Internarme, la corteza del mundo ha sido sin lugar a dudas la elección más acertada en este momento de mi vida, en que la curiosidad por ese infinito me tiene en dulce vigilia y en un estado de alerta que me acomoda de a ratos los sentidos y me alista el corazón.
Tan dentro de la Amazonia
Su poderosísima fuerza emana de sus raíces más profundas y se eleva hasta la constelación más luminosa, hasta enamorar al más valiente guerrero. Su verde intenso, su brisa justa para menguar la abrasadora humedad y torrencial lluvia, la hacen única en su infinita variedad.
Sus ríos son como los mantos más sacros de las vírgenes más milagrosas, que reposan gentiles y abren paso a las canoas que transportan almas de curiosos visitantes...
Y ahí, en su melodía incesante de aves e insectos, ahí estaba yo, haciéndome fotosíntesis con cada planta, calor con cada rayo de sol, luz con cada amanecer, barro con cada sendero y viento con cada soplo de brisa.
Agradecí el goce intenso de pasar días enteros en un feedback con la naturaleza que se autoabastecía a sí mismo.
Lejos de los mundanos problemas que nos inventamos en la diaria, lejos de las necesidades que nos crean con publicidades absurdas; lejos. Tan lejos, que podía estirar mis manos y tocarlas para rechazarlas.
Tan lejos de lo mundano, tan cerca de lo sabio.
Tan lejos de lo material, tan cerca de lo natural.
Tan lejos de la hipocresía, tan cerca de mis convicciones.
Tan afuera de la superficie y tan, tan adentro de esta corteza.
Amazonas, julio de 2015.