Si hay un funcionario en el ojo de la tormenta o, más bien —para utilizar una metáfora acorde— en “el foco de la cámara”, ese es Carlos Pirovano. El licenciado en Economía es el presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) del gobierno de Javier Milei, y esa cartera ha tomado polémicas decisiones en los últimos tiempos.
Pirovano llegó a Mendoza para dar una charla y repasar las razones de los cambios (que incluyen un decreto que modifica la ley vigente desde 1956) y para explicar el rumbo que quiere llevar con lo que considera una nueva etapa del INCAA. Lo hizo en el marco del lanzamiento de la filial Mendoza de Apertura Republicana, agrupación que reúne a los “liberales del PRO” local. Para ellos Pirovano preparó esta charla de título desafiante —”La industria audiovisual en Argentina: del desquicio a la libertad”— en el hotel Hilton, pero antes su agenda incluyó un encuentro con el subsecretario de Cultura, Diego Gareca; la participación en la reunión de la Mendoza Film Comission (perteneciente al Ministerio de la Producción); un almuerzo con el intendente de Ciudad, Ulpiano Suárez y la visita al Distrito 33 (polo audiovisual en el Parque San Martín), para recorrer el Museo Interactivo Audiovisual y reunirse con la gente del clúster FilmAndes. Además, en esa apretada agenda también incluyó el sumarse a la entrega de un reconocimiento a Antonio Héctor Sandri, legendario proyectorista de cine, en la Legislatura Provincial.
—Para quienes se pierden la charla del Hotel Hilton, que lleva un título por lo menos desafiante, ¿cuál es el contenido de ella?
—La idea ha sido contar cómo ha venido siendo el recorrido de estos seis meses de gestión del INCAA, además de compartir con qué nos encontramos cuando asumimos. También la idea era compartir cómo hemos encarado el ordenamiento de este instituto y qué pensamos qué debería pasar en el futuro.
—¿Y cómo ha sido ese ordenamiento y cuáles son los planes?
—La idea es comentar cómo debería ser una agenda del INCAA que utilice los recursos que la ley establece para la industria audiovisual y la fortalezca. Hoy la nuestra es una industria que pudo haber sido fuerte, pero ahora tiene músculos flácidos. Por eso creemos que el esquema de estímulos a las producciones tiene que volver a orientarse a la audiencia de esas producciones, porque no puede ser que se financie a películas que no ve nadie, como ha venido sucediendo. El valor de una película es algo subjetivo, por supuesto, eso no lo niego. Pero si hacés una película en tu cuarto y la ves vos solo, es perfectamente valioso, pero el Estado no tendría por qué financiártela. El Estado debería financiar películas que el ciudadano valore. El dinero debe estar orientado a generar una industria que sea capaz de que lo que genera supere lo que el Estado le da.
—Usted habló de que el INCAA estaba siendo “depredado”, ¿en qué sentido? ¿Esto se refería al tema de financiación o a las grandes estructuras de empleados que tenía?
—El INCAA absorbió todos sus recursos básicamente en dos cosas. Por un lado, su propia estructura. Tenía 730 empleados y ocho edificios, que costaban 12 millones de dólares al año, mientras que de recursos tenía 15 millones. Así que esos tres millones se los llevaban estas películas sin espectadores de las que hablo, pero lo curioso es que les daban, por ejemplo, 150.000 dólares a cada película. Era insólito, porque el cátering solo para una película sale 50 mil dólares. Con esa plata que se le daba a un montón de películas sin criterio no había posibilidad de hacer películas decentes. Para darte una idea: nosotros tomamos el INCAA con un déficit de cuatro millones de dólares. A los 15 millones de dólares previstos, el Estado nacional (vía aportes del tesoro) dio dos millones más. Pero, además, nos dejaron un déficit con deudas a pagar por otros cuatro millones. Hoy con nuestra gestión estamos en equilibrio. Hemos podido pagar la deuda y nuestros ingresos pueden pagar nuestros costos.
—Una de las muchas críticas que se han hecho al decreto decreto 662/2024, con el que se modificó la ley de cine, fue la eliminación de la cuota de pantalla, que aseguraba la exhibición de películas argentinas en los cines. Industrias audiovisuales como la de Corea del Sur han visto un crecimiento notable gracias a esta clase de iniciativas. ¿Por qué eliminarla?
