La lógica del escorpión: el análisis de Los Andes, tema por tema, del nuevo disco de Charly García

El nuevo disco del legendario músico sorprende con buenas canciones que en ocasiones se sobreponen al principal problema de la propuesta: la fragilidad de la voz del artista.

La lógica del escorpión: el análisis de Los Andes, tema por tema, del nuevo disco de Charly García
Charly García acaba de editar su nuevo disco, "La lógica del escorpión".

No hay forma de oír una obra de arte, un disco en este caso, fuera de contexto. Que nos llegue a los oyentes de este convulso 2024 un nuevo disco de Charly García es algo que no puede darse sin el lastre, virtuoso y vicioso, de la enorme figura del artista. Una figura, claro está, cuyo brillo fue intenso y notable en su plenitud, pero que hace muchos años (¿treinta, tal vez?) ya no es el artista capaz de esas obras tan contundentes que supo dar en los 70, con las diversas agrupaciones que lideró, y en los 80, con su inigualable estela solista.

Por eso, el contexto es tan fundamental como la música en La lógica del escorpión, disco que representa el regreso discográfico de Charly, siete años después de lo que había sido un nuevo regreso con canciones nuevas (Random).

Lo que rodea al disco

¿Qué tal es el disco? No es la miseria que algunos auguraban o temían ni es la obra maestra de un artista acostumbrado a tales cosas. Es un buen disco, con algunas señas particulares de Charly, con algunas muy buenas canciones, incluso algún hit y, sobre todo, es un regalo para sus fans incondicionales, a quienes sin duda les ha alegrado el año con su reaparición. Pero un análisis no puede reducirse a eso. Y todo análisis exige un contexto.

El contexto que acompaña a Charly es indesligable de la obra que ofrece hoy, un promocionado disco de 34 minutos integrado por 13 canciones, que apareció a las 21 del 11 de septiembre de 2024 en las plataformas, universalizando su regreso a través de una tecnología muy apropiada para la manera de trabajar que tiene Charly hoy.

Lo bueno

Y es que, de nuevo, el contexto debe estar: a sus 72 años, y después de graves problemas de salud, para Charly García grabar un disco y componer nuevas canciones es toda una proeza. Su movilidad está limitada, su dicción también y, especialmente, lo está su voz.

Conserva, claro está, el genio creativo —que de ningún modo es separable de todo lo otro, así que también está limitado— y hasta cierta capacidad para interpretar diversos instrumentos y componer, evidentemente de una manera más ardua que en sus mejores años o incluso en sus años de declive. Sin embargo, la chispa permanece, el buen gusto está, el afán perfeccionista en cuanto a lo instrumental sigue intacto.

La lógica del escorpión, contra lo que ese contexto ofrecía, es un muy buen disco. Tras la sorpresa notable que resultó Random, con todas nuevas canciones, tal vez incluso es mejor por lo que consigue de contundencia con el puñado de nuevas canciones, breves y fulgurantes, tal vez más sencillas, tal vez más “al hueso”, pero a la vez delicadas y cargadas de una verdadera “hiperproducción” sonora.

Charly, grabando el nuevo álbum junto a Pedro Aznar (Captura de pantalla).
Charly, grabando el nuevo álbum junto a Pedro Aznar (Captura de pantalla).

Lo malo

Pero, a la vez, la voz es un problema. Un grave problema. Ante ella, no queda más que hacer o bien un pacto o bien rendirse ante la evidente deficiencia vocal de un artista que, a pesar de que ese es su punto más notablemente deteriorado, sigue cantando y, al parecer, no abusa de artilugios tecnológicos. El pacto sería equivalente al “pacto de la ficción” que establecemos cuando vemos una película de terror, o leemos un libro fantástico: asumimos que son posibles cosas imposibles, para dejar que transcurra la propuesta artística. En este caso, debemos simular que esas frases cortadas como con un cuchillo (como en staccato), su canto agarrado de un hilo, su pronunciación deficiente, son parte de la propuesta. Es muy difícil, pero tal vez posible: nada oculta de que allí hay un problema, grave y ya detectado claramente en Random, aunque aquí más agudizado.

A pesar de todo, Charly decide cantar. Y lo hace con todo el vigor posible, y el que su garganta no concede, sí lo permite su frescura musical. El disco tiene una apariencia sonora más rockera y vital, donde las tinieblas musicales parecen haber cedido paso a la luminosidad. Los arreglos, la instrumentación, el ritmo, todo hacen que este disco vaya por esos carriles.

Canción por canción

La mejor prueba de ello es la canción, algo stoneana, con la que abre el álbum: Rómpela, con un riff de guitarra medio “podrido” y unos bronces que son el manifiesto de luminosidad con el que el músico quiere hablar. La letra (no hay letras de un nivel lírico particularmente elevado, todo hay que decirlo) parece hablarle a un amor que no es carnal, sino la propia música, su propio hacer musical. Charly —al volver con esta versión de su tema de Kill Gil— está “rompiendo la creencia” de que ya no podía hacer música.

Tras poco más de un minuto y medio, la cuestión muta en sonido (una batería secuenciada que contrasta con el teclado Moog y hermosas cuerdas sintetizadas) en Yo ya sé, una de las canciones más melancólicas del disco, donde la soledad sobrevuela como tema principal.

