“Abomino de las cosas prácticas, de la conveniente eficiencia, de los atajos. Me conmueve la belleza inútil, como la que poseen las nubes, el rumor de las hojas, el refinamiento principesco de ciertos objetos, la cortesía, el arte”.
Luis Ricardo Casnati. “La luna en el agua” (1993)
El viernes 29 de julio compartí con un grupo de amigos en San Rafael, Mendoza, un homenaje a Luis Ricardo Casnati (San Rafael, 1926- Mendoza, 2017), en la Biblioteca Popular “Francisco Peñasco” (Pueblo Diamante). Pero antes de ocuparme del gran poeta (y narrador) sanrafaelino, unas palabras para expresar la grata sorpresa que constituye esta biblioteca, por la cantidad de volúmenes valiosos que alberga y, sobre todo, por el entusiasmo con que sus directivos, como Alejandro Peñasco, llevan a cabo su labor de promoción cultural.
Y en la misma línea, quiero aplaudir la iniciativa de los organizadores de estos “Cafés literarios”, con el poeta Miguel Pérez Mateos a la cabeza, que mensualmente propician una velada de amigos, ya sea para honrar a figuras destacadas, ya sea para que todos los asistentes puedan leer sus propias creaciones, demostrando que –hoy más que nunca- la literatura de Mendoza sigue viva.
Este homenaje realizado en la Biblioteca Peñasco ha coincido con otro acto relacionado con la memoria de Luis Casnati y realizado el 1 de agosto: el traslado y entierro de sus cenizas en el cementerio de la Villa 25 de Mayo de San Rafael, “aquel San Rafael de los álamos” que es presencia reiterada en su obra.
En una nota anterior (cf. Los Andes, 14/02/2021) me he referido a la poesía de Casnati; solamente haré mención de unas palabras que figuran en el colofón del poemario cuyo título alude, precisamente, a su terruño natal, cuando habla de “el remate de algo que venía escribiéndose desde siempre en los remansos de su sangre. Con esta labor el poeta quiere pagar (aun en dimensión mínima) lo que recibió de aquel San Rafael de los Álamos que lo vio nacer” (“Aquel San Rafael de los álamos”, 1975).
Además, este poemario se cierra con un texto que evoca la casa solariega de “Barcala 153″: “Fuego inicial de mi aventura. /Nidal de mi cantar. / Fuente de una frescura / que en mi sangre aún murmura. / Paloma y palomar” (185), y que de alguna manera abre la puerta a la narrativa del escritor, porque, si su lírica es entrañable, inequívoca efusión de sentimiento, también lo es su narrativa, que insiste –a veces desde los títulos mismos - en la centralidad de un yo lírico que –hable o no en primera persona verbal- remite sin dudar al autor empírico, al hombre real.
“Historias de mi sangre” (1980); “Fantasmas para no quedarme solo” (1999) son los dos primeros libros de cuentos de Luis Ricardo Casnati, pero hoy elegiré el último y quizás menos conocido de todos: “Blanco, gris, negro; Historias nacidas en las entrañas de aquel San Rafael de los álamos” (2012).
Además del simbolismo contenido en la gradación de colores presente en el título, el subtítulo hace referencia al libro poético citado anteriormente, un libro maravilloso donde la visión del paisaje da de sí composiciones que muestran su capacidad para trasmutar metafóricamente el entorno cotidiano, logrando imágenes de gran belleza expresiva, como “el arrugado y geológico pañuelo” de la montaña o las “sendas de azafrán irrevocable” del otoño. Y esta vivencia reaparece en plenitud en esta obra, que recuerda una parábola que narra Chesterton en el prefacio a uno de sus libros y en la que se refiere al aventurero que luego de surcar mares lejanos encuentra el objeto de su búsqueda y descubre con sorpresa que es su propio hogar.
Casnati manifiesta, a propósito de este libro, que ubica su trama “[…] cuando mi padre era joven y trato de pintar allí escenas de aquel San Rafael histórico de principios del siglo pasado, cuando era una pequeña colonia y todo se desarrollaba en esa bohemia de pago chico”.
Ana Freidenberg de Villalba había destacado, a propósito de “Historias de mi sangre”, la capacidad del poeta para crear en su narrativa un mundo que es continuación de su luminoso universo poético “por una cantidad visible de elementos que connotan el señorío del hombre de provincia, en su evocación de un estilo de vida cuyano, en una valoración de los usos familiares e insignias de nuestra tradición a través de la memoria de seres queridos”. Y mencionaba las “cosas perennes o perecederas, viejas calles, sólidos muros” (Freidenberg de Villalba, 1997). Ahora, ese mundo se puebla de figuras entrañables.
Este libro habla de hechos y personajes del antiguo San Rafael que van desde 1900 a 1920, todos novelados y en donde aparecen nombres muy recordados como la viuda de Cornú, los Matile, Luis Galeotta, el propietario del Hotel, Daniel Bustelo y muchos otros, pobladores todos de la antigua villa. Ante sus ojos de niño pasan los amigos de su padre, por ejemplo el Dr. Schestakow: el narrador rescata en una de las “historias” que componen su volumen todas las virtudes que adornaban a ese médico insigne.
Desfilan así por las páginas una serie de personajes históricos, como el padre del narrador, natural de Como, que vino a la Argentina para visitar a una hermana suya y conoció en Malargüe al señor Gibbs, factótum de su permanencia en el país. Por su consejo se convierte en hacendado y luego, al conocer a José Néstor Lencinas, se siente atraído por la política y funda en San Rafael, especificado por el autor como “de los Álamos”, la Unión Cívica Radical, partido al que representó como concejal, intendente y senador.
Los españoles de la denominada “Generación del ‘98″ acuñaron el término “intrahistoria” para referirse al relato que prescinde de los grandes acontecimientos históricos para fijar más bien la vista en los sucesos menudos, los que afectan la vida cotidiana de los hombres y mujeres que viven en un período determinado. El relato –y así ocurre en esta obra- se carga de auténtica sensación de vida, de palpitante humanidad, a la vez que resulta invalorable como documento, testimonio de un pasado que revive ante nuestros ojos fascinados por la magia de la escritura.
En “Blanco, gris, negro” resalta en primer lugar el modo como el escritor es capaz de “animar” la escena, recurriendo a la anécdota, a la vivacidad del diálogo referido, con la óptica del testigo presencial que sabe el detalle menudo, con las gracias de un estilo que conjuga la precisión con la expresividad y la belleza… Todas estas cualidades son visibles en la sencillez evocadora de estas estampas que ya desde el título evocan el sugerente encanto de las viejas fotografías.