La obra de un pensador mendocino a un año de su partida

La obra de un pensador mendocino a un año de su partida

Cuenta Platón que, camino a la muerte, Sócrates, su maestro, dejó como enseñanza postrera estas palabras: “No existe mal alguno para el hombre bueno, ni cuando vive ni después de muerto”. Ciertamente, cuando Sócrates (que, además de filósofo, fue soldado y artesano) hablaba, en ese momento supremo, del “hombre bueno” se estaba refiriendo a algo muy diferente a lo que nosotros, hombres del siglo XXI, pensaríamos al trazar el perfil de un hombre bueno.

Para nosotros este último es casi un ser digno de lástima, sin carácter, sin vigor, un hombre cuyo único mérito sería tener dibujada una sonrisa para cada ocasión y cuyo único interés consistiría en pacificar los ánimos en cualquier circunstancia, aun en aquellas en que el ánimo debe ser semejante, como quería el mismo Platón, a un caballo brioso domado a fuerza de fustazos.

Si queremos saber qué era el hombre bueno para Sócrates, debemos mirarlo al mismo Sócrates.

En efecto, el hombre para el que “no existe mal alguno”, es aquel entregado a la vida como a un trabajo supremo, como a una aventura seria y arriesgada, como a un peregrinaje esperanzado. Es el que busca la verdad, que comunica con la diligencia propia de la caridad espiritual lo que va descubriendo en esa búsqueda, y que sin descanso hace el bien allí donde está.

Nada mejor que esta evocación socrática para recordar al maestro Abelardo Pithod, de cuyo fallecimiento se cumple el primer aniversario este 19 de junio.

La obra intelectual, periodística, institucional y humana que llevó adelante este pensador mendocino, honra a nuestra provincia.

Graduado en filosofía en la UNCuyo, se especializó en psicología social y en sociología en prestigiosas universidades europeas. De regreso a su provincia ofreció con generosidad incansable el fruto de sus estudios (y de su “vida buena”) en una obra intelectual e institucional realmente monumental.

Una síntesis feliz de esta obra institucional, fue y es el prestigioso Centro de Investigaciones Cuyo.

El centro de gravitación de su reflexión fue, sin duda, la psicología a la que se aproximó y se introdujo de lleno, siempre desde la mirada sapiencial del saber filosófico, aristotélico y tomista para más señas.

Esto le permitió surcar el mar del saber humanístico en general (y psicológico en particular) del siglo XX, con la serenidad del navegante en posesión de una brújula segura y precisa.

Se adentró con lucidez en los problemas sociales, económicos y culturales de la actualidad mediante un centenar de ensayos y artículos que rezuman sentido común, precisión en los diagnósticos y lúcida y valiente radicalidad en las propuestas.

Su obra constituye, a nuestro modo de ver, un esfuerzo intelectual ímprobo por desenmascarar y desentrañar los mecanismos psicosociales que generan hombres de espaldas a su propia condición y, por tanto, diversamente enfermos.

No podrían sintetizarse aquí los sutiles análisis que hace al respecto. Quizá sea suficiente con recordar, en esta época de excepción, de qué modo tan lúcido entrevió el potencial destructivo de la esfera interior y de la dimensión interpersonal, que poseen las nuevas tecnologías y su uso adictivo. Éstas instalan una aceleración y una trivialización que conspira contra el espíritu y mina la concordia en tanto fundamento del tejido social.

Si, como creemos, Sócrates tenía razón cuando anunció el destino de ultratumba del hombre bueno, tenemos por seguro que solo para nosotros la partida de don Abelardo fue una pérdida. Para él ha sido el premio definitivo, la ganancia suprema.

Santiago Hernán Vazquez

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA