Indalecio Nieto y un pequeño volumen de poemas “iniciales”

Marta Castellino nos acerca a esta figura misteriosa de nuestras letras, cuyo único libro conocido data de 1916.

Indalecio Nieto y un pequeño volumen de poemas “iniciales”
Alfredo Bufano retomó el tema de la guerra años después de la publicación del libro de Indalecio Nieto.

En 1916 aparece un pequeño volumen de poemas (68 páginas) publicado en Mendoza, bajo el título de “Mis primeros versos”. Acerca de su autor, Indalecio Nieto, carecemos en absoluto de datos e ignoramos si a esos versos iniciales le habrán seguido otros. Una breve nota publicada en el diario Los Andes expresa: “este libro revela que su autor posee un delicado espíritu de artista que puede conducirlo a producir obras de más vuelo” (Roig, 1966: 234), pero ignoramos si esto sucedió. Nos queda solamente lo que podemos inferir del texto mismo, que nos habla de un versificador diestro, que prefiere los poemas extensos, en metros también de arte mayor (alejandrinos), muchas veces agrupados en sonetos, aunque no desdeña otras estrofas como la silva (combinación de endecasílabos y heptasílabos), siempre con rima consonante. Hacia el final del libro aparece también la métrica de arte menor (octosílabos y hexasílabos) y una tímida incursión por el verso libre.

El prefacio, firmado por el mismo autor, además del consabido tópico de afectación de modestia, que habla de “imperfectas composiciones”, “zancudos renglones”, “escaso talento”, etc., da cuenta de la raíz vivencial de que brotan estas composiciones, que hablan de “emoción”, “pasión” y “sentimiento”. En cuanto a la siempre riesgosa asimilación del hablante lírico al autor real, no podemos dudar de las relaciones que se establecen con otras personas reales a través de las dedicatorias y la utilización del pronombre posesivo “mi”. Pero hay un poema en que la asunción de la primera persona para narrar la experiencia de un joven exiliado podría orientar quizás nuestras suposiciones en tal sentido, por la emoción genuina que parecen expresar los versos de “Mi partida”: “Adiós, Almería, adiós mi sultana, / Adiós viejecita de blancos cabellos / Adiós padre mío hermanos y hermanas” (22). Esta realidad de la inmigración europea masiva hacia nuestro país podría avalar nuestra suposición, pero no es sino una sospecha sin que hayamos podido corroborarla.

La emoción dominante que late en estos versos es la angustia de la guerra, que dicta esas visiones dantescas, mezcla de génesis y apocalipsis que desarrollan poemas tales como “Ensueños trágicos”, “Pasión funesta” y varios otros, que dan un cierto viso de unidad a un conjunto más bien dispar en cuanto a su temática.

Resulta difícil, asimismo, ubicar a su autor en una determinada corriente estética, pues conviven rasgos románticos con alguna tímida aproximación al modernismo literario. Es romántica, por ejemplo, la ambientación del poema inicial, que nos recuerda levemente a “El cuervo” de Poe: “cuando triste medito y me desvelo / en las noches de insomnio silenciosas” (5). Esta “Fantasía” (tal como la denomina su autor) es la visión dantesca de una humanidad destrozada por rencillas intestinas, asoladas por “el monstruo de la guerra” que se despliega en una isotopía con acentos de muerte: sudario, funerario, calavera, cieno, podredumbre…

También se advierten ecos románticos en el poema “El eco de la tormenta”, en el que la violencia desatada de los elementos contrasta con la indefensión humana: “ruge el mar con rebeldía / y la tormenta retumba, / el viento con fuerza zumba / y es la noche tan sombría / que sepulta la alegría / en su negra y basta tumba […]” (16). Encontramos asimismo huellas del gigantismo romántico en ese ser –”ardiente pecho del hijo valeroso”- que recuerda el mitológico Prometeo y se erige en símbolo de la libertad.

El derrotero de la Creación (génesis y apocalipsis) parece obsesionar al poeta y se explaya igualmente en el poema “Las tierras y los hombres” (46). También en el poema “El triunfo del mal” puede advertirse similar tono profético para referirse al destino de un mundo que se destruye a sí mismo por la violencia.

Con estas visiones macabras contrastan otras imágenes en las que el paisaje despierta sentimientos de ternura, si bien son relativamente escasos los atisbos de una naturaleza genuinamente observada y no mediatizada por convenciones literarias como la consabida referencia al ruiseñor o al jilguero, o la personificación de la Primavera que retoma una serie de tópicos tradicionalmente asociados a ella). Del mismo modo, en el largo poema narrativo titulado “El cuento de la abuela”, se construye descriptivamente una suerte de Arcadia feliz, con todos los rasgos de un locus amoenus: “En aquel lugar apartado del mundo / recubierto de hierbas y flores / sólo se escuchan los cantos de amores […]” (27).

Así, a la auténtica contemplación del paisaje (conquista que nuestra lírica mendocina irá profundizando a lo largo del siglo) se superponen imágenes librescas, referencias mitológicas que dan cuenta de un incipiente modernismo, como en el soneto titulado “La cascada”: “Con un sonido de un plañir doliente / […] / Como trenzas de ninfas enlazadas / Que azota el huracán siempre rugiente / […]” (55).

De todos modos, seríamos injustos si no reconociéramos en la poesía de Nieto algunos aciertos descriptivos que evocan la naturaleza comarcana, en este caso puestos al servicio de otro tópico literario como es el del beatus ille, en el poema titulado “A mi querido Profesor D. Lorenzo Miralles”: “En un distrito de la patria mía / Entre aromas campestres de tomillo, / Tan delicioso y limpio cual sencillo / […] en sosegada paz allí vivía / Lejos de las humanas ambiciones” (47).

Otra vertiente del libro lo constituye una poesía que podríamos denominar “de circunstancias”, pues parece escrita para figurar en algún álbum femenino. Así por ejemplo “A la bella y distinguida señorita María Blanca de Rosas”, encarecimiento de la belleza y pureza de la niña, en medio de una ambientación convencional. La poesía patriótica está representada en este libro por la composición titulada “A San Martín”, evocación ecuestre del Libertador a base de comparaciones enaltecedoras: “igual que el huracán tumultuoso” (15) o hipérboles: “hollando nubes con su excelsa espada / como la sombra de un titán inmenso” (14).

Volumen primerizo, que reúne composiciones escritas sin la conciencia de su futura publicación, tal como confiesa el autor en las palabras liminares, a pesar de sus relativamente escasos méritos literarios, se singulariza por introducir una temática (la guerra) hasta el momento lejana a la sensibilidad de nuestros autores o, al menos no desarrollada con la constancia con que lo hace Nieto en este volumen. Sólo varios años después, en la “Elegía de un soldado muerto por la libertad” (1950), obra inscripta en la línea de poesía civil de Alfredo Bufano, encontraremos una vivencia similar.

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