Corría mayo del 2011 cuando “Conmigo no, Barone” se convirtió en un latiguillo entre aquellos que resistían el kirchnerismo. Y corría 2016 cuando definió que Mauricio Macri le parecía “mortal” de aburrido. E igual de implacable fue en otros años, con otros gobiernos, siempre anclada en su “tercera posición”.
Porque Beatriz Sarlo, quien falleció a los 82 años este martes, era una “rara avis” entre los intelectuales argentinos. Iconoclasta, inconformista, jamás se acomodó en ninguna orilla de la grieta. Decir eso es bastante. E incluso quizás esa sea su herencia más grande: enseñarnos que se puede pensar el país fuera del maniqueísmo ideológico.
Era, sí, una polemista de alto vuelo, y nos ha dejado episodios memorables, como cuando dejó plantado a David Viñas en la televisión. Era alguien que manejaba la retórica como ya no se acostumbra en el debate público, además. Su trayectoria política (que fue, con las décadas, del peronismo al marxismo) y su apabullante cultura revestían sus palabras de una autoridad incuestionable. De hecho, se regodeaba de ello.
Pero además, Sarlo jamás se negó a dar un debate. Podía intercambiar opiniones con interlocutores de cualquier signo político y superar superficialidades. Como ocurrió con Tomás Rebord y con Pedro Rosemblat (ambos streamers kirchneristas).