El actor Julio Chávez llega a Mendoza con su reconocida obra “Yo soy mi propia mujer” al Teatro Mendoza con dos únicas funciones, el viernes 12 y sábado 13 de mayo a las 22 h. Las entradas están a la venta en Entradaweb.
“Yo soy mi propia mujer” es un unipersonal teatral escrito por el dramaturgo estadounidense Doug Wright en 2003. La obra está basada en la vida real de Charlotte von Mahlsdorf, una transexual alemana que vivió en Berlín durante la Segunda Guerra Mundial y el régimen comunista de la República Democrática Alemana.
En Argentina, el actor y director Julio Chávez la estrenó en 2007 en el Multiteatro y tuvo una segunda temporada en 2016 en el Paseo La Plaza, dirigida por Agustín Alezzo. Fue reconocida y multipremiada con el Premio María Guerrero, Mejor Actuación 2007 PREMIO ACE DE ORO 2007 PREMIO ACE, Mejor actuación 2007. Y es uno de los trabajos más logrados de Chávez. Luego de varios años, regresó a la cartelera porteña en la temporada 2022 y 2023 en el teatro Metropolitan, y en abril comenzó la gira nacional, con la que vuelve a nuestra provincia. Una provincia que según Chavez es “sólida”.
Julio, a diferencia de otras visitas que elogian primero nuestros paisajes, halaga al pueblo. “Me gusta el orgullo mendocino. Me gusta mucho la identidad. Siento que hay como una suerte de aire de autonomía”.
¿Cuáles son tus expectativas con esta presentación en Mendoza?
Mis expectativas son que pueda ejecutar la partitura como creo que hay que ejecutarla, y que guste el material. Lo que produce esta obra, y es algo hermoso, es una especie de ceremonia en la que el espectáculo relata y el espectador relata también, porque lo que tiene para mí el teatro y la comunicación es que la comunicación no es alguien que habla, sino alguien que también escucha y hace que eso que se dice se vuelva imagen.
“Yo soy mi propia mujer” es un espectáculo muy hermoso para hacer el ejercicio de la construcción del relato. Tiene que ver con un actor que relata el encuentro de un autor con una travesti en el año 1993 y a partir de ahí se relata toda la vida de este travesti y todo el vínculo que tuvo el autor con este encuentro tan fuerte para él, este descubrimiento.
Así como el pianista agiliza sus dedos antes de ejecutar una pieza, yo tengo que agilizar también mi instrumento para que la ejecución de esta obra, que para mí es un regalo del oficio.
¿Cómo se cuida al relato en estas épocas en donde las imágenes ya nos son dadas y es todo tan efímero?
Mi primer maestro de teatro siempre decía “la primera palabra se dice fuerte”. Es una conquista que, para mí, parte desde el momento en el que el espectador llega al teatro, tiene que ver con cómo uno pone el escenario, cómo se ubican las luces, si decidís que hay música o no hay música, y hasta el espacio que hay entre el anuncio de “por favor no saquen fotografías” y que empiece el espectáculo.
Peter Brook decía que el arte del teatro es la repetición. Y en ese oficio de repetir, el desafío está en no hace minutas, por ejemplo, la milanesa de antes de ayer, si no que la milanesa se haga delante del espectador. Los mismos espectadores colaboran enormemente en esto porque ellos mismos hacen un silencio que sabemos todos que es el que tenemos que hacer para que se produzca el fenómeno y por eso cuando suena un celular o cuando hay alguna interrupción, muchas veces son los espectadores los que condenan eses acto.
Es una cuestión de respeto
Es una cuestión de respeto y de oficio, porque la solemnidad tampoco está buena. Es un respeto vivo. El desafío es que no sea un respeto formal y sea un respeto de verdad. Se apaga la luz y uno, formalmente, pone cara de que va a prestar atención, y esa atención, que es un acto voluntario del espectador, la tenés que mantener, tenés que lograr que haya un verdadero interés porque si no son 30 minutos de esperar, respetuosamente, a que termine el espectáculo. Un espanto.
¿Qué tiene esta obra que se te sedujo y te llevó a hacerla por tantos años, en distintos periodos?
Primero, el personaje...los personajes, porque en verdad, la obra es un actor que relata a un autor que encuentra un personaje que es una travesti, de manera que todo eso aparece: el autor que cuenta el encuentro, de golpe el autor se transforma en la travesti. Es todo un juego de transformaciones que para un actor es hermoso. Esta obra, para mí, fue un salto importantísimo en mi oficio, ¿sabes? Porque la partitura tiene algo que es como si dijese una tesis en acción, en donde pude comprender y ejercitar muchas cuestiones del oficio.
Cuando la hicimos, la primera vez, fue increíblemente bien recibida. A los 10 años le dije a Alezzo (director de la obra en aquel momento), “volvemos a hacer el material”, y fue muy atinado, por parte mía, volver a hacerla porque descubrí que ayudaba a observarme, qué había pasado durante esos años, que no solamente tenía 10 años más y seguramente 45 mil arrugas más, sino que había algo en el oficio, algo que me contaba en qué había mejorado o cambiado.
