El “Himno al Sol” de Ricardo Tudela - Primera parte

En esta primera entrega, Marta Castellino repasa la vida y la concepción filosófica del escritor mendocino, autor de este extenso y conmovedor poema.

El “Himno al Sol” de Ricardo Tudela - Primera parte
Ricardo Tudela, escritor

“Oh padre Sol, /Omnipotencia de la energía,/ Irradiación magnética de las matrices,/ Materia geológica y humana, / Génesis victoriosa de la Creación, / epopeya del Cosmos / Dios mismo evolucionando en las cosas”.

Ricardo Tudela. “Himno al Sol”, p. 25

Quizás sea una obviedad señalar la profunda relación entre poesía y pensamiento filosófico que la obra de Ricardo Tudela pone de manifiesto. De todos modos, no está de más reiterar la riqueza de una producción escrituraria que amalgama la lograda expresión poética con un contenido denso y meditado, expuesto igualmente a través de la abundante obra ensayística que el autor mendocino desarrolló, paralelamente a su obra poética. Porque, como el mismo autor manifiesta, “mi conciencia dialéctica se nutre de una razón-intuición. Alguna vez he hablado de mi ‘razón poética’ como el vehículo que despierta más ricas vibraciones a mi temperamento de artista” (Tudela, R., “El pensamiento perenne”, 1989, p. 27).

El poeta y el ensayista, pues, dos facetas de una personalidad artística riquísima, que descuella en el panorama de las letras mendocinas del siglo XX. En esta ocasión, quiero poner en diálogo dos textos del escritor mendocino: el volumen de ensayos titulado “El pensamiento perenne; Ensayos y escritos 1940-1970″, publicado en 1989 por Ediciones Culturales de Mendoza y el extenso poema “Himno al Sol” (1976-1982), publicado en 1991, que fuera rescatado y compilado por Ana Selva Martí.

La primera de las obras mencionadas se articula en una serie de núcleos significativos: “Humanitas”; “Reflexiones estéticas”, “Exaltación a la filosofía y “Americanidad”, mientras que la segunda contiene en realidad un solo y extenso poema de alrededor de quinientos versos libres, divididos en nueve cantos, que asumen en general un tono profético, bíblico. De ambos libros, me interesan algunos fragmentos que de algún modo se iluminan recíprocamente.

Pero antes, algunas palabras sobre el autor.

Ricardo Tudela, nacido en 1893 en el seno de una familia muy modesta, y muerto en 1984, es uno de los más destacados poetas mendocinos; en realidad, su vasta obra literaria incluye también narrativa, ensayo y teatro. Gloria Videla de Rivero (1996), en un estudio capital acerca de su poética, nos suministra asimismo datos valiosos para conocer lo que fue la vida y el pensamiento de este autodidacta, político y promotor de cultura.

Personalidad múltiple, compleja y rica, su formación fue asistemática y variada, hecha de contrastes. Colaboran a ello los distintos oficios que desempeñó a lo largo de su vida y que Videla de Rivero reseña, sintetizando los aportes realizados por otros de sus biógrafos: Tudela fue “aprendiz de panadero, confitero, herrero, albañil, aprendiz de boticario, encuadernador… Ingresó luego en el mundo del teatro ‘que fue su universidad y el campo de engaños y desengaños que le permitió encontrarse consigo mismo’. En el teatro fue tramoyista, traspunte, arreglador de libretos, montador de espectáculos, secretario de empresa, crítico teatral” (p. 47).

A partir de allí se produce su ingreso al periodismo: como cronista, redactor, editorialista… se desempeñó en publicaciones tales como la revista Oeste, Vida Andina, Mástil, La Semana, el diario La Palabra, el suplemento cultural del diario Los Andes, etc. Además, fue docente, durante más de treinta años, de Historia del Arte, Estética y Cultura en la Academia Provincial de Bellas Artes. Tuvo asimismo participación en la vida política mendocina, en un primer momento apoyando al radicalismo lencinista, y participó en organizaciones gremiales y culturales: fue fundador de la Sociedad Argentina de Artes y Letras, en 1937, y en 1942 impulsó la creación de la filial Mendoza de la Sociedad Argentina de Escritores, cuya presidencia ejerció por un breve lapso.

Su labor en el campo cultural mendocino, como difusor de nuevas ideas estéticas, tiene que ver con su prolongada estadía en Chile, en los años de su juventud, a comienzos de la década del 20; en el vecino país tomó contacto con los poetas de la llamada “Generación del 20″ chilena, “proclives al vanguardismo, entre los que se encuentran Neruda, Juan Marín, Salvador Reyes, Joaquín Cifuentes Sepúlveda, Rosamel del Valle, […] Juvencio Valle, Humberto Díaz Casanueva, entre otros. Conoce o lee también a autores procedentes de la generación anterior, pero aún con gran vigencia: Pablo de Rokha, Gabriela Mistral, Ángel Cruchaga Santamaría… Accede a la poesía de Vicente Huidobro y a las teorizaciones poéticas del creacionismo y del surrealismo” (Videla de Rivero, pp. 49-50).

Cuando regresa a Mendoza en abril de 1925, comienza a difundir esas ideas “en tertulias de café, en charlas en las redacciones de los periódicos, en el núcleo del grupo vanguardista Megáfono y a través de colaboraciones periodísticas” (Videla de Rivero, 1996, pp. 49-50).

También las lecturas filosóficas desempeñaron importante papel en su formación, como el trascendentalismo estadounidense del siglo XIX –”No sólo Ralph W. Emerson intervino en los días más peligrosos de mi autoformación, sino H. D. Thoreau”- y Walt Whitman, poeta de la democracia de América –”Amaba la naturaleza, la vida comprometida, la intuición panteísta del mundo” (Tudela, 1964, p. 16). Asimismo, apunta Videla de Rivero que “fue un asiduo frecuentador de la Biblia” (1996, p. 51).

Posteriormente, su evolución espiritual lo llevará al encuentro de la teología de Teilhard de Chardin y su “Cristo Cósmico”, que le inspira muchas páginas de reflexión filosófico-religiosa, tal como se pone de manifiesto en el siguiente fragmento de “El pensamiento perenne”, que resuena en consonancia con el epígrafe que he colocado al comienzo de estos apuntes: “Es imprescindible, si nuestros anhelos nacen de una insaciable hambre de absoluto, que entreguemos tanta energía a lo Trascendente-Invisible como la que damos a los afanes cotidianos […] El Cosmos nos provee de ricas energías […] Todo lo que se necesita es que acrecentemos la fe en nosotros mismos para creer en Dios, y la fe en Dios para enriquecernos en nosotros mismos. Si los teólogos dicen lo contrario, aferrémonos a nuestro Dios Cósmico con la vehemente esperanza de que nuestra riqueza no depende sino de ese Dios evolutivo tan inconmensurable como el universo que evoluciona en unión con nosotros” (p. 76).

En esta cita se roza el meollo del pensamiento tudeliano, tal como se expresa, poéticamente, en el “Himno al Sol”, y de esas coincidencias nos ocuparemos en notas posteriores.

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