Lamentablemente nuestro país ha vivido siempre entronizando líderes, o mejor dicho, políticos que se convierten en caudillos, y a ellos los siguen multitudes de personas. Muy pocas veces hemos tenido políticos estadistas y desgraciadamente, solo hemos tenido caudillos a quienes hemos seguido obnubiladamente. Eso es lo que ocurre con nuestros dirigentes actualmente: jamás se ponen de acuerdo. En una sociedad organizada, las personas acuerdan. Tienen sus diferencias, pero al final, antes de que la cuerda llegue a romperse, llegan a un acuerdo necesario para poder dirigir concientemente a la sociedad.
Por el contrario, nuestros políticos se pelean todo el tiempo. Si uno dice una cosa, el otro tiene que opinar lo contrario. Nunca de ponen de acuerdo, y cuando logran sacar una ley o un buen pacto para mejorar la sociedad, sale porque una fracción caudillesca, se impuso a la otra: no por un acuerdo. Lamentablemente hemos caído en esas situaciones, en que el otro no es el contrincante, sino el enemigo. Es el mal. Es el que no tiene la razón. Y por el contrario, el que cree tenerla, lleva sus acciones a las últimas consecuencias.
Así nuestro país, jamás saldrá de lo mediocre. Es imposible que nuestros gobernantes logren buenas medidas a favor de la comunidad, si viven peleándose, si no se respetan, si no se hablan, si no acuerdan.
Y el pueblo, el pobre pueblo, es el que sufre las consecuencias de las peleas entre los dirigentes. Lo que conlleva a que cada día vivamos peor, en la pobreza, en la disociación social, en la grieta eterna que nos divide como argentino.
Es hora de que los responsables de dirigir partidos políticos, bajen un cambio, hablen con sus oponentes, nunca sus enemigos, y razonablemente lleguen a un acuerdo que le sirva a la sociedad, no a su propio beneficio.