Leer en tiempos de pandemia

Leer en tiempos de pandemia

Si es por nombrar el momento, la palabra contagio tiene una primacía de significado hasta entenderse delirante, si se quiere. No obstante, detengo este presentimiento para escuchar la instancia de esta sintonía que arremete a una aparición de imágenes superpuestas donde el tiempo parece amontonarse y a la vez se deja escuchar en burbujas aisladas que buscan la inquieta necesidad de sabernos más protagonistas que nunca.  Este pensamiento se descuelga en la escena como una marioneta que articula intentos de gestos e interpretaciones.

Tanto suceso mundial se bifurca de sentidos y de sin sentidos. El apego y el desapego en cada instante parecen jugársela. Dice J. L. Borges: “Creo que un escritor no debe intentar nunca un tema contemporáneo, ni una topografía muy estricta. Porque inmediatamente van a descubrir errores. O, si no los descubren, van a buscarlos y buscándolos, los encontrarán.…   De modo que creo que conviene cierta lejanía en el tiempo y en el espacio... Si no me engaño, la Ilíada se habrá escrito dos o tres siglos después de la caída de Troya. Creo que la libertad de la imaginación exige que busquemos temas lejanos en el tiempo o en el espacio, o si no, como están haciendo los que escriben ficción científica ahora, en otros planetas. Porque si no, estamos un poco trabados por la realidad y la literatura se parece ya demasiado al periodismo”.

Este devenir de estados e inquietudes abstenidas es posible que busquen el silencio. Ante la escenografía pandémica  la lectura se inquieta a ser buscada silenciosamente, se adhiere, se hace cómplice,  quiere contagiarnos.

Leer en silencio, deja un apego donde la trama haciéndose secuencias delira con las voces internas del lector.  Es entonces donde la lectura absorbe supuestos, interrogaciones como infidencias ante el paso de las páginas  y tiene la posibilidad de mediar con la percepción  de quien la protagoniza. Todo se amalgama para movilizar la aparente hegemonía de un presente aislado, que nos llena de pausas e incertidumbres. Las escenas lectoras actúan como un espejismo donde ese presente se refleja absorto, expectante.

El aislamiento se las ingenia para acercar bibliotecas, ellas son  acogedoras de la soledad diseminada globalmente.  Ante tal experiencia, la mirada sensible al leer busca una inventiva que colabore a visualizar , aún en una forma ligera, la inmediatez de un tiempo que ya se debate novelesco, indagándose a sí mismo.

Leer conlleva al hallazgo, a la proximidad, de un presente que ya se narra a sí mismo.

Raquel Aznar

Docente y escritora

Luján de Cuyo

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