Sobrevienen luego los dos temas más extensos, potentes y hermosamente tocados del disco. Parte de la culpa la tiene, claro, David Lebón, que les pone sus seis cuerdas eléctricas a El club de los 27 y La medicina N° 9. En el primero Charly apuesta a algo clásico, para no fallarle: se trata de un blues descarado, también con baterías secuenciadas, y con momentos guitarrísticos y de piano verdaderamente deliciosos. En el segundo, otra vez con gran presencia del teclado, hace que la guitarra de Lebón se luzca aun más. Hay acá mucho del Charly de los 80. Tal vez sea uno de los puntos altos de La lógica…

La nueva nota melancólica llega con Te recuerdo, invierno, casi tanguero y hasta con una sutil cita piazzolliana: es una canción ya conocida, que tocaba en los 90 el Charly de la época de Cassandra Lange. En aquel entonces sonaba mucho más triste que aquí y tal vez mejor, a pesar de la crudeza, que ahora muta en la inconmovible superproducción sonora.

Llegan posteriormente los dos que, tal vez, sean los mejores momentos del disco, cada cual por razones distintas. Autofemicidio es un hit potencial, con una melodía entradora, arreglos épicos, una guitarra seductora y contundente (crédito para el gran Fernando Kabusacki) y una letra perversa. Y luego llega América, un rock que podría ser convencional y cuadrado, pero que se transforma en otra cosa gracias al dueto que lo interpreta: Charly, claro, y Pedro Aznar, que lo dobla en las voces, le agrega su perfección instrumental y llevan el disco a otro plano, al nivel que pudo tener en general. Pero hay que conformarse con lo particular. La garganta de Aznar es un remanso en este momento, cuando ha transcurrido la mitad de La lógica del escorpión.

La canción da fin al “lado A” y también a lo mejor de la propuesta. El lado B (anunciado así por la voz de Charly) es, parece evidente, lo más flojo, el relleno, lo que no obsta para que no haya momentos destacables. Entre estos no está, parece, la reversión de Juan Represión (de Sui Generis). No es que los arreglos no estén muy bien, no es que no suene prolijo excepto por la voz. Es que no parece aportar nada. Algo distinto sucede, al menos, con Estrellas al caer, que es como una nueva vuelta de tuerca a Chipi Chipi, de La hija de la lágrima. Con La pelicana y el androide sucede algo polémico: García rescata la voz de una grabación de la época del disco con Luis Alberto Spinetta que quedó trunco, y la utiliza para abordarla, 40 años después. Es difícil, aunque haya variantes, no tener presente la versión que el propio autor, el Flaco, grabó para Privé. Al final, aunque pueda tener emotividad y hasta legitimidad por la relación que unía a García y a Spinetta, no parece aportar demasiado.

Hablando de aportes, resulta curiosa la insistencia de Charly con Watching the Wheels, canción del último disco de John Lennon. Aquí la vuelve a grabar, como lo hiciera ya en Kill Gil (2010). La diferencia está en que ahora la traducción de la letra cuenta con autorización oficial. Es una bella composición, pero aquí sirve para relleno y para introducción al “momento musical”, pues no es siquiera una canción, que le da nombre al disco. Sobre un fondo de guitarras, teclas y batería, la voz “podrida” de Charly relata (acompañado por Rosario Ortega) casi teatralmente la leyenda del escorpión y la rana, de una manera personal y diríase bastante deficiente en lo narrativo. Compárese, por ejemplo, el uso narrado de esta misma fábula en la película El juego de las lágrimas para notar cómo se la puede contar bien e integrarla a otra obra.

El final, por suerte, trae un hermoso cierre, gracias a la muy buena versión de So You Want To Be a Rock’n’Roll Star, de The Byrds, con la presencia de Fito Páez. Es un final festivo, casi celebratorio, y muy simpático, en el que se les da consejos “a los jóvenes rockeros”. Hay que descontar uno de los peores momentos de dicción de Charly en todo el disco, claro está, pero a esa altura de La lógica del escorpión, si no se asumió el problema de la voz, es que el pacto del que hablábamos no fue posible.

La conclusión

Ni desastre ni obra maestra, decíamos. La lógica del escorpión resulta un digno regalo de Charly García a sus fans, a aquellos que lo idolatran haga lo que haga, porque él forma parte de sus vidas. Pero es un digno producto también, fuera del márketing que lo acompañó, que navega por la esencia de la propia discografía de Charly, por sus obsesiones, por todo lo que aportó al rock nacional a punto tal de darle forma al mismo.

El que busque obras maestras de Charly tiene que saber que la última se publicó, en opinión del que esto firma, en 1987 (Parte de la religión). Que después vinieron dos o tres grandes discos, pero que tras La hija de la lágrima lo demás es parte de otro pacto: el que consiste no ya en disimular la voz perdida, sino en ponerse en “modo Charly” al escucharlo, saber que se está tratando con una leyenda. Algo intransferible y que puede complementar, completar a su música, cuando a esta le falte lo que ya antes había sembrado para siempre.

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