“Colmenar milenario, incandescente, / abejas jubilosas desparramando su pasión /y su miel desde los cielos / sus ríos de luz sobre los frutos,/ y hay comida de amor para los hombres, /alfalfares floridos en los prados, /espadas de luz en los racimos”
Ricardo Tudela. “Himno al sol” (1991)
El “Himno al sol” (1991) es el último poemario de Ricardo Tudela (1893-1984) y fue publicado en forma póstuma gracias a la gestión de su discípula y amiga, Ana Selva Martí. Nuestro ángulo de aproximación a la riquísima obra tudeliana fue tratar de percibir la articulación, en ella, de pensamiento filosófico y praxis estética. Esto es así porque Tudela fue tanto un gran poeta como un ensayista consecuente y original, y además en él -de algún modo- ambas facetas conviven en cada una de las obras.
Recordemos que el ensayo “significa el tratamiento no exhaustivo de uno o varios temas que se desarrollan de un modo no sistemático” y que, en el caso de Tudela, su ensayística hay que situarla en el contexto de su obra literaria, en tanto estos escritos son “textos casi siempre breves, incisivos en su pensamiento” y en los que “el sesgo lírico, personalizado y creador está presente” (Diego Pro. “Ricardo Tudela ensayista”, Los Andes, 3 de diciembre 1989).
En notas anteriores hemos mencionado distintos aspectos de este “Himno al sol”, suma y síntesis de la obra tudeliana, ya que en él se encuentran compendiados muchos de los rasgos que singularizan su obra. En este sentido, se destaca también la faz americanista del poeta mendocino. En efecto, como señala Adelina Vidal en el pórtico a la edición de 1991, “Quienes conocemos el americanismo tudeliano, no nos sorprendemos ante este ‘Himno al sol’, donde nuestro poeta exalta la epopeya del sol de América” (p. 9).
Este americanismo se explaya también en la última sección del libro de ensayos de 1989, “El pensamiento perenne”, titulada precisamente “Americanidad”. Cabe peguntarnos ahora por las claves de esta estética tudeliana que encuentra en América un tema privilegiado para la expresión.
Ante todo, debemos destacar que el de Tudela es un pensamiento “situado”: “Oh, canto aquí donde la vida llama” (p. 31), tal como declara el poeta que se define en analogía con el sol: “como tú, universal y montanés” (63); confiesa su misión: “Soy hombre nacido para el canto, / transfiguro la historia en oro vivo” (p. 73) y hunde sus raíces en lo profundo de la historia americana: “Vengo de las venas sufridas de viejos pueblos. / Del sarmentoso esfuerzo de crecer desde las raíces / De constatarme en los grandes sinónimos de muchas patrias / y tú cada mañana eres América” (p. 63).
Queda planteada así también la identificación sol/América, clave para la comprensión del espesor semántico de este poemario, en coincidencia con otro, también publicado póstumamente: el “Canto a América” (1987), que según noticias de su prologuista, Ana Selva Martí, “fue escrito entre los años del 30 al 40 y se lo señala como una poesía precursora de ritmos y formas libres y acentuado sentido humanístico, cargado de sorpresivas metáforas, imágenes y elementos de rico contenido telúrico y variados matices psicológicos que desbordan en una visión universal del hombre y de la tierra”.
Como señala Luis Ricardo Furlán, este texto dedicado a América “tiene, y no lo oculta, una germinación regional. Lo que por allí se designa como la ‘cuyanidad’ […] Pero su esencia es universal o, al menos, profundamente continental. El argumento de poema es una clara y epopéyica relación de ancestros y porvenires” (“Canto a América de Ricardo Tudela”, en Los Andes, 1 de noviembre de 1987).
Cabe preguntarse entonces ¿qué es América para Ricardo Tudela? Y para encontrar la respuesta recurrimos primero a sus ensayos. Entonces, leemos: “En primer lugar, concibo a América como un ‘organismo viviente’ perennemente sujeto a todos los procesos biológicos, históricos, sociológicos y éticos que atraviesa el hombre”. Y agrega: “[…] prefiero concebir al continente como una realidad viva, creadora” ( “El pensamiento perenne”, tomo I, p. 138).
Esto abre la posibilidad de considerar a América como una “construcción” en la que deben comprometerse todos, tal como Tudela expresa poéticamente: “Hemos de trabajar con nuestros credos / aunándonos, transfigurándonos. / Hay un fuego de amor en tu energía” (“Himno al sol”, p. 37), lo que conlleva también una idea de comunidad, de solidaridad entre los americanos, bajo el sol regente: “Oh sol, me miras y te miro, / trabajaremos unidos para el mundo. / Tú eres la fuerza universal, el arquitecto del día y de la noche / el cosmos vivífico de todo lo creado” (p. 59). Por ello, los hombres americanos “Sufrimos y cantamos / con la estrofa del trigo de tu lumbre, / en el músculo de todos los pueblos, / en la juventud eterna del trabajo, /…/ sufrimos y cantamos” (p. 41)
Y esta tarea colectiva tiene un cierto sentido misional, porque “América lleva consigo el candente y angustioso problema de la transformación del mundo”, dirá el ensayista ( “El pensamiento perenne”, tomo I, p. 135). Y el poeta: “Vengo de muchas partes, / hambriento, / desconfiado. / Pero tú eres mi fe, / la avidez en el vientre de la selva / y el canto en la garganta de los pájaros; / el coro nupcial de las auroras / y la lumbrarada portentosa del crepúsculo” (“Himno al sol”, p. 51).
El lenguaje metafórico, imaginístico, de Tudela es, ante todo, necesidad de expresión interior: “En Tudela la metáfora no es un tropo de difícil alumbramiento: es nada menos que un estilo de vida, una canción interior, un magnetismo que brota con fluidez” (Alberto San Martín. “La poesía de Ricardo Tudela [Reseña de Himno al sol]”, en Los Andes, 13 de octubre de 1991).
Por ello, este monumental poema titulado “Himno al sol” es una auténtica urdimbre de metáforas, al modo de “Piedra infinita” de Jorge Enrique Ramponi, tendientes a identificar el ser de América con el sol como fuente de ser: “Oh padre sol, / omnipotencia de la energía, irradiación magnética de las matrices /…/ Dios mismo evolucionando en las cosas // Soy tu hijo, / evoluciono en ti, multiplicándome (” ( “Himno al sol”, p. 25).