“Mendoza parece ocupar esta situación como delicioso lugar de descanso para el viajero que ha recorrido mil millas del país quizás menos interesante del mundo; pocos objetos de curiosidad se presentan para quebrar el tedio de los perpetuos llanos despoblados […]. Mendoza, por consiguiente, es saludada como un objeto bello, y su recuerdo se graba en la mente, más agradable y forzosamente, por el contraste que ofrece con la tristeza e identidad de las Pampas”. Robert Proctor
Nicolás Dornheim, en un artículo titulado “Cómo nos vieron. La cultura de Mendoza a través de viajeros europeos del siglo XIX (A propósito de una imagología regional mendocina)” (Piedra y Canto 7-8, 2001-2002) postula el término “iterología” con el sentido de “estudio del camino o itinerario” para referirse al análisis de estas visiones de viajeros que atravesaron nuestro territorio y dan cuenta de lo observado, resaltando las particularidades regionales.
Justamente, el investigador citado destaca la constitución de “Mendoza y los Andes” como “una región iterológica” que acapara la atención de los visitantes y se organiza en torno a una serie de tópicos comunes, que luego ejemplificaremos con textos de Proctor, extraidos de sus “Narraciones del viaje por la cordillera de los Andes”. Continuando con el razonamiento de Dornheim, resulta un desafío muy interesaste contraponer esas “representaciones” o “hétero imágenes” (vistas con ojos extranjeros) a nuestra propia percepción, a la auto imagen que los mendocinos hemos conformado desde el siglo XIX y que en cierto modo aún pervive, con algunas modificaciones: Mendoza como “reducto de cultura”, cuyos primeros propagandistas fueron, entre otros, Domingo F. Sarmiento y Damián Hudson en sus “Recuerdos históricos sobre la Provincia de Cuyo” (1898).
Por su parte, Carlos Aldao, en el prólogo al libro de Proctor, señala “lo interesante de las narraciones personales, como poderosos auxiliares de la historia, en cuanto contienen observaciones que dejan entrar luz en células veladas de nuestra memoria, para fijar, mediante un testimonio exterior, nuestros propios sentimientos e ideas”.
Estos viajeros europeos hacen gala en su presentación de las nuevas regiones visitadas una enciclopedia en la que confluyen distintos saberes: geografía, historia, urbanismo, sociología…; exhiben asimismo diversas motivaciones a la hora de recorrer las regiones americanas en general, como puede ser la de importar a estas tierras una avanzada del capital europeo, a la que se refiere Mary Louise Pratt en “Ojos imperiales. Literatura de viajes” (1992).
También podemos destacar el afán científico que guía por ejemplo a Charles Darwin en su periplo por nuestras tierras. En efecto, el científico ingresó a Mendoza el 22 de marzo de 1835, a lomo de mula, por el Paso Internacional Portillo de Piuquenes, entre San Gabriel (Chile), por un sendero transitado históricamente por misioneros, baqueanos y huarpes. Da el siguiente testimonio de su recorrido por la zona de Villavicencio: “Poco a poco se aproxima el camino de la cordillera y antes de ponerse el sol del 28 de marzo penetramos en uno de los anchos valles […] La geología de esta región es muy curiosa”. Da cuenta asimismo de un hallazgo sorprendente; “En la parte central de la cadena […] observé en una vertiente […] algunas columnas tan blancas como la nieve. Eran árboles petrificados; once se hallaban convertido en sílice y otros treinta o cuarenta en espato calizo groseramente cristalizado”. Y agrega: “No se necesitan grandes conocimientos de geología para comprender los hechos maravillosos que indica esta escena”.
También Robert Proctor nos da su visión de Mendoza en el siglo XIX; este escritor inglés llegó a Buenos Aires en 1823; cruzó el país en dirección oeste; atravesó la Cordillera hasta Chile y pasó de allí al Perú, en una época memorable de la emancipación americana, de allí que en su obra se encuentren referencias al Libertador General San Martín, a quien tuvo oportunidad de conocer. En su periplo tomó notas, y a su regreso a Inglaterra publicó sus “Narraciones del viaje por la cordillera de los Andes”, que integra la serie de obras de viajeros ingleses por América.
Carlos Aldao, traductor de la obra y autor del “Prólogo” en la edición publicada en 1920 en Buenos Aires, pone de manifiesto