Nos encanta viajar,conocer paisajes y culturas. Hoy les contamos el viaje que hicimos en 2012 a Perú que, al recordarlo, nos trae muchas sensaciones que nos llenan el alma.
Decidimos con mi hija emprender la aventura. Llegamos por la tarde de un domingo a Lima, con todo programado. Al instante dejamos las valijas en un hotel de Miraflores y fuimos al Parque de las Aguas, pues los lunes y martes sabíamos que no abría.
A pesar del cansancio lo recorrimos, admiramos esos chorros que formaban distintas figuras, con música, muy hermoso. Algo que nunca habíamos visto, muy gratificante. Recomendamos que lo conozcan.
Al otro día Cusco nos esperaba, con sus 3.400 metros de altura con soroche incluido (mal de altura, en el que falta oxígeno por no estar aclimatado), pero con un buen mate con hojas de coca se soluciona todo; eso sí, sin azúcar.
Todo lo que siguió fue admiración, sorpresa, ver esas edificaciones tan antiguas, disfrutar de esa gastronomía tan exquisita, observar personas curtidas por ese clima caluroso de día y tan frío de noche, por lo que esos gorritos coloridos que compramos para nuestros familiares, nos vinieron muy bien...
El gran viaje llegó. Fue emprender el camino en un tren con techo vidriado hacia Aguas Calientes para llegar al Machu Picchu, nuestro sueño. Allí estaba, con su abundante vegetación con todos los tonos de verdes; la montaña antigua, la herencia de Pachacutec el gran cacique que albergó civilizaciones ancestrales.
En cada descanso de las escalinatas sólo quedaba respirar, admirar y agradecer por pisar esas laderas, declaradas Patrimonio de la Humanidad… De pronto, el cielo se oscureció, comenzó una ráfaga de viento y la lluvia cayó torrencialmente. ¡Qué importaba, si estábamos en ese sitio sagrado que tanto habíamos deseado conocer! Nuestro sueño se había cumplido.
Tomamos el tren de regreso y la nota risueña, los turistas parecíamos lugareños, pues todos teníamos puestos remeras y pantalones coloridos, bien al estilo peruano. Es que la pícara lluvia nos había hecho un guiño…