Cómo viajar a las islas y no morir en el intento
“Oh, tierra de nuestras derrotas, de nuestras victorias”. Kard Wojtyla
A Malvinas por mar
Malvinas no es sólo la "hermanita perdida" que todos queremos recuperar. Hoy se ha convertido en un santuario de peregrinaje nacional. Al igual que Roma y Jerusalén lo es para el hombre occidental, las islas usurpadas se han convertido en una tierra sagrada, regada por la sangre de nuestros patriotas, que no podemos dejar de visitar, al menos una vez en la vida.
Claro que no es fácil planificar un viaje a las islas. Por vía aérea, desde Chile, es algo sencillo, aunque muy caro. Una segunda alternativa es llegar por mar. Este año, la oferta de la empresa Norwegian Cruise Line de recorrer en barco la Patagonia argentina y chilena, pasando por Puerto Stanley, abrió la posibilidad a los argentinos de conocerlas, al menos por unas horas, por medio de un crucero. Gracias a Dios, al no existir dificultades climáticas adversas, el 7 de enero se hizo realidad mi meta postergada por años.
El Puerto Argentino/Stanley
Visualizar desde la proa del barco el puerto y los cerros malvinenses fue algo único. Parecía irreal ver esa imagen que tantas veces había soñado desde niño. El descenso del navío resultó lento pues el traslado desde el crucero al puerto se hizo en lanchas, al no existir un muelle para recibir barcos grandes.
Pegados al gran cartel con la inscripción “Welcome to The Falklands Islands” (cuesta aceptarlo) nos esperaban minibuses que nos trasladarían al cementerio argentino, un viaje de casi 180 km (ida y vuelta) que casi demandaba toda la jornada y que finalmente nos restó tiempo para recorrer con tranquilidad el casco de la ciudad, antes y después de la excursión.
Por la ruta hacia el istmo de Darwin
Apenas partimos comprobamos que nuestra guía, nativa de Punta Arenas, carecía de conocimientos geográficos e históricos sobre la isla. Al pasar cerca de los primeros cerros y ya sin ayuda de la guía, no me quedó otra cosa que recurrir al mapa y a los recuerdos de los sucesos históricos.
Me costó ubicar el Tumbledown, ese monte donde el accionar de los infantes y de los soldados, al mando del Cap de fragata Carlos H. Robacio, hicieron retroceder varias veces el avance inglés dejando en el campo de batalla a más de 300 ingleses muertos. Allí había caído, y sin bajar la guardia, el Subteniente Oscar A. Silva, sanjuanino y egresado del Liceo Militar de Mendoza. Un verdadero héroe, hoy casi olvidado.
El camino que cruza la isla (y permite acceder al cementerio) corre paralelo a la cadena montañosa Alturas Rivadavia (con sus famosos cerros Kent, Harriet, Longdon, donde se libraron varias combates) y cruza suaves lomadas, arroyos y lagunas con escasa vegetación alta. Nos sorprendió descubrir a la distancia los extraños “ríos de piedras”, cauce de ríos secos, cubiertos de grandes piedras de acarreo que parecen que fueron colocadas por la mano de Dios.
Después de recorrer unos 55 km de camino pavimentado y pasar por un costado del aeropuerto de Mount Pleasant (base militar para defender las islas de un posible ataque argentino) las minibuses ingresaron a un camino de tierra, dirigiéndose directamente al pequeño poblado de Prado de Ganso (Goose Green) con la finalidad de hacer un pequeño descanso, antes de pasar por el cementerio.
El desvío permitió recorrer una parte del Istmo de Darwin, sitio donde se libró la primera batalla terrestre y lugar donde murió heroicamente el Tte. Roberto Estévez. Aquí también murió uno de los máximos jefes ingleses: el Tte. Coronel Jones en un enfrentamiento con la sección del Subte. Gómez Centurión. Los ingleses han construido un monumento en su honor que no lo visualizamos por desconocimiento de la joven guía. Luego pidió ayuda a su jefa, también chilena.
Lamentablemente al hablar de la guerra nos martilló con el típico discurso desmalvinizador, muy similar al de muchos de los argentinos que sólo recuerdan la triste aventura de un general borracho que inició una guerra inaudita para recuperar “una isla de mierda, llena de pingüinos”, a decir de Julio Cortázar.
No hace falta dar detalles de lo que ella relató. Lo que sí asombra, todavía, es el silencio que guardó aquel grupo de argentinos ante tantas agresiones verbales. Tal vez fue prudencia. Todavía no visitábamos el cementerio. Tal vez fueron las gotas de agua helada de una imprevista lluvia que, acompañada de fuertes ráfagas de viento, laceraban como alfileres nuestros rostros, lo que nos hizo callar. La verdad es que no tenía sentido discutir.
Luego me enteré por un amigo que el guía argentino les comentó que "las agencias de turismo de las islas tienen guías chilenos y dan su versión".
"Argentine Cemetery"
El cementerio argentino se halla a unos 800 metros al sur del camino principal a Pradera del Ganso y fuera del istmo de Darwin; un brazo de la bahía de Choiseul lo separa del istmo. Se encuentra ubicado en lugar alejado de las casas de Prado del Ganso y Darwin, como lo exigieron los kelpers. Lo importante es que sigue en Malvinas y no lo pueden tocar.
No hay palabras para transmitir lo que se siente al llegar al camposanto y ver esas 237 cruces blancas donde están enterrados nuestros compatriotas; la mitad de las placas con la simple frase «Soldado argentino sólo conocido por Dios».
La enorme cruz al fondo, la imagen de la Virgen de Luján a un costado, la placa de mármol negro, con los nombres de los soldados fallecidos, y las 237 cruces, son suficientes para entender que es el camposanto más importante y significativo de toda la historia nacional.
Eso se siente en lo más profundo del alma. Es imposible no revivir aquellos 74 días del ’82; imposible no sentir pesar frente a una Argentina que todavía no encuentra el rumbo y no visualiza a la Cruz del Sur como el único derrotero que la puede llevar a su recuperación espiritual.
Aquí, en este camposanto, las voces de los muertos, a través de ese zumbido permanente del viento que no se toma respiro, no dejan de advertirnos que aquello fue sólo una batalla y que la lucha para malvinizar al país debe continuar. Sólo de ese modo se podrá levantar la Argentina verdadera, la que está reservada a cumplir con ese destino peraltado que Dios ha dispuesto desde la eternidad entre todas las naciones.