Cincuenta y ocho años de desamparo, abandono, puertas cerradas, despachos ocupados con asuntos de estado “urgentes”, búsquedas y más búsquedas con finales inciertos, penas y tristezas, pero nunca de olvido.
Tenía 4 años cuando ese inusual frío 3 de noviembre de 1965 el TC-48 de Fuerza Aérea desapareció en la selva tropical. Esa terrible noticia azotó en particular a mi familia y a la de los otros tripulantes y cadetes, así como a la sociedad en general. Mi padre, el doctor José Carlos Losano, traumatólogo, tenía una particular función: debía mantener despiertos a los cadetes ya que tenía máscaras de oxígeno para 16 y en total eran 68 pasajeros.
El cadete 60, mendocino, no pudo viajar por decisión de mi padre ya que padecía un tumor cerebral y era riesgoso hacer ese viaje. Al año, él se reunió con sus camaradas tarareando “Adiós muchachos, compañeros de mi vida…” como lo hicieran los restantes cadetes el 2 de noviembre en la despedida de la base Howard (Panamá).
Así, luego de ese 3 de noviembre de 1965 comenzó el duelo de numerosos padres, esposas, novias, hijos, hermanos, tíos. Todos juntos orando, aguardando por un milagro, que los encontraran con vida.
Transcurrieron días, semanas, meses, años. Mi historia siguió con un inicio más temprano en la escolarización, el comienzo de una carrera universitaria, luego el trabajo, casamiento y la conformación de mi propia familia.
Un padre, mi padre, cuantas veces le hubiera preguntado ¿está bien? ¿qué te parece? ¿qué opinás? ¿Me llevas al altar? ¿Haces los choripanes para festejar el título de bióloga?
Lo recordamos y homenajeamos todos sus familiares de distintas formas. En sueños lo he visto en esa casa con escalera a la intemperie, con su camisa blanca y pantalones de lino claro. Pero, de pronto el sueño termina, no está más, intento buscarlo, pero su rastro ha desaparecido de nuevo.
Pasaron 58 años, pero los seguimos buscando (frase de Regina Zurro, hija del comandante Mario Nello Zurro).
María Alejandra Losano. Hija de comandante Jose C. Losano.