El té, como muchos grandes inventos, nació por casualidad. Cuenta la leyenda que el responsable del hallazgo fue Shen Nung, un emperador chino que tenía la sana costumbre de hervir el agua que bebía. La casualidad (o el destino) hizo que un día calentara este líquido a la sombra de un árbol de té silvestre y que unas hojas cayeran en el recipiente tiñendo su contenido. El curioso monarca lo bebió y ya no hubo vuelta atrás. Así surgió a la historia esta milenaria infusión.
China y Japón harían del tomar té, una ceremonia que ha logrado sobrevivir siglos y convertirse en parte del ADN de sus culturas. Prepararlo, servirlo y tomarlo, son prácticas que no pasan desapercibidas en estos países y que no entienden de las prisas propias de Occidente.
Aquí, el “me tomo cinco minutos, me tomo un té…” simplemente no existe. Los nipones han dado a esta ceremonia el nombre de sado y puede llegar a demorar hasta cuatro horas, mientras que los chinos lo utilizan para transmitir los más variados sentimientos: desde agasajar hasta pedir perdón, convirtiéndolo en un silencioso y sutilmente aromático lenguaje.
La India se caracteriza por sus perfumados tés donde el Masala chai es uno de los más populares, compuesto por té negro, canela, clavo de olor, jengibre, nuez moscada, cardamomo, pimienta negra y anís estrellado. Su especiado y original sabor es una seductora sorpresa para el comensal.
En Marruecos, uno de los mayores importadores de esta bebida en el mundo, el té se toma con hojas de menta y azúcar negra, de ahí que cada hombre -aquí, la costumbre es que lo preparen ellos- tenga su propia receta y le imprima su sello personal. En estas latitudes, no importan las altas temperaturas ni la hora del día. Siempre es momento para disfrutar de un vaso (porque se sirve en vasos) de esta aromática pócima.
En Egipto, el Karkadé que se realiza con hojas de esta flor también conocida como rosa de Jamaica, es una atractiva bebida de un rojo intenso que se toma tanto en frío como en caliente y se ofrece en señal de bienvenida. La manteca de yak (un cuadrúpedo parecido al búfalo) y la sal del Himalaya, no suelen ser ingredientes asociados a esta bebida y, sin embargo, en el Tíbet se utilizan.
Aquí, las duras condiciones geográficas obligan a hacer comidas con alto contenido energético y el Po Cha -nombre que recibe esta versión- las reúne. La receta se completa con leche y aunque la combinación pueda parecer extraña, el paladar es el que tiene siempre la última palabra.
Los ceremoniosos británicos serían, desde Occidente, embajadores de esta bebida. Por las mañanas es el “English Breakfast”, un té negro intenso que tiene sus orígenes en la época victoriana, mientras que, por las tardes, el Earl Grey es protagonista. De hecho, serían los colonos ingleses quienes popularizarían esta bebida en Estados Unidos donde suele consumirse -como en todo el mundo de raíces anglosajonas- en su versión fría.
Las bajas temperaturas de Rusia harían del té uno sus aliados contra el frío y suelen tomarlo en los almuerzos y también las cenas. Aquí se prepara en el samovar, un gran recipiente metálico que contiene una caldera que conserva el líquido de su interior caliente y posee una pequeña canilla para servirse. Estos dispositivos, que son casi un integrante más del ajuar en muchas de las casas de este país y que a veces -especialmente los fabricados antes de la revolución- constituyen obras de arte en sí mismos, confieren al té un sabor especial y al modo de servirlo, características de ritual.
En Perú al té se le llama mate lo que seguramente habrá confundido a más de un argentino, a un paraguayo o a un uruguayo en esas latitudes y su versión más famosa es la que contiene hojas de coca, en especial en las zonas andinas, donde se utiliza para neutralizar los efectos de la altura. La receta alcanza también el territorio de Bolivia y nuestras provincias norteñas de Salta y Jujuy.
Así, como si de un viaje se tratara, cada taza de té contiene sabores, aromas y sensaciones que pueden trasladarnos kilómetros a la distancia con cada sorbo, sin tener que movernos de lugar. Si eso no es mágico, no sé qué pueda serlo.