Entre los múltiples documentos de inapreciable valor historiográficos exhumados por Juan Draghi Lucero en los archivos de Santiago de Chile y publicados, en este caso, bajo el título de “Fuente americana de la historia argentina” en 1940 figuran algunos que me interesa hoy comentar, por su relación con la literatura además de su “gran interés para el Cuyo colonial”, tal como pone de relieve Draghi (1940, p. X).
Pero antes de comentar los textos en cuestión, unas palabras sobre la labor de Draghi Lucero como historiador, tan fecunda como su obra literaria, y que se destaca en el campo de la historiografía mendocina con perfiles nítidos, que nos dibujan la figura de un genial y asistemático autodidacta que supo aunar las dotes de investigador minucioso (que lo fue en grado sumo) con la intuición privilegiada del creador.
En efecto, el diálogo que Draghi Lucero instaura con la historia -tanto en su obra como en su vida- es permanente y fecundo: “Estudié historia no en libros, sino en documentos [...] durante años de mi vida pasé leyendo documentos ya que considero que el autor que escribe sobre historia la baña con su ideología”, ha dicho en reiteradas oportunidades. Su interés lo llevó fuera del ámbito cuyano, a frecuentar archivos de Santiago de Chile, como ya se dijo, en busca de documentos anteriores a la fundación del Virreinato del Río de la Plata, indispensables para un cabal conocimiento del pasado de estas tierras (documentos que luego donó a la Junta de Estudios Históricos, de la que fue secretario y entusiasta propulsor).
Este volumen de 1940, publicado por la Junta de Estudios Históricos Mendoza, incluye una breve (pero titulada extensamente) “Memoria, o sea breve exposición del estado actual de la provincia de Cuyo, con reflexión al feliz adelantamiento a que pudiera llegar, mereciendo la Real protección, a cuyo fin pudiera presentarse al señor Príncipe de Asturias”; una serie de cartas debidas a la pluma de los jesuitas expatriados luego de la expulsión de la Compañía de Jesús decretada por el monarca español Carlos III en 1767, y -como parte sustancial- varios textos que -si bien en la fuente documental no ostentan título- el historiador engloba bajo el rótulo de “Charta de el S. Ab. N. Americano al S. Ab. N. Genovés”, cuya fecha fija el historiador alrededor de 1767.
Se trata de un conjunto de seis cartas, aunque por la numeración que llevan se advierte que originariamente fueron ocho (faltan la segunda y la séptima). Puede tratarse tanto de una auténtica correspondencia entre dos interlocutores, los ya mencionados “Abate Americano” y “Abate Genovés”, cuanto un artificio retórico escogido para dar forma escrituraria a una serie de observaciones sobre la “Provincia de Cuyo”.
Se trata, en todo caso, de una mirada “situada” que interesa confrontar tanto con la realidad como con la literatura de la época. Como sabemos, el concepto de “literatura” en el siglo XVIII incluía también a la “carta” como género y esta, a su vez, adquiría importancia como medio –en manos de los “ilustrados”- para difundir conocimientos sobre gentes, costumbres y actividades, dentro de un esquema literario que buscaba por sobre todo la verosimilitud.
En cuanto a la identidad del autor de estas “Chartas” (como escribe el copista siguiendo la grafía de la época), no existen mayores datos. Draghi, en su estudio preliminar, consigna que “Siempre en la muy lógica suposición que se trate de un jesuita nativo de Cuyo […] cabe sin embargo suponer la posibilidad de que […] haya nacido en otra región de la Capitanía General de Chile”. Y, lo que resulta más interesante por cuanto representa una descripción del carácter, agrega: “Hay como un deseo del cronista en esfumarse, en diluirse en la penumbra y tanto lo logra que el rastreo de su presencia se hace dificilísimo, pero no hay que esforzarse mucho para comprender que el autor conoció a Cuyo. Se deslizan detalles reveladores” (1940, p. XI).
Una mirada al contenido también avala la hipótesis de que el texto podría ser obra de alguno de los jesuitas expulsos, porque su mirada se encuentra de algún modo embellecida por el recuerdo: “¿Podré yo, por ventura, distante millares de leguas y ausente ya tantos años de la patria, tener presentes todos aquellos objetos que puedan interesar y satisfacer a una sabia curiosidad?” (1940, p. 2).
El narrador comienza planteando uno de los consabidos tópicos literarios característicos de la retórica de la época: la captatio benevolentiae o afectación de modestia, al exponer su intención pero también las limitaciones que le impiden satisfacer cabalmente los requerimientos de su interlocutor: “De estas especies [animales y vegetales] procuraré formar una colección o sea compendio de noticias que os podrán servir; no de la historia exacta y perfecta que os presente un retrato cumplido de la Provincia de Cuyo, sino de un diseño imperfecto por donde lleguéis a formar alguna idea de su situación y producciones” (1940, p. 3).
En función de este propósito, en primer lugar establece los límites del territorio del que va a ocuparse; luego describe las principales ciudades o asentamientos poblaciones. Y a continuación -haciendo gala de un afán enciclopedista y clasificador y también de un prurito didáctico muy dieciochesco- pasa a ocuparse de “los tres reinos diversos, cada uno de extensión prodigiosa, y de una variedad tan admirable en el número casi infinito de los seres o entes de que se compone, que su contemplación y conocimiento hace en el hombre el estudio más racional y la ocupación más deliciosa” (1940, p. 20-21).
Desfilan así las especies vegetales, tanto las autóctonas como las importadas o foráneas, siempre con encomio de las cualidades del suelo: “No muestra menos su fecundidad el terreno cuyano en la producción de las plantas odoríferas y bellas flores que ya hemos visto la emplea en las plantas medicinales” (1940, p. 55); procede igualmente con el reino animal, para culminar con una exhortación a la explotación minera del territorio.
En cuanto al estilo, marcado epocalmente, predomina la hipérbole destinada a encarecer las riquezas naturales descriptas, las referencias bíblicas a modo de cita de autoridad y, en general, una percepción del espacio -ya visible en las denominadas “Crónicas del Descubrimiento y la Conquista”- que ancla en el concepto de desmesura como lo más representativo del espacio americano.
Además de ser testimonio de una época, estas “Chartas” inauguran una serie de tópicos descriptivos que luego desarrollarán ampliamente textos posteriores, lo que justifica su inclusión dentro de los escasos testimonios literarios de los años inaugurales de nuestra cultura.