Veo casi todos los días como se degrada una sociedad. Se pulverizan los valores humanos. El reconocimiento deja de ser una constante, para pasar a ser sólo una falacia.
Muchos tienen grandes prepagas, pero si un hijo se enferma lo llevan al hospital público porque es el único que genera confianza. Si alguien se cae en la calle medio muerto, una ambulancia lo asistirá y llevará adonde más rápido lo atiendan. Atienden un parto, abren una cabeza y sacan un coágulo o colocan tornillos en una pierna fracturada… gratis si no tenés obra social o una prepaga, además de asistir al paciente en todo lo que necesite o dar los remedios en la boca.
Estos son méritos de un Estado presente. El motor de todo esto y al que debemos apoyar es el personal de salud. Pero no pocos miran para otro lado. Entonces, duele esa indiferencia. Nos acariciaban el alma cuando nos aplaudían, pero ahora no vemos a nadie.
El sistema de salud atiende al rico, al pobre, al delincuente, y a cualquier ciudadano. Cuando gritemos juntos ¡Argentina!, ¡Argentina! no solo pensemos en una copa de fútbol sino también acordémonos de quienes están en una guardia médica y de los que nos protegen ante cualquier emergencia. En una palabra: quiero sentir de nuevo al pueblo argentino aplaudir a sus héroes, los trabajadores de la salud.