También está la cuestión del contexto histórico que acompaña a la obra
Eso sin lugar a dudas. Hoy los espectadores se sienten interpelados y, de alguna manera, responsable y partícipe del relato porque la contemporaneidad tiene otro tipo de participación en relación a las diferencias y a los “no iguales”, los “iguales no iguales”.
Hoy, muchas y muchos están en la calle. Hay algo que se llama colectivo. El individuo ya no está solo, está. En la época que se cuenta este cuento y en la época en que cuenta la Charlotte su vida, no había colectividad, o mejor dicho la colectividad era el nazismo. De manera que en esa situación ella, a pesar de eso, salió a marcar su diferencia, aun a costa del riesgo real que había de que la maten. Eso, hoy por hoy, es un recordatorio de que hay pioneros solitarios o pioneras solitarias y que la libertad no es algo que se da, sino es algo que se tiene.
¿A la hora de construir un personaje es más lo que vos le ponés a ese personaje o lo que él te deja a vos?
Es un matrimonio. Muchas veces vos descubrís cosas que pertenecen a tu experiencia y vos no lo sabías. Es como cuando tenés que hacer la comida y te creías que no tenías algo en la alacena y de golpe lo tenés. Otras veces un trabajo te hace descubrir que hay cosas que vos creías que sabías y no, no la sabes.
Cuando yo hice “Un oso rojo” en el año 2001 con dirección de Adrián Caetano, estuve a punto de decir que yo no podía hacer ese papel, que no, que se equivocaban. A pesar de eso, decidí hacerlo y cuando terminé de hacer la película, la sensación de placer que tenía era porque me había equivocado, que yo tenía elementos de violencia física o elementos de rudeza que yo creía que no me pertenecían, y sí las podía actuar, sí podía entenderlo.
Y hablando de descubrimientos, ¿cuándo supiste que la actuación era tu camino?
Fueron etapas. Yo te diría que en el año 75 fue la primera vez, cuando yo tenía 19 o 18 años, que dije “quiero ser actor”, cuando entré al conservatorio. Pero después, a los 25 o 26 años, me di cuenta que el concepto de actor era muy diferente que a los 18.
Van cambiando los conceptos y cada vez que cambia el entendimiento de lo que es eso, es también la oportunidad de preguntarte, ¿al cambiar el concepto, quiero seguir siendo actor? A veces me he dado cuenta que no, que ya no quiero más. O me he dado cuenta que no puedo más. Hoy, por ejemplo, después de muchas décadas de trabajo me vuelvo a preguntar, ¿en qué punto estoy?, ¿qué entiendo de la actuación?,¿qué me pasa con el trabajo? Y lo revalidó nuevamente. Me hago la pregunta nuevamente, aun a riesgo, tal vez, de descubrir que algo tiene que cambiar.
¿Cuál es, entonces, la respuesta? Los actores están atravesando una época compleja en la que el reality y los programas en vivo coparon la escena
Yo no puedo decir que estoy protegido, pero he alimentado una huertita que tiene que ver con que yo soy autor de teatro, colaboro con la formación de otras personas, me dedico a las artes plásticas y que soy director. No voy a dejar de tener mi huertita, y en ese sentido, yo donde mire, tengo compromisos o porque estudio a Borges o porque estoy escribiendo mi obra de teatro o porque estoy capitaneando un grupo de autores que están escribiendo para mi estudio o porque estoy pensando en el estreno de mi próxima obra. De manera que yo he vivido y seguiré, seguramente, viviendo con esa situación de dependencia del medio que es inevitable porque vivo en una sociedad, pero también, por otro lado, he aprendido y siempre he sentido que no debía abandonar los espacios que me daban autonomía de pensamiento.
Y en esa huerta ahora plantaste tu primera película, tu ópera prima.
Mi ópera prima se llama “Cuando la miro” y es una película que quiero enormemente y estoy muy muy satisfecho de haberla querido hacer y de lo que hice, de las dos cosas.
Muchas veces vos decís “que alegría que lo pude hacer” y cuando la ves, decís “no es lo que quería comunicar”, pero cuando vos tenés una intención y tuviste la dicha de tener un equipo y colaboradores, has tenido la la posibilidad de poder capitanearlo hacia donde has querido y ves el material y sentís que lo que vos querías está ahí, es un doble premio. El premio de haberlo hecho y el premio de que lo ves y sentís que algo de lo que querías comunicar está ahí y que tiene que ver con tu estética, con tu ideología.
¿Cuál es tu deseo primario a la hora de agarrar el lápiz y empezar a escribir algo?
Que despierte mi interés. Yo quiero despertar mi interés, pero no es tan fácil. A veces tengo que pelearla hasta que encuentre que hay algo que articulé, un tema o una historia o una estrategia o un escenario, porque se puede decir, “quiero escribir una obra para un sillón y una lámpara” y eso te estimula, pero es engañoso, crees que es, pero cuando empezás a trabajar te das cuenta que no te interesa.
¿Qué pasa cuando no te interesa a vos, ¿lo dejas?
No, la peleo porque me pregunto por qué no me interesa, qué diferencia hay, qué cambió.