—En primer lugar, no se eliminó. El decreto establece que el INCAA va a establecer una cuota de pantalla que sea adecuada y que no termine siendo inexistente. El año pasado, de los espectadores que fueron al cine en nuestro país, sólo el 7% fue a ver cine argentino. Pero si sacás las dos películas más vistas, que fueron Elijo creer y Muchachos (las dos sobre el Mundial que ganamos), solamente el 4% fue a ver cine nacional. Entonces es una mentira que la cuota de pantalla del 10% permitió que haya ese porcentaje de espectadores. ¿Qué fue lo que pasó? Que los cines, con esa cuota, sólo aportaron salas vacías. Digamos las cosas como son. La cuota de pantalla obliga a los exhibidores a tener cines vacíos. Pero veamos lo de Corea del Sur: este año bajó su cuota de pantalla a la mitad, porque la existencia de esa cuota le genera problemas con la Organización Mundial del Comercio, porque es un tipo de proteccionismo que el mundo condena. En nuestro caso, todos los demás productos de la Argentina se ven perjudicados por este sistema que no sirve. Así que estamos viendo si habrá una cuota de pantalla y cómo estará orientada a la audiencia. Hay que tener en claro que no importa si un cineasta hace lo que le dé la gana, pero para recibir financiamiento debe hacer un producto que a la gente le guste. Un panadero tiene que pensar qué le gusta a la gente y si se equivoca no vende el pan. Lo mismo pasa a cualquier emprendedor. ¿Cuál es el motivo por el cual un productor tiene que tener garantizado su ingreso?
—Pero no siempre hay manera de saber eso, qué película “vende”, y además lleva a que proyectos menos comerciales y tal vez más “de exploración” no tengan apoyo.
–Es tal cual como decís, es difícil de establecer. Pero en el mundo eso se ha establecido bien, porque hoy en día se dividen los apoyos al cine en dos tipos. Por un lado, está lo que se llama la “vía industrial”, que es la película que va al cine, que la gente ve y está muy bien. Se da un apoyo a eso para que exista una industria poderosa. Y por otro lado está “la vía artística”, o emergente, o alternativa, como quieran llamarla, que tiene el mecanismo de los concursos y los premios. Se establece un jurado, que elige la mejor película de una cantidad de películas, pero no premia a todas por igual sin ningún tipo de evaluación. Lo que pasaba acá es que había 200 películas y se les daba plata a todas, incluso a películas literalmente malas. La vía de concurso tiene que ser con un jurado y con el sistema de doble, que ni el cineasta conozca al jurado ni el jurado al cineasta, y decidir mediante ciertos criterios si se premia a una película o a un proyecto. Pero lo que es importante es que tiene que haber siempre competitividad, que una película se elija sobre otra. No puede ser que todo sea bueno y se premie a todo, porque los recursos no son infinitos. De esta manera, se pueden dar más subsidios a mejores proyectos. Como nota de color: todos los institutos de cine del mundo dan premios a óperas prima, premiando a un director novel. En la Argentina hacía cuatro años que no se daba ese premio, no había recursos para hacerlo.
—Teniendo en cuenta eso, ¿no descarta tal vez dar menos subsidios, pero más sustanciosos?
—No descarto establecer herramientas de promoción al cine argentino, pero los principales estímulos deberían ser generar productos de calidad. Hay algo llamativo: el cine o las series argentinas en las plataformas no están subsidiados. Por ejemplo, El encargado no está subsidiada. Bellas artes tampoco. Las series argentinas no tienen apoyo del INCAA y la gente las ve. Es muy sorprendente. Los productos que el INCAA no apoya la gente los ve y viceversa. ¿No estaremos apoyando mal?
—¿Es verdad que usted cree que hay que copiar el modelo de cash rebate que viene implementando Mendoza?
—Creo que esos modelos de tax y cash rebate que diseñan los estados subnacionales para atraer filmaciones son una herramienta adecuada. Lo tiene Estados Unidos en sus estados. Es un modelo que, en su desarrollo más virtuoso, hace que no sea el Estado el único que realiza ese apoyo. Por ejemplo, en Colorado, Estados Unidos, los sindicatos, a las filmaciones que se realizan allí, les dan un día de trabajo gratis de actores y técnicos. Es decir, es un sistema de promoción donde toda la industria colabora para atraer filmaciones. Porque allí hay una clara situación competitiva. Si Mendoza no atrae una filmación, a lo mejor se la lleva San Juan. Eso es virtuoso, está bien.
—Mal o bien manejado, dilapidando recursos o no, el cine argentino experimentó un gran crecimiento a partir de mediados de los 90, en calidad y cantidad de producciones. Algo de eso se tradujo en algunos premios resonantes como el Oscar. ¿Cuál imagina que será el futuro del cine a partir de su gestión?
—Argentina tiene lo más importante, que es el talento. Este año se cumplen 50 años de tres películas emblemáticas, La tregua, La Mary y La Patagonia rebelde. Fueron películas, como digo, emblemáticas y que marcaron un pico del cine argentino. Ahora, desde ese pico y, sobre todo, a partir del año 2000, para mí el cine argentino ha entrado en una decadencia, y esto es por culpa de sus políticas públicas. El desafío es cómo revertimos eso.
—¿Un “cine en decadencia” es el que hizo El secreto de sus ojos?
—Sí, en el medio de esto que digo estuvo El secreto de sus ojos, Nueve reinas y otras películas importantes. Pero la última película muy fuerte, que fue Argentina 1985, no tuvo apoyo del INCAA. Parece que las películas importantes le “escapaban” al INCAA. Quiero subrayar que el INCAA venía dándoles a las producciones unos 50 mil dólares en promedio. Pero el INCAA tiene que lograr un objetivo más importante que darles plata a las películas, y es acompañar a los talentos emergentes. Ese tiene que ser el rol desde ahora.