COMIENZOS. A la edad de 8 años, La Leyenda no era La Leyenda; era un niño al que no le interesaba el fútbol, la pelota, los autitos. Sólo las armas", dice. El niño venía de una familia católica de Villa Nueva y "lo más parecido a un arma que había en mi casa era un Tramontina". Por eso, un domingo, con 9 años, se tomó un trole que lo llevó desde su casa al Tiro Federal de calle Boulogne Sur Mer. Allí se bajó y entró. "Era muy chiquito y vino un hombre de unos 40 años y me preguntó qué hacía y cómo había entrado".
El niño, no lo sabía, pero estaba frente a su gran maestro de tiro y de la vida: Miguel Navarta, “el hombre que me formó”, dice ahora. Desde entonces, las armas y La Leyenda no se separaron más. “De pequeño, comencé a competir en certámenes de tiro”. Hoy lleva ganados 67 premios y es un jubilado de la policía que se muestra bastante dolido con la fuerza.
INGRESO. Después de salir del colegio Nacional, La Leyenda tampoco era La Leyenda y trabajó en un supermercado y en una distribuidora de bebidas "hasta que vino la hiperinflación de Alfonsín y me echaron del trabajo".
Un amigo fue quien le dijo que se probara en la Policía, por más que él se sentía grande para entrar. Pero se metió igual. “De todos modos, cuando entré me dije: 'Yo no quiero ser un policía común. Si no da, me busco otro trabajo'”.
Entonces le salió un curso para agentes del GES (Grupo Especial de Seguridad). De 300 postulantes para policías de élite sólo quedaron 22, entre ellos, La Leyenda. Cuando sus superiores lo vieron tirar no dudaron y quedó.
“Enseguida llegó Menem que era presidente en 1993, e inauguró el diario Uno y el hospital Notti”. Esos eventos lo tuvieron parapetado entre techos y lugares donde los francotiradores se vuelven invisibles “como en el Notti, donde estuve al lado del tanque de agua”. No hubo problemas porque no hubo atentados contra el entonces presidente.
SNIPER. "No soy un francotirador, término más de uso militar. Lo mío sería tirador policial especial o "yanquizado como está ahora, un sniper" (que viene del inglés y quiere decir tirador apostado; el snipe era un pajarito africano pequeño como el colibrí con el que se hacía puntería: de hecho los exterminaron).
La Leyenda dice que un buen sniper, a 600 metros, da en el blanco.
Entre 1999 y 2000, según sus palabras, “en la Policía comenzó a entrar mucho la política y pusieron de jefes en el GES a comisarios que no eran de élite. Entonces se producía un choque porque ellos eran los superiores pero no tenían nuestro conocimiento. Es como si un jefe del diario no es periodista y quiere enseñar a los periodistas”, compara.
De ese modo, La Leyenda fue corrido del GES. Pero en ese momento ganó el premio Huarpes de Oro por tirador deportivo, lo que producía una gran contradicción: ¿tenemos uno de los mejores tiradores nacionales y lo sacamos de donde más sirve?
EL MOROCHA. El sábado 24 de febrero de 2001 fue el día más caluroso de ese año: 40 grados clavados. Hacia la mañana, Matías Cerón, un joven delincuente menor de edad conocido como "El Morocha" y considerado el enemigo público número 1, había ido a la casa de su ex novia y, después de un allanamiento fallido de la policía, quedó encerrado en esa casa de la calle Doctor Moreno de Las Heras.
“Aquella mañana, fui a Infantería a buscar proyectiles para práctica y allí me dijeron que en la calle Moreno había una toma de rehenes. Como yo ya no estaba en el GES pensé que no me iban a llamar pero sí lo hicieron. Me fui hasta el lugar del hecho y Cerón llevaba 3 horas con los rehenes; había mucha gente en las inmediaciones porque se trataba del delincuente del momento y era muy buscado”.
La Leyenda fue enviado a un techo de zinc con su arma. “En una casa vi la caja de un lavarropas automático y se lo pedí a la señora. La di vuelta y me metí adentro, luego le hice un agujerito largo para apuntar. Adentro de esa caja y sobre un techo de zinc, se calcula que hacían más de 50 grados a las 9 de la mañana”.
La Leyenda quedó a 88 metros de El Morocha, que ya hacia el mediodía salió a la vereda con su ex novia en calidad de escudo humano. Decía que tenía una granada y se le veía en la mano derecha una 9 milímetros con la que apuntaba a la chica y a todos los presentes con movimientos semicirculares desde el portón de la casa que tenía tomada.
