La primera novela de Abelardo Arias (1908-1991) alcanzó un éxito resonante en el mundillo literario argentino: como prueba están las cartas con encendidos elogios que dirigieron a su autor los nombres más relevantes de la cultura argentina, como se ha podido constatar a través del epistolario depositado en el Centro de Estudios de Literatura de Mendoza (CELIM), de la Facultad de Filosofía y Letras.
En ese corpus destaca la correspondencia mantenida con Alfredo Bufano, que no se limita solo a la ya publicada “Álamos talados” (1942), sino que adelanta consideraciones sobre los planes escriturarios de ambos: el poeta ya en la madurez de su arte, el narrador comenzando su carrera literaria, con las dificultades que supone en todo escritor primerizo seguir manteniendo el nivel de su primera y exitosa publicación.
En el caso de Arias, el borrador sin fecha de una misiva dirigida al poeta mendocino, adelanta lo siguiente: “Gracias, una vez más, por sus nobilísimos deseos para mi obra futura. Estoy escribiendo mi segunda novela, se llama ‘La muralla’”. Aquí el primer dato llamativo, que luego comentaré.
Alfredo Bufano, en la carta fechada el 21 de agosto de 1944, también alude a ese texto, con el mismo nombre: “Es posible que en octubre vaya a Buenos Aires a inaugurar la exposición del libro mendocino. Allí diré las mías y tendré el gusto de darle un gran abrazo. ¿Y ‘La muralla’? Escríbame ¡Se me ha sentado en la retranca, mi amigo! Recuerdos del río Diamante y de los rosales de la cerca de su casona”.
Ahora bien, sabemos que la segunda obra publicada por Arias es “La vara de fuego” (1947), cuyo título sí ostenta las cabalísticas trece letras que llevan los nombres de todas las novelas de Arias (no así sus diarios de viaje). ¿En qué momento se produjo el cambio? ¿Surge con este texto la cábala que busca asegurar un triunfo similar al de la obra primera?
Sea como sea, la segunda denominación -aun comportando similar idea de separación y de obstáculo- es notablemente más expresiva que la primera y remite a esa clave bíblica que -junto con las referencias al mundo helénico y pagano- es constante en la narrativa de Arias. En efecto, la “vara de fuego” se relaciona, al igual que los álamos caídos de la primera novela, con la pérdida del paraíso, al aludir a la espada flamígera del ángel que Dios colocó a la entrada del Edén luego de la expulsión de Adán y Eva (cf. Génesis 3, 22-24).
Por su parte, Lorena Ivars (2006), en “La novela autobiográfica en Abelardo Arias. A propósito de ‘La vara de fuego’”, propone una interpretación distinta, aunque también de raigambre bíblica, en tanto postula que el título ha sido tomado del Cantar de los Cantares (III, pr. 6): “¿Quién es ésta que sube del desierto/ como vara de humo/ de oloroso perfume de mirra e incienso /y de todos los aromas?”. Considera entonces que “Arias recurre de este modo a lo que Frye considera una imagen de condensación, esto es, la alusión explícita a un elemento de procedencia bíblica, que dispara una riquísima red de potenciales significados” (Revista de Literaturas Modernas N° 36, p. 154).
Ivars destaca también que esta es la obra que más ingrata le resultó: “jamás logra satisfacer la exigencia del autor pese a las cuatro correcciones que sufre el manuscrito original: a la primera edición en ‘Ulises’ (1947), sigue la reescritura casi en su totalidad que entrega a la editorial Astral en 1968; una tercera edición es publicada por Vosotras, en 1975, y la versión definitiva llegará con dos sucesivas ediciones en Macondo, en el año 1978″ (2006, p. 138).
Abelardo Arias, en el texto de una conferencia emitida por Radio El Mundo en 1944, el 13 de junio, se refiere a esta suerte de parálisis espiritual experimentada en el proceso de escritura: “La alegría [por el reconocimiento merecido por ‘Álamos talados’] se ha ido esfumando ante la responsabilidad de ‘entrar por la puerta grande’. Llevo ya más de dos años trabajando en la segunda novela. A veces me acecha el temor de defraudar a los que confiaron en mí y tal estado de ánimo me acompaña hasta ubicarme frente a las cuartillas en blanco o tachadas, corregidas y vueltas a corregir”.
Este largo proceso de gestación es el que justifica el reclamo de Bufano en la carta aludida. Y las palabras de Arias al respecto: “no sé cuándo estará lista; quiero que madure sola, como los frutos de nuestro San Rafael”. Ahora bien ¿cuál es su causa? Ante todo, siempre según Ivars, esta novela y la primera “conforman el anverso y reverso del escritor, en tanto espejos en los que refracta su personalidad y justifica sus decisiones de vida” (2006, p. 139). Una, de ambiente mendocino y referida a su adolescencia, la otra, de ambiente porteño y relacionada con su juventud, ambas giran alrededor de dos temas centrales: la amistad y sobre todo el amor.
Sin embargo, la clave interpretativa ya mencionada es la que asegura la trabazón existente entre ambas novelas, en una continuidad que es puesta de relieve por Ivars: “Sujeto ahora al paso destructor del tiempo -ya no al tiempo estático del paraíso sanrafaelino- Aldecua experimenta los mayores dolores de la Humanidad: la soledad absoluta, la muerte del amor, la guerra, la pérdida definitiva del Paraíso. No obstante, se empeña en reconstruir lo perdido, aunque sólo logre un remedo del Paraíso original. Se representa así una parodia demoníaca del Edén y de la hierogamia original” (2006, p. 151).
En realidad, “La vara de fuego” es la tercera parte de una trilogía que se completa con “La viña estéril” (1968), que retorna al entorno mendocino, y que está unida a las anteriores por su carácter en cierto modo autobiográfico y por la recurrencia al intertexto bíblico (en lectura de Ivars, El Cantar de los Cantares), que se sintetiza así: “en el caso de ‘Álamos talados’, se da la comparación del cuerpo de la mujer amada (Dolores) con las viñas, los jardines y el despertar de la naturaleza. La unión del protagonista con la joven representa así la alianza entre el rey y su tierra simbolizada en el texto bíblico. Por otra parte, en ‘La vara de fuego’ […] simboliza la mujer que es guía a través del dolor. La muerte de la joven y del hijo de Aldecua se convierten en tema de la infertilidad humana, en la ruptura de la alianza entre el rey y su esposa […] en ‘La viña estéril’, como su título adelanta, este pacto se ha quebrado definitivamente. La esterilidad de la protagonista y su venganza para con los hombres tiene asidero en su referente mitológico. Diana representa así el aspecto terrible de lo femenino” (Ivars, 2006, p. 155).
Esta posibilidad de lectura que enlaza los tres textos constituye una interesante propuesta para revisitar la obra de Abelardo Arias.