Un tipo común, al que le va bien en parte gracias a los negocios de su esposa, ahora le va mal debido al abandono de la misma. Amante de los filósofos griegos, el hombre (un psicólogo que no ejerce) se ve en la calle y recuerda a Diógenes de Sinope, el filósofo pordiosero que murió en el 323 a C. Llevado por las circunstancias se ve de regreso a su profesión, la de psicoanalista, esta vez con un consultorio a cielo abierto y paseando con sus pacientes como lo hacía Aristóteles con sus alumnos, los peripatéticos.
Así comienza Piscódromo, la nueva novela de Federico Andahazi. El escritor es de esos autores cuyas obras de inmediato despiertan atención en los lectores. Eso sucedió desde su primera novela, El anatomista, que lo convirtió en un best seller en 1997 (con una obra no exenta de polémica) y que desde ese momento ha publicado numerosas novelas, colecciones de cuentos y ensayos que nunca dejan al lector indiferente.
De paso por Mendoza, el escritor que también es político y acaba de ser electo como Parlamentario de Mercosur por Juntos por el Cambio, habló de esta nueva obra de ficción y, como es su estilo, no se privó de pasar el tamiz de su mirada por la realidad nacional.
–Al leer el título de tu novela algún desprevenido puede pensar que se trataba de una recopilación de tus columnas radiales. Pero se trata de una novela, protagonizada en este caso por un psicólogo. ¿Qué nos podés adelantar y por qué lleva ese título?
–No tiene nada que ver con las columnas radiales, sino que esas columnas tenían que ver con esta historia. Lo más interesante de las historias suele ser la prehistoria que nos lleva a encontrarnos con ellas. Hay algo que me sucedió a mí en tanto escritor, que fue el disparador de Psicódromo. Aunque soy psicólogo, hacía muchos años que no me dedicaba al psicoanálisis. Desde que publiqué mi primer libro pasé mucho tiempo viajando y no tenía pacientes por obvias razones. Pero lo que nunca dejé de hacer fue caminar, algo que me gusta por muchos motivos. Hace varios años que llevaba caminando por Buenos Aires y un día sentí un calambre y me puse a elongar. Ahí se me acercó una señora y me dijo: “Aprovecho que estás acalambrado. Leí tus libros, sé que sos psicoanalista y quiero psicoanalizarme con vos”. Yo me sorprendí, y ella insistió: si no tenía tiempo, podía analizarme mientras caminaba.
–Salir del consultorio sin abandonar la consulta…
–Sí. Eso tocó una cuerda en mí que yo venía pensando, y tiene que ver con la cuestión del psicoanálisis del consultorio, de nuestra condición sedentaria… Nosotros todavía conservamos nuestros genes nómades como humanos, ya que hasta poco tiempo éramos cazadores-recolectores. Y cuando el hombre descubre la agricultura se vuelve obeso, acumulador y neurótico. Paralelamente a eso venía pensando en Aristóteles, en Diógenes, en los peripatéticos. Por todo ese cúmulo de cosas le dije que sí. Y ella fue mi primera paciente peripatética, con la que establecimos un “psicódromo” por las calles en las que yo caminaba, y resultó fantástico. El consultorio es un artificio, se entiende para la Medicina por la intimidad, pero para un psicoanálisis, el consultorio no tiene sentido y es un obstáculo para ver cómo el paciente se mueve en el mundo.
–¿Y cómo trasladaste eso a la ficción de esta novela?
–Psicódromo es el desarrollo literario de esto, ya que muestra a un psicoanalista que, siendo un devoto seguidor de Diógenes y Aristóteles, de repente termina cumpliendo el destino de Diógenes y se queda en la calle. El escenario es la calle y los protagonistas son personas que tienen un vínculo particular con el ágora. Es una novela polifónica en la que los pacientes con los que se va cruzando el protagonista van contando sus historias. Escribí al final la novela cuando volví a ser psicoanalista.
–En cuanto a esos filósofos de la Antigüedad que invocás recuerdan también a otro griego que citabas en tu libro anterior, Las huellas del mal, el dramaturgo Eurípides. ¿Todavía siguen hablando con actualidad esos grandes “sabios de la antigüedad”, como dice un personaje de tu novela a otro?
–Siempre he sentido que es impresionante lo que tendríamos que avanzar en la evolución de nuestro pensamiento para llegar a pensar algo de la magnitud de lo que hizo Aristóteles. No hay nada que no haya prefigurado él, desde el átomo hasta el tiempo, la moral y la ética. Algo parecido sucede con Freud, quien tuvo que inaugurar una terapia que no tenía recursos científicos, apelando a lo que había. Estamos todo el tiempo volviendo a los sabios. Aún hoy son los adelantados.
–En cuanto al estilo de Psicódromo, parece que tuviera un tono y escenas más amables que las de otros de tus libros. Por ejemplo, en La matriarca, el barón y la sierva, el sadismo y la crueldad eran parte integral de la historia…
–Lo que sucede es que La matriarca… es una novela histórica y aunque es del pasado, se habla del presente. Nuestro presente es así de cruel, y es como cuando decíamos que la humanidad está dialogando con los sabios griegos. Bueno, los argentinos todo el tiempo dialogamos con ese pasado sangriento y cruel.
–Hay alusiones a la cultura del rock y el pop, tanto en este como en otros libros: Eleanor Rigby de Los Beatles aquí, Post crucifixión de Invisible en otra novela, ¿por qué te intersa hacerlo?
–Soy un hijo de la generación pop, soy un hijo del rock. Hay una generación que creció de las peleas callejeras de los jóvenes ingleses, los mods y los rockers, y la cultura quedó marcada por esa pelea. La famosa grieta política no deja de tener esos elementos. Si lo pensás, en Argentina, el peronismo se apropió de la cultura rocker nacida en las playas de Bristol, y los que estamos en lo que derivó en Juntos por el Cambio somos más mod. Eso está presente siempre. Aunque parezca una frivolidad, en amplios sectores se repite esa confrontación.
–Pasaron ya 26 años desde tu primera (y resonante) novela, El anatomista. ¿Cómo te encuentra este presente como escritor?
–Empecé siendo un joven escritor y ahora soy uno de 60. Pero es curioso: estoy acá en Mendoza y siento que es la misma vida de cuando tenía 33 años y estaba en un hotel de Madrid, Barcelona o Estambul. Mucho cambió, el mundo es otro, pero yo sigo siendo el mismo escritor. En cuanto a mis intereses de otro tipo, sigo esperando que el mundo tienda a moverse en los carriles de del bitcoin, de pasar por encima de los estados y que las personas podamos saltarlos.
–Suena a anarcocapitalismo…
–Hay muchos anarcocapitalistas que no tienen idea de qué es eso, pero es lo que se viene. El mundo y los estados van a tener que lidiar con las personas tratando entre sí. Ese anarquismo creo que va a ser posible.
–Ya que estás hablando desde tu otra faceta, la de político que pertenece a un partido, Juntos por el Cambio, ¿cómo ves a la Argentina y a tu frente hoy en el estrecho pasillo rumbo al balotaje entre Massa y Milei?
–Me encuentra en modo extraño, como parlamentario del Mercosur que soy, en medio de esta explosión y colapso. Esta suerte de implosión que acaba de suceder después de las elecciones generales me llevan a que haré todo lo que esté a mi alcance para que no se rompa Juntos por el Cambio. La situación es desesperante y me produce mucha angustia ver cómo se está desmembrando. Creo que hay que parar, volver a conversar, amigarnos, bajar el nivel de discusión y estar a la altura del momento. Es un momento delicado como para estar peleándonos y rompernos.