Carlitos Balá tocó tantos corazones en su vida, que son miles las historias sobre él, pero hay una que es tan importante como lo es el hecho en sí que involucra. Cuando un bebé deja el chupete está dejando mucho más que un pedacito de plástico y silicona, está dejando a su amigo, a su tapita del llanto con la que tantas mamás y papás ahogaron penas en un segundo.
El momento de simbólico de dejar el chupete significaba dejar atrás a ese bebé para ya ser un nene. No era moco de pavo, como decían los abuelos de antes.
En este pedacito de historia entra Julián Weich, que es nada más y nada menos que el heredero del chupetómetro. Otra que traspaso de corona, esto es más importante. En diálogo exclusivo con Diario Los Andes, recordó al humorista con emoción y alegría.
“Cuando hicimos Justo a tiempo, Balá fue de visita y le pedimos el chupetómetro pensando que por ahí decía que no, porque era algo muy de él y la verdad que tuvo una generosidad increíble. Durante un año estuvimos haciéndolo, con la alegría, no solo de divertirnos con el chupetómetro, sino de recibir muchos chicos que eran hijos o nietos de quienes habían dejado el chupete con Carlitos Balá”, recuerda Weich.
Detrás del Carlitos Balá de la tele no había otro Carlitos. Weich rescata su espíritu divertido y verdadero. “Yo lo conocí en varios eventos, tuve la suerte de no solo verlo en El agujerito sin fin y en Justo a tiempo y la verdad que lo que él siempre quiso fue lograr humor y hacer reír”, revela el conductor.
“Él, fuera del aire, también hacía chistes y era gracioso. Realmente era muy divertido” sostiene Weich, y su testimonio coincide con el de María Emilia Fernández Rousse, una de las Trillizas de Oro, que en diálogo con Los Andes usó casi las mismas palabras.
El conductor de Sorpresa y medio lo recuerda “todo el tiempo haciendo el humor de él” y lo califica como “un distinto”. El “humor de él” es ese humor familiar, limpio y puro, “sin dobles sentidos”, remarca Weich.
“Yo siempre lo comparé con Pepe Biondi y con Jerry Lewis, con humoristas que buscaban hacer reír a toda la familia. Un humor libre de ofensas, blanco, el humor del payaso, del clown”, revela Julián.
A su edad era uno de los últimos grandes y Weich reconoce que es difícil encontrar a otra estrella de su talla, en estos tiempos. “No sé cuál es la generación que le corresponde a él como herencia artística. Me cuesta encontrarle un paralelo”, sentencia.
Tal vez por humildad no sepa reconocerse como un heredero de ese humor, pero el propio Julián es un poco de esa escuela, del humor sano. Y sin asumirse como tal, confiesa que él sigue usando ese tipo de humor.
“El tipo de humor que a mí me gusta hacer es el de Ppyaso, el que te dicen “que bobo” o “que tonto”, ese es el que más me gusta” asume el conductor y afirma que sigue habiendo público para ese tipo de humor. “Cuando estoy en el exterior y uso ese humor, sin conocerme, causo gracia” cuenta el actor y conductor.
Al final de la nota, en un día cargado de emociones y recuerdos, le pedimos a Julián Weich que defina a Balá en una palabra. Seguro y sin silencios la respuesta es obvia y a la vez emocionante: “Humor”.
No hubo, ni hay, lugar para el dolor. Julián, tal como también lo hizo Emilia Fernández Rousse, a Carlitos Balá se lo celebra. Su partida no es más que la excusa para volver a reír con sus canciones y las anécdotas que las distintas generaciones que pisan suelo argentino.
Si alguien, en una multitud silenciosa, gritase ¿Qué gusto tiene la sal?, no quedaría un solo rincón mudo. Cientos (si no miles) de gargantas gritarían ¡salado! Desde el fondo de su alma, no como un grito de guerra, casi como una alabanza.
Hoy en el cielo de las estrellas argentas, Carlitos va paseando a Angueto saludando a su público entre las nubes.