Desde el siglo pasado los nacidos en esta tierra generosa envuelta por la celeste y blanca, sentimos desde lo más profundo la argentinidad de unas Islas bañadas por el Atlántico Sur: las estrofas referidas a la “perla austral” entonadas en la escuela, su dibujo en el extremo inferior derecho del mapa de la República.
¡Sí, las Malvinas son argentinas!
Fuimos guardando en nuestro interior su historia: que fueron descubiertas hace cientos de años por franceses o españoles, pero que aquéllos se las cedieron al Reino de España, quien las poseía en 1810.
Cuando nos independizamos las heredamos con todo el resto del territorio que conforma nuestro país y que allí vivieron pacíficamente compatriotas gobernados por un tal Vernet hasta 1833, que una hija suya Malvina Vernet fue la primera argentina en nacer en esas frías latitudes.
Un 3 de enero de 1833 llegaron los ingleses, arriaron la celeste y blanca, embarcaron hacia el continente al gobernador, a su familia y demás pobladores, y se quedaron en y con ellas.
Desde esa época, nuestras autoridades condenaron esa usurpación reclamando nos sean devueltas por ser su legítimo dueño.
Pasaron casi ciento cincuenta años y al borde de una posible argumentación adquisitiva por posesión, se lanzaron en su rescate valientes argentinos que un 2 de abril de 1982 arriaron el pabellón del león inglés sin causar daños en las vidas de los isleños e hicieron flamear nuevamente la enseña que Belgrano nos legó.
Pero ese legítimo deseo de recuperarlas se vio dolorosamente tronchado, no así la ilusión de que pacíficamente algún día un sucesor de Vernet gobierne en ellas, que otras Malvina Vernet nazcan en ellas, porque San Martín ya mencionaba esas islas argentinas.
* La autora es presidenta de la Asociación Damas Pro Glorias Mendocinas.
