Se entregaron de premios del Concurso “Contá un Cuento con Tintero” 2020, 12ª Edición, a los ganadores y menciones especiales, cuyas producciones serán publicadas en la sección “Chicos Escritores” de Revista Tintero en enero y febrero de 2021.
La ganadora fue Luz Araujo Tejeda, con su cuento “Yo, me quedo en casa”'. Las menciones especiales recayeron en Lourdes Silvia Gómez Roldán, autora de “La casa con oficios” y Tiziana Quattrini, que escribió “Radioactivo”. Todas recibieron relojes Marvel, un kit de libros y material didáctico.
Integraron el jurado Silvina Juri, directora de Edelij, Espacio de Literatura Infantil y Juvenil, Alejandro Frías, periodista, escritor y editor de Ediciones del Retortuño y Alejandro Cobo, responsable de Medios en la Educación y editor de Revista Tintero, de Los Andes.
Mi casa, mi lugar
El jurado también seleccionó seis cuentos para ser publicados durante enero y febrero de 2021 en la sección “Chicos Escritores”: Iara Giovanna Alloisio Prada (“Mi casa, mi lugar”), Bernardita Falconi (“Una casa maravillosa”), Paloma Guadalupe Díaz Ricciardi (“Paloma, la pajarita rebelde”), Bautista Herrera (“Las aventuras de Bauti y Theo”), Francisco Rodríguez Villegas (“Mi perra es una espía”) y Jeremías Lautaro y Genaro Bautista Otelo Martínez (“Mi casa, mi lugar, nuestra casa, nuestro lugar”). ¡Felicitaciones a todos y muchas gracias por participar!.
El cuento ganador
Yo, me quedo en casa - Por Luz Araujo Tejeda
Mi casa siempre ha sido y es un lugar donde mis cinco hermanos, mis padres y yo encontramos donde reponer fuerzas, comer cosas ricas y compartir la vida.
Desde que empezó esto de la pandemia, de la circulación del COVID-19 y tuvimos que quedarnos en casa me pasó, primero, que sentí que mi casa se hacía chiquita, las ventanas con rejas no me dejaban ver hacia afuera y a los espacios interiores los veía llenos de gente y sus ruidos. Solo me quedaba refugiarme en mi habitación y cerrar la puerta aunque, así y todo, se me hacía más pequeño aún.
Cada día igual al otro, hasta que una tarde mi papá me pidió que le subiera una caja a la parte más alta del placar, un lugar del que ni me había dado cuenta que existía. Cuando acomodé la caja, otra cayó y, de adentro, muchos sobres blancos salieron volando. Sorprendida, primero, por el desorden que había hecho pero más porque a esos sobres solo los conocía por Internet, jamás había tenido uno en la mano.
Cuando estaba por abrir uno llegó papá corriendo y, muy nervioso, me sacó el sobre. Rápido, comenzó a juntar los otros tirados, los metió en la caja y me pidió que nunca más la tocara y, que por favor, me fuera de su cuarto.
Desde ese día, mi casa se hizo enorme como un castillo que guardaba un secreto o más y mi misión era descubrirlo. ¿Por qué esos sobres pusieron tan nervioso a papá? ¿Qué dirían esas cartas?.
Yo estaba atenta a todo momento a que mi padre saliera de la casa para poder ir a sacar la caja con los sobres. Muchas veces fracasé porque, en tiempos de pandemia, él estaba en casa todo el tiempo.
Un día, la suerte estuvo de mi lado. Al vecino le estalló un caño de agua en el patio que inundó el nuestro y eso mantuvo ocupado a mi padre toda una tarde. Rápidamente salté del sillón, corrí a su habitación con agilidad y precisión, tomé la caja y me encerré en mi pieza.
No sabía con cuánto tiempo contaba. En el suelo, de un lado de la cama, tomé las cartas de a una o de a dos y las leía como devorando las palabras. Cada una parecía ser parte de un código que aún no comprendía. Robar, lejos, tesoro, luchar, nosotros, muero, pirata.
Estaba tan concentrada que nunca escuché que papá había entrado a la habitación y me miraba. De pronto escuché cómo se aclaró la voz y muy asustada me paré de golpe y lo miré temblando, no podía decir nada. Mi cabeza, a mil, se preguntaba: “¿Quién era papá realmente? ¿Estaríamos seguros con él? ¿Mamá sabría algo?".
Papá, con una sonrisa en la cara, se acercó, me abrazó y me invitó a que leyéramos las cartas, juntos. Me contó que todas hablaban del amor que se tenían con mamá cuando fueron novios y que, como habían estado separados dos años por estudios que él hizo en Buenos Aires, se escribieron una carta por día para, así, achicar distancias. Como le daba un poco de vergüenza lo que había escrito en algunas de ellas, no quería que yo las leyera.
Ahora, yo me quedo en casa más contenta, me acerco a mamá o a papá para pedirles que me cuenten historias de las que vivieron cuando eran niños o jóvenes, tan diferentes de las que vivimos hoy las chicas y chicos en tiempo de pandemia.