Por radio, el francotirador se comunicó con un comisario de apellido Rivas, su superior: “Lo tengo”, dijo desde adentro de la caja de cartón. “Mi superior fue a hablar con el juez y se lo dijo: el magistrado se asustó porque El Morocha tenía 16 años y era menor. Eran momentos de gran tensión ya que mientras tanto, el delincuente gritaba que lo dejaran ir, que si no, mataría a su novia”.
“Mi jefe, con mucha tranquilidad se dirigió otra vez por radio: 'Gringo, ¿le tenés la mano?', me preguntó. En la mirilla vi la mano del delincuente. Positivo, le dije”. Cuando Rivas fue a hablar con el juez, éste le dijo: 'Hagan como crean, pero al que se equivoque, yo lo meto preso'. Rivas tomó la radio y le dio la orden a La Leyenda.
“Lo puse en mira. Y entonces comenzó a mover el brazo en el que tenía el arma por el aire de un lado a otro como un péndulo invertido. Se lo dejé hacer dos veces y a la tercera vez gatillé”. La bala del policía pasó entre el cúbito y el radio de El Morocha sin tocarle un hueso: un tiro perfecto que hizo que la 9 milímetros del sujeto saliera despedida al medio de la calle. Luego, policías del grupo GRIS, fueron sobre el delincuente. Todo había terminado de la mejor manera.
POLACO. El 26 de diciembre de 2002, tuvo lugar la toma de rehenes más importantes de los últimas décadas de Mendoza. Allí, en un minimarket de Adolfo Calle y Cobos de Dorrego, el delincuente Francisco Wiecek mantuvo retenido al dueño del local, Marcelo Lencinas, por diez horas.
“Wiecek era un ex preso al que le había salido mal un asalto, escapaba hasta que entró al minimarket seguido por la policía y se quedó con la víctima porque, según decía, no quería volver a la cárcel como les pasa a muchos delincuentes que ya son grandes: el Polaco tenía casi 60 años”.
En aquella ocasión, La Leyenda se parapetó con otros colegas en los techos de una guardería que quedaba -y que hoy existe- frente al minimarket.
"Estuve las 10 horas pero cambié cinco veces de posición, siempre tapado con una frazada en pleno diciembre". Las conversaciones entre el mediador y el delincuente no llegaban a ningún lado hasta que comenzó a hacerse de noche y todo se iba a complicar más.
“Con el Polaco fueron dos tiros. Él, como casi todos, tenía a su víctima como escudo humano. Fue la única persona a la que le quité la vida en mi carrera”.
Los cronistas de la época indicaron que el francotirador -no se lo puede identificar por cuestiones de seguridad- “practicaba tiro con una moneda de un peso colocada a 100 metros. “No sé de dónde sacaron eso”, se ríe hoy.
Para entonces, sus colegas ya se referían a él como La Leyenda.
LA POLICÍA. "Nunca supe bien el por qué de no haber recibido ningún reconocimiento por al menos esos dos actos que he contado y que, si bien no fueron los únicos, sí fueron los que más trascendieron en la opinión pública. Yo no sé si fui un gran policía pero juro por mis cinco hijos que dejé la vida por la institución, a costa aún de mi vida. Porque es una institución a la que amo", rememora, sentimental, durante un caluroso miércoles de enero de 2016.
De hecho, cuando ocurrió lo de El Morocha, La Leyenda y su familia tuvieron que irse de la casa de donde vivían porque los familiares del adolescente comenzaron a hostigarlos con amenazas y con balazos en el frente de la vivienda. ¿Cómo se enteraron quién era él y dónde vivía? “¿Podés creer que fue un policía el que me delató?”.
AFUERA. En 2012, después de ser confinado como un efectivo más en la Unidad Especial de Patrullaje Este de Maipú, "donde pasé los dos mejores años de mi vida de policía", La Leyenda sencillamente renunció. "Recién este año me llegó la jubilación. De hecho, acabo de cobrar como jubilado por primera vez".
La Leyenda hoy tiene una escuela de tiro de modo particular y hace trabajo de custodio de caudales también de modo particular. “Me contrata gente que me conoce para hacer traslados de dinero o de cosas de valor. Un caso muy común es cuando un médico hace una operación de lolas, que cobran bastante, y les pagan en un bar; bueno, en otra mesa, con cara de nada, estoy yo viendo que todo salga okey. Si no sale okey, puedo disparar y, como tengo portación de armas, no violo la ley. Les cobro más barato que los servicios que ofrecen los bancos o las empresas de caudales: entre 3 mil y 5 mil pesos el trabajo”.
También ha hecho de instructor de actores de doble de riego, como el caso de Guillermo Grispo, el mendocino que actuó en la película "300".
De más está decir que La Leyenda no volvería a trabajar en Policía. "Tal vez en calidad de instructor", tira la idea, "pero no estoy seguro", calcula y arriesga. Alguien que del cálculo y del riesgo, ha edificado su vida.