Revisando un fondo documental domiciliado en el Centro de Estudios de Literatura de Mendoza (CELIM) de la Facultad de Filosofía y Letras (UNCuyo) encontré un conjunto de poemas inéditos de Efraín Peralta Andrade: un “mecanoscrito”, por decirlo en términos técnicos, ya que se trata de textos escritos con una antigua máquina de escribir y enmarcados por tapas de cartulina donde consta -estampado a mano- el título: Horas fértiles, junto con el nombre del autor y anotado con otra letra lo que suponemos el domicilio del autor.
Confieso que conocía el nombre, pero poco sabía de la vida de este escritor, y me di a investigar, aunque no pude encontrar demasiados datos: Efraín Peralta Andrade nació en Mendoza en 1924. Fue un poeta que perteneció al mismo grupo generacional de Víctor Hugo Cúneo, Armando Tejada Gómez, Hugo Acevedo y Fernando Lorenzo. Fue periodista del Diario Los Andes y colaboró en la revista Pámpano, dirigida por Abelardo Vázquez. También se cuenta entre los colaboradores de Imágenes (1952) y de Imagen; La Revista del Oeste Argentino, de la que se publicaron seis números, entre 1974 y 1975 (cf. Gloria Videla de Rivero, Revistas Culturales de Mendoza, 2000). Cultivó también la plástica. Falleció en 2005.
Publicó los siguientes poemarios: Caracol radiante (D’Accurzio,1961) y Hombre en el tiempo (D’Accurzio, 1965), a lo que habría que sumar el poemario inédito mencionado al comienzo y también otro que se menciona en una nota de Los Andes de 1959, titulado Hermanos de la aurora. Por su segunda obra editada obtuvo el Premio Municipal de Mendoza. Además, recibió el Primer Premio otorgado por SADE en 1959.
Existe una gran continuidad temática y expresiva entre los tres libros escritos por Peralta Andrade, los dos éditos y el inédito Horas fértiles. En primer lugar, la dedicatoria a Jorge Enrique Ramponi, “el terrestre dios de carne mortal”, el “vencedor de la piedra y domador de la vigilia”, el “vigoroso árbol poético”, no hace más que confirmar el magisterio ramponiano, visible en los poetas de esta generación. Igualmente, explicaría el hecho de que el texto inédito de Peralta Andrade se encontrara entre los papeles de Ramponi, quizás a la espera de su aprobación para ser publicado. Los dos volúmenes editados contienen un grabado de Juan Carlos Moujan.
Peralta Andrade utiliza el verso libre, en poemas extensos, en los que predomina el tono angustiado de una búsqueda que no distingue claramente su objeto: “navego /…/ a la deriva de mi carne y mis harapos, / a la deriva del tedio y el olvido” (1961, [s. p.]). El poeta se siente “desterrado de mí mismo entre tanta escarcha” y se inquiere constantemente: “Por qué, para qué, cómo […] / repitiéndome de páramos” (1961, [s. p.]).
Este tono predominante explica también ciertas constantes estilísticas: a nivel léxico la constelación de términos y sintagmas de valor negativo (ausencia, congoja, olvido, moho, dolor…); la reiteración del verbo “clamar”; las interrogaciones y apóstrofes, o los paralelismos y anáforas que van desgranando los objetos de la búsqueda, tanto como las razones de esta, en una suerte de letanía cósmica que se asocia al sentir del poeta: “Ah, los páramos voraces de la angustia / ah las fauces de la tierra que solloza sus cipreses” (1961, [s. p.]).
De todos modos, en algunos poemas como el que da título al primer poemario se advierte un tono más afirmativo, en el que confluyen las isotopías del amor y el deseo, y la referencia al canto (“Tu lira despierta al niño recóndito”), que consigue derrotar al dolor y afirmar la Vida (con mayúsculas personificadoras): “Vida, Vida: / caracol radiante que trepa / el tallo del alba febrilmente / para tender su dorado triunfo de altura / sobre el sueño de los hombres” (1961, [s. p.]).
Este devenir del ser humano desterrado en el mundo se inscribe dentro de una imaginería cósmica, como en el poema Montañas de Malargüe, de su segundo libro, en el que se advierte una mayor concesión a la pintura del paisaje exterior, aunque en una evocación muy personal e inseparable del sentimiento del yo lírico: “Trepando de piedra en piedra aborigen , / hundiendo el rostro entre las frías lápidas / de tu racha férrea / quebrando tu suelo huraño, / enemigo del arado y las campanas, / buscando tu arisco corazón / bajo el borrascoso sol de cobre / yo estuve contigo, rudo Malargüe” (1965, [s. p.]).
En esa suerte de parición cósmica que el poeta detalla se engarzan bellísimas imágenes, de gran sugerencia incluso simbólica: “Así se aferró a tus ríos / venidos desde llorosas escarchas” (1965, [s. p.]). La imaginería se explaya también en relación con las estaciones del año: “Vengo de la boca ululante del verano, / de la vena lujuriosa del relámpago /…/ Ahora vuelvo a ti / oh paciente otoño de vinos encendidos, / vuelvo a tus estatuas de madera enamorada, / a tus bosques de incienso, / a tus sacudidas catedrales de hojarasca” (1965, [s. p.]).
Horas fértiles, el poemario inédito, reitera e intensifica las características mencionadas; el tono se hace más dolido, si cabe, a través de la evocación de la muerte (“A un adolescente muerto”) y la pobreza, personificada y enaltecida en sugerentes imágenes: “¡Oh, tú, furtiva huésped, / peregrina de todos los siglos: /…/ la que presidiste / en incansable vigilia / cada una de mis horas” (Horas fértiles, p. 3 de manuscrito).
No hay datos que me permitan fijar la fecha de escritura; si tenemos en cuenta que Ramponi falleció en 1977 y el texto fue encontrado entre sus papeles, es indudablemente cercano a los poemarios de la década del 60. Abogan por esta continuidad la similitud en el tono y en los recursos expresivos; en el diálogo que el poeta entabla con la “Vida”, a la que hace depositaria de su confesión, casi al modo rubendariano: “Yo soy todavía el desplegado velamen; / aquel, el ebrio de tus frutos; / el mismo que luego de cada primavera creadora / se torna sumiso /…/ Yo soy aquel que te invoca / en las altas noches, a través de los días, sobre el tiempo…” (Horas fértiles, pp. 11-12 del manuscrito).
Este poema sintetiza, creo, lo más característico de la poesía de Efraín Peralta Andrade: el tono reflexivo e inquisidor con que el poeta examina su devenir de hombre en un mundo a menudo hostil, pero abierto también a la esperanza, “la fe despierta / porque la tierra que parirá tu porvenir / ya está engendrada” (Horas fértiles, p. 15 del manuscrito).