Una portada en dos tonos de amarillo, un apellido como todo cartel en la misma y un orificio en el medio que invitaba a entrar o a escaparse al vacío. O tal vez, a llegar “allí donde quisiste estar / tan cerca de desesperar”. Aquel 1 de noviembre de 1993, es decir, hace 30 años, llegaba a las bateas el primer disco de Amor amarillo, una obra íntima, un grito personal que Gustavo Cerati, líder de una de las bandas más exitosas de su tiempo, editaba en uno de los momentos más prolíficos de su carrera.
La estética minimalista de la portada no era una mera argucia estética sin sentido. Al contrario, Cerati traía de los ojos a los oídos de su público una obra despojada, tocada casi íntegramente por él, y que ejercía de autorretrato instantáneo de su presente. Pero, sin embargo, al mismo tiempo, lanzaba vasos comunicantes a la historia de la música de la que él sabía, ahora, ya estaba formando parte, y por ello la conexión con Artaud, el disco que Luis Alberto Spinetta había publicado (bajo el nombre de su banda Pescado Rabioso) exactamente dos décadas atrás era inocultable.
Aunque no tuvo presentaciones en vivo y recibió una difusión modesta, Amor amarillo fue una contundente muestra del talento sonoro y lírico de Gustavo Cerati, y marcó un prestigio y un éxito como solista que llegaría a equiparar la altura del que había construido con Soda Stereo.
Pero hagamos un poco de prehistoria para esta joya gualda del rock argentino de los 90.
El año 1992 había sido intenso y productivo para Gustavo Cerati. Intenso en actividad profesional y cambios personales, y productivo en cuanto a la composición, grabación e interpretación de nueva música. Era, sin dudas, un momento de plenitud y de deseos irrefrenables por seguir abriendo caminos en su obra.
En marzo de ese año, por ejemplo, había sorprendido con Colores santos, un disco que firmó con Daniel Melero, y que no sólo daba muestras de su afán experimental con lo que sonaba en ese momento (particularmente, la música electrónica y el rock “sónico” que asomaba en la Argentina), sino que también era una muestra de que la carrera de Cerati podía prescindir de Soda Stereo, la banda que lideraba. Sin embargo, no había ruptura por el momento, y de hecho, en octubre el trío que completaban Zeta Bosio y Charly Alberti paría un nuevo disco, también signado por la experimentación: Dynamo. Ambos discos, Colores santos y el que grabó con su banda pueden considerarse hermanados sonoramente y también por el hecho de que Melero firma varios temas.
Los agitados meses que se sucedieron a las obligaciones derivadas de ambas obras, y especialmente la gira internacional para presentar el disco de Soda –que contenía grandes canciones como En remolinos, Primavera 0 o Sweet sahumerio– llevaron a Cerati a un retiro particular: primero, se mudó a Chile con su esposa, la modelo y cantante Cecilia Amenábar. La pareja esperaba su primer hijo, así que valía la pena el descanso.
Por supuesto, para un músico inquieto, inspirado por la situación y con tiempo a su favor, era inevitable seguir adelante con la composición. Con Soda Stereo en pausa y con intereses o gustos personales con los que no había dique de contención, entonces, Cerati se decidió a grabar las canciones que compuso mediante un procedimiento que luego formaría parte de su estilo en los años venideros: la utilización de samplers, el uso de cajas rítmicas, la asunción de casi todos los instrumentos a su cargo con excepción de algunos en los que requirió invitados.
Si uno lo mira así, no es muy distinto, al fin, la situación a la que había arribado Spinetta en 1974: también su banda estaba dispersa, también tenía urgencia por seguir cantando, también debía hacerlo prácticamente solo, a costa de desnudar las canciones de instrumentos o agregarle sólo los necesarios.
Tal vez se pecaría de analogismo al avanzar en más semejanzas entre un disco y otro. Amor amarillo no tiene el mismo tipo de despojo sonoro que Artaud, porque Cerati utiliza máquinas, guitarras distorsionadas, teclados y hasta acude a voces invitadas. Pero el espíritu es el mismo, tanto que invoca a su mentor musical con un homenaje que ha hecho historia: la versión de Bajan, de aquel disco de 1974, en una réplica casi idéntica hasta el original hasta la coda en la cual Cerati le agrega un instrumental electrónico que lleva de un salto la canción desde los 70 hasta los 90. Un detalle nada inocente: tanto en Amor amarillo como en Artaud, Bajan es el séptimo tema de la lista.
Las otras canciones son pura inspiración. El tema que da título al disco es el que abre el fuego, una balada que despierta con el punteo deformado de una guitarra eléctrica, y donde la voz y los versos de Cerati (con fragmentos como “hay algo en el aire / un detalle infinito / y quiero que dure para siempre”) toman todo el protagonismo.
Luego llega una seguidilla notable, con el evocativo Lisa (canción que le daría el nombre a la hija del música, pocos años después), el hit Te llevo para que me lleves (donde comparte voz con la esposa), el hipnótico Pulsar (que incluye un sampler de Alan Parsons Project) y el poderoso Avenida Alcorta, entre otros más.
A tres décadas de su publicación, Amor amarillo se nos aparece como el Cerati más íntimo de todos los que conocimos. Una intimidad capaz, sin embargo, de dialogar con otros músicos, pero que, con el tiempo como aliado, resulta hoy una rara obra maestra que cada vez que suena queremos “que dure para siempre”.