanente.

¿Qué nos está pasando? Advertimos de manera pasiva este cambio de conciencias donde lo bueno de antes es lo malo para el hoy. Que las cosas se van tergiversando.

Pareciera que hay una estrategia de establecer que todo es permitido, que la libertad de las mentes es lo primero, a pesar de, o a pesar de cuánto.  Creo que hay una delgada línea entre el bien y el mal y aquí es donde deben poner los padres sus esfuerzos, tomar las riendas y señalar el camino a seguir. Ellos siempre fueron los que marcaron la senda y deben seguir siendo la guía de los pequeños si queremos que nuestra sociedad sea un ejemplo de convivencia en la diversidad.

Respetar a los otros en sus creencias políticas o religiosas es primordial y sobre todo entender que el que está en el bando contrario no es un enemigo, sólo es un adversario y como tal merece respeto.

Quizás así, desde nuestro humilde terruño podamos comenzar a labrar la hermandad entre los pueblos, donde cada hombre, cada mujer y cada niño sientan el valor y la trascendencia de existir.

No estoy oponiéndome a los cambios culturales, pero sí digo que defiendo el derecho que tenemos los mayores para evitar un retroceso humano, partiendo de la base piramidal que es la familia. Que el avance de la tecnología sirva para la construcción no para la destrucción, que cada uno de nuestros pasos sea para el bien de todos.

Estamos a tiempo de rescatar nuestros valores humanos si le ponemos empeño. Si no lo hacemos, podría hacernos eco una frase que se grabó en mi  mente: “Adán se comió la manzana y los otros se rompieron los dientes.”

Adela Álvarez Faur

Escritora y guionista alvearense

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA