“Hubiera cantado y tocado folklore y quizá tangos. Y probablemente no hubiera tenido trascendencia alguna”, respondía Daniel Rabinovich a Los Andes, en el 2013, ante la pregunta de cómo habría sido su vida sin Les Luthiers. Aunque también era escribano, la oficina y los sellos no estaban en sus planes.
Un día como hoy habría cumplido 80 años el que quizás fue el “luthier” más aplaudido y querido por el público. Junto a Marcos Mundstock (1942-2020) formaban una dupla que llevaba la sofisticación para hacer reír a un nivel superlativo. Las ocurrencias lingüísticas, la gestualidad calibrada al milímetro y los entrañables episodios de absurdo despertaban las ovaciones más esperadas: Y sin ningún tipo de envidia de sus colegas, que sabían que esa reacción química entre ambos era, sí, algo que el público había ido a ver.
Pero con la muerte de Rabinovich a los 71 años, el 21 de agosto de 2015, a causa de una complicación cerebrovascular que lo había ya retirado del escenario en sus últimos shows, el grupo se quedó sin uno de sus pilares.
Y la historia que siguió fue un crepúsculo apresurado: Carlos Núñez Cortés abandona el grupo en 2017, Mundstock fallece en 2020 y apenas comenzado este año Jorge Maronna y Carlos López Puccio anuncian que se retiran de los escenarios, en una sucesión de presentaciones “sold out” que tuvo en Mendoza su visita obligada, entre el 23 y 27 de agosto en el teatro Mendoza. Roberto Antier, Tomás Mayer-Wolf, Martín O’Connor y Horacio “Tato” Turano, los reemplazantes, tenían más que mérito para perpetuar Les Luthiers, pero (de momento) el grupo no ha sobrevivido a sus integrantes originales.
Algo que a Rabinovich probablemente le hubiera gustado ver. En una entrevista con diario Clarín, dio a entender que no había nadie imprescindible. “Les Luthiers es más que nosotros cinco. Si alguno no está, la función se hace igual (....) Cuando tuve un infarto y una operación de caderas, me reemplazó [Horacio] Fontova. Recuerdo que con autorización del cardiólogo fui a ver a los muchachos y me encantó el espectáculo; me sentí feliz de ganarme la vida mientras me rehabilitaba. Mi institución sostenía el espectáculo, la rehabilitación y mi sueldo”.
Perfil de un seductor
Ese día de 2015, Les Luthiers, el grupo que llevó el humor argentino a cada rincón del mundo hispanohablante, empezó a despedirse. ¿Quién iba a poder siquiera equiparar la astucia de “Daniel el seductor”? ¿El monólogo de Esther Píscore? ¿O el negro “Achicoria” en la “Cantata del adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras”? Nadie. Y eran, éstos, algunos de los hitazos del grupo.
Daniel Abraham Rabinovich Aratuz, llamado “Neneco” por su familia, brilló no solo como humorista, sino como actor, escritor y multiinstrumentista. Era hijo de una pianista y un jurista que amaba el tango. Pero aunque la música revoloteaba por sus oídos desde muy pequeño, el encuentro decisivo se dio en el coro de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, donde conoció a los integrantes de Les Luthiers.
Bajo el magnetismo de Gerardo Masana, que nunca abandonó al grupo en más de 50 años, pese a su temprana muerte, se llamaron primero I Musicisti, para después tomar el nombre que haría reír a mitad del mundo: desde Ushuaia hasta el Golfo de Vizcaya.
Se crio en el corazón porteño, en el Palacio de los Patos, pero pocos saben que vivió tres años también en Mendoza (ver recuadro). Casado y padre de dos hijos, era un virtuoso de la guitarra, el violín y otros instrumentos, hincha de Independiente de Avellaneda, del vino y del boxeo.
A finales de los ‘60, el Instituto Di Tella, cuna de la vanguardia argentina, dio un empujón definitivo a este naciente proyecto, que unía de forma inédita humor “con moñitos” y música culta. Y aunque siempre se calificó a su estilo de refinado, lo cierto es que si hubiera sido de élite, jamás habría calado tan profundo en la idiosincrasia argentina. Cada concierto-función de estos músicos vestidos de smoking era una celebración donde la chabacanería quedaba puertas afuera, pero que también abrazaba al gran público.
“En realidad, más que ‘universalidad’, tratamos de no hacer humor de actualidad, dejando la realidad de lado y por eso nuestros sketches se pueden repetir mucho tiempo después, sin merma en la calidad humorística. Tratar de hacer nuestros espectáculos sin que toquen la actualidad es todo un desafío”, le explicaba a Los Andes el humorista en 2013, la última entrevista que tuvo con este medio.
Al contrario que las vanguardias de la época, acostumbradas a cerrarse en sí mismas, la renovación del humor lutheriense estuvo bien lejos del off porteño, y en cambio cerca de la avenida Corrientes, de los estudios de grabación (de donde salieron discos que fueron superventas), de los mass media y, sobre todo, de un público amplio, de todas las clases sociales y federal. “Lo suyo y lo de sus compañeros, era -¿será?- lo mejor del humor gorila: divertido por no tener compromisos sociales; irreverente, incorrecto y lapidario con la cultura de masas”, definió Hernán Firpo en una nota de Clarín. “Convengamos que no es un humor trillado. Lo que nos interesa es que la gente se muera de risa y sonrisa”, había declarado Rabinovich.
Claro que Les Luthiers no habría funcionado durante tanto tiempo si no hubiera existido un engranaje en su interior, donde cada uno tenía su carisma y su especialidad. “En general decidimos las cosas por mayoría, pero sabemos bien de los especialistas en cada tema y los respetamos en consecuencia. Por supuesto que los roles están más que definidos luego de tantos años de trabajo juntos”, dijo a Los Andes en 2013.
¿Cuál era el papel de Rabinovich en esa constelación de próceres del humor? Eso sería más difícil de responder. Era un notable percusionista, tocaba el “bass-pipe a vara” o la “Gaita de Cámara” y tenía una voz de tenor prolija y clara, aunque no sobresaliente. Su fuerte estaba en saber actuar y hacer reír, que no es poco. El bigote le daba un aire de formalidad que de repente sabía quebrar con la ingenuidad de un niño, y por eso lo recordamos con cariño.
Actuó en películas como “¿Quién dice que es fácil?”, “Mi primera boda” y “Papeles en el viento” (su última participación en la gran pantalla), publicó “Cuentos en serio” y “El silencio del final” (libros de relatos cortos) y tuvo incursiones en programas televisivos como “Peor es nada”, ese clásico con Jorge Guinzburg. Pero su legado está en discos y videos a los que cualquiera puede acceder en YouTube.
Su relación con Mendoza
Daniel Rabinovich vivió en Mendoza junto a su familia. Tenía apenas 7 años y padecía de asma, por eso sus padres se mudaron con él y sus hermanos y aquí estuvieron durante tres años. “En Mendoza me curé el asma”, contó en una entrevista que dio a Los Andes hace varios años atrás.
“A esta ciudad me unen varias cosas como el simple hecho que viví acá unos tres años, cuando yo tenía entre 7 y 10 años. Hice segundo, tercero y cuarto grado”, contaba.
“Vivía en Martínez de Rozas, entre Emilio Civit y Julio A. Roca. Casualmente esta mañana fui a pasear por esa zona y cuando pasé por la casa, me animé y toqué el timbre. La gente que vive ahora ahí me atendió muy bien y les pedí que quería ver cómo estaba la casa donde yo viví de chico, y la vi igual. Me trajo muchos recuerdos”, afirmaba en ese momento.
Orgulloso vecino de la Quinta Sección, su familia vino a parar acá porque de aquí era la hermana de su padre, su tía. El músico, escritor y humorista aseguraba que cada vez que venía a Mendoza salía a pasear por el Parque General San Martín, donde iba a andar en bici y a caminar cuando lo trataban por asma. “Conozco cada rincón del Parque, porque lo caminé mucho y también lo investigué en bicicleta. Para mí, era toda una aventura. Por eso, cada vez que lo veo me emociona”, aseguraba.