Quizás fue un guiño del destino, pero no es un dato menor que justo en la misma fecha (9 de diciembre, pero de 1824) en la que el ejército “Libertador” le ganaba a los realistas la batalla de Ayacucho para terminar de “expulsarlos” de América, nuestra máxima competencia deportiva se vaya a jugar en territorio español; lo que para el orbe futbolero ha sido una “traición”.
Fue así como rápidamente el ingenio popular rebautizó al torneo como “Copa Conquistadores de América”. El enojo es lógico porque el fútbol es parte de nuestra cultura (léase los conjuntos de saberes, creencias y pautas de conducta de un grupo social) y por la que se nos infla el pecho. Y River-Boca es el máximo exponente de ella.
¿Podría un mendocino de ley, pensar en entregar la Fiesta de la Vendimia para que la organice Chile o Brasil? Uno imagina que no.
Quienes hoy se desgarran las vestiduras asegurando que es una lección, son los mismos que recuerdan a cada paso que la Copa Libertadores es un torneo especial. Esta Copa tiene innumerables historias de violencia y no sólo dentro afuera de los estadios, sino también entre los protagonistas.
Una idiosincrasia que nunca quisimos cambiarla y que no se borrará con un partido fuera del continente, por más importante que este sea.
Estamos de acuerdo de que no estaban dadas las condiciones para jugarlo en la Argentina por la enfermedad que se creó en el entorno y que sigue vigente si uno recorre las redes sociales, pero hay estadios y ciudades en América capacitadas para haber sido sede.
Y si se quería tomar una medida ejemplificadora, había que decidir que el partido no debía jugarse e imponer suspensiones drásticas. Lo único que se hizo fue patear la pelota para adelante, cómo pasa del ‘60 para acá pasando por el 2015 y aquel ya célebre episodio del gas pimienta.
Llama la atención de que justo España, el país que negó que sus equipos vayan a jugar un partido de liga en los Estados Unidos, en una acción de marketing que habían lanzado los grandes para poder conseguir más seguidores y sponsors, se “robe” el partido más importante de la historia del fútbol sudamericano.
Lo que nadie dice, aunque ayer lo dejó entrever Gianni Infantino es que para España este partido también servirá como carta de presentación para organizar el Mundial de 2030, justo el mismo que, desde hace años, vienen queriendo hacer Argentina y Uruguay. Es decir, Conmebol atenta contra los intereses de sus propios miembros.
Europa suele ser un lugar con menos incidentes en los espectáculos deportivos, pero la cantidad pierde por goleada con la gravedad. No es casualidad que los equipos usen micros blindados como se mostró hace el Manchester City. Eso no se hace para frenar a seres civilizados, se llegó a esa receta después de ver un variado menú de ataques a los deportistas.
Se nos quiere vender que Europa es más segura, cuando en realidad lo que se hizo fue tener un producto “Premium” que salió a ofrecerse y que sienta un preocupante precedente. Porque ¿quién puede asegurarnos que esta será la primera y la última final de Copa Libertadores que se jugará fuera del continente? Nadie.
¿Qué pasa si vuelven a cruzarse en una final el año que viene en la que ya está estipulada la sede? Con los antecedentes, seguramente lo mismo. Es decir se subastará y quizá comencemos a hacer una serie de partidos itinerantes por el mundo.
El fútbol sudamericano atrasó y se convirtió en una colonia, pero en este caso no de un país, sino del rey dinero.
Llama la atención el silencio de los dirigentes de todos los países. Un reclamo que si llegó de jugadores brasileños, el técnico del Barcelona y hasta ex jugadores. Recién ayer, River levantó la mano y está bien que lo haga. Un reclamo que debería ser acompañado. Porque después de todo, la grandeza de uno y otro club está más allá de este partido y hasta de una posible suspensión.
La grandeza reside en los verdaderos hinchas (esos que pagaron su entrada y esperaron horas en el Monumental o esos que fueron a la Bombonera), esos que seguirán sufriendo y/o disfrutando por un espectáculo que ya no les pertenece.