Ni siquiera leyendo la dura información de una supuesta gacetilla, en la que dijera que se trataba de una historia de cuatro varones, con un patriarca a la cabeza y pocas mujeres en el elenco, alguien podría decir que Bonanza fue una serie machista. La historia de los Cartwright, que este lunes 12 cumple 63 años, tiene mil definiciones mejores. Y merecería estar en el streaming.
Las válidas miradas de género de estos tiempos no siempre pueden aplicarse a cosas del pasado. Para eso existen los contextos socioculturales y los climas de época. Y el padre y sus tres hijos que cabalgaban rumbo a La Ponderosa llegaban a los hogares de fines de los ‘50 para contar otro cuento.
Un cuento que se transformó en clásico de las series, ésas que hoy son las vedettes del entretenimiento audiovisual. Pero que existían desde mucho antes del boom de Lost, La casa de papel, El juego del calamar o House of Cards.
Los Cartwright, de paseo por las calles de Virginia City. Eran el emblema del pueblo.
Estrenada por la NBC el 12 de septiembre de 1959, la icónica historia moldeada en el western fue la primera producción de una hora grabada a color en los Estados Unidos. A la Argentina llegó en 1961 y, a lo largo de sus 14 temporadas, se floreó por varios canales (fundamentalmente el viejo Teleonce y Canal 9).
Claro que aquí, ni las camisas leñadoras, ni sus chalecos, ni sus sombreros de cowboys se corrían de la gama de los grises.
Quiénes eran los Cartwright
En el borrador de David Dortort, que luego hizo el trazado infalible de El gran chaparral (1967), decía que la intención era presentar una familia atípica, de un hombre adinerado, tres veces viudo, con tres hijos a cargo, cada uno fruto de una madre distinta.
Así conocimos a don Ben Cartwright, el dueño de La Ponderosa, esa casa que debería pertenecer al mobiliario televisivo por excelencia, interpretado por Lorne Greene. Como buen hombre de a caballo, sabía tenerlos a trote. El que más difícil se la hacía era Adam (Pernell Roberts), el mayor, arquitecto, constructor de su mega rancho, hijo de Elizabeth.
El del medio era el bonachón del cuarteto, de contextura grande y corazón sensible, anotado como Eric, pero respondía al grito de Hoss. Era hijo de Inger y siempre estaba dispuesto a ayudar hasta al enemigo, en un extraordinario trabajo de Dan Blocker, el actor que murió en 1972, y su partida fue apagando de a poco la llama de la serie.
El más chico de los Cartwright era el galán, Joseph, conocido como ‘Little Joe’, apasionado y sanguíneo. Fue el salto a la fama del joven Michael Landon, que en 1974 pasó de “hijo de” al “padre de La Familia Ingalls”.
Ninguno de ellos se parecía al otro, pero entre los cuatro armaban un mosaico completo. Y si tocaban a uno de los Cartwright tocaban a todos. Eran tipos leales. No jugaban a “los machitos” de Virginia City, como se llamaba el pueblo que estaba a tiro de La Ponderosa, en un paisaje sublime, con el Lago Tahoe a unos metros, para espejar las fantasías de los televidentes.
Western con aroma a comedia dramática familiar
En 1966 compitió como Mejor serie dramática en los Premios Primetime Emmy, pero la estatuilla fue a manos de El fugitivo, producción de la cadena ABC. Ojalá este lunes, en la ceremonia del 2022, alguien le guiñe un ojo a la memoria de Bonanza.
Si bien no arrasó en todas las entregas y festivales en los que se presentó, sí supo ganarse la etiqueta de ser una de las más longevas de la TV, con 14 temporadas, acumulando un total de 431 episodios. Durante varios años, en los ‘60, llegó a ser lo más visto de la pantalla estadounidense.
Los tres hijos de Ben Cartwright, los dueños de La Ponderosa.
Como gran parte de las factorías de esa época, a pesar de las pistolas y la atmósfera de acción, Bonanza apuntaba a un público familiar. Eso, entre otros puntos, le permitió sostenerse con éxito en el tiempo. Jamás fue serie de nicho ni “sólo para varones”, norte que algunas vez tuvo la mayoría de los western.
En este clásico de la pantalla chica, los Cartwright hablaban de tiros y peleas, pero también se hablaba de vínculos en todas sus formas.
En cada episodio, además del conflicto del día por las tierras, o con el Sheriff, o por el ganado, siempre había algo de las emociones más íntimas y más genuinas como tema. Y en los enfrentamientos domésticos de padre e hijos, o entre hermanos, también había algo de melodrama como subgénero.
Las razones para desempolvarla
Por las actuaciones, por el planteo, por la producción, y porque evidentemente no tiene fecha de vencimiento, Bonanza podría convivir perfectamente con las series más modernas en cualquier catálogo de streaming. Basta con ver varios de sus episodios en YouTube, que invitan a encender la añoranza, la nostalgia, a regodearse con los relatos simples pero efectivos.
De hecho, el primero, ése que se estrenó hace exactamente 63 años un día como hoy, llamado Una rosa para Lotta, ya desde el título suelta más pétalos de romanticismo que de pelea del lejano oeste.
Y, como a lo largo de toda su travesía, este capítulo también ofrece un mix: sin ánimo de spoilear, Lotta es una actriz que intentará seducir a los Cartwright para conseguir que Ben ceda sus maderas y los mineros se puedan salir con la suya.
Dueños de una gran fortuna, repartida entre las tierras, el aserradero y el ganado, ellos representan el esfuerzo, la lealtad a las raíces, algo de la ambición y un poco del viejo espíritu del cowboy.
Con un par de meses al aire y antes de que terminara el ‘59, buena parte de la colonia artística quería ser parte del fenómeno. Y por ahí pasaron, a modo de “participación especial” o “invitado”, figuras como Ron Howard, Leslie Nielsen, César Romero, el gran Charles Bronson, Lee Marvin, Ricardo Montalbán y hasta El Zorro: Guy Williams fue uno de los Cartwright, Will, por cinco episodios.
El principio del fin
Si bien la historia empezó a apagarse tras la muerte de Blocker, para despedirse definitivamente el 16 de enero del ‘73, había tenido un bajón de tensión en el ‘65, cuando Pernell sentía que estaba para más y colgó las botas del cowboy, sin bajarse (simbólicamente) del caballo.
Cuentan las notas de la época que sus discusiones con el creador se habían vuelto insostenibles. Él quería que la trama fuera algo así como ‘Adam Cartwright y tres más’. Pero más allá de eso no fue una producción atravesada por las polémicas.
Una vez terminado el programa, La Ponderosa pasó a ser un centro turístico, con una tienda que ofrecía merchandising de Virginia City. Funcionó hasta el 2004 y, luego, las diez hectáreas y la casa se pusieron en venta. Tras varias idas y venidas, un comprador pagó 38 millones de dólares, le agregó ambientes, baños, dudoso gusto y el querido rancho, de alguna manera, dejó de ser lo que era.
Pero nadie podrá quitarlo de la memoria de los televidentes que lo hayan visto. Que lo hayamos visto.
Cómo olvidar la temperatura que tomaba el mapa de ese rincón de Nevada -hasta hacer llama- en la presentación de cada capítulo y que abre esta nota. La cortina musical, de tan pegadiza, insiste con quedarse e invita a recordar los viejos tiempos. Porque series buenas, simples pero buenas, hay desde muchísimo antes de que el cable o el streaming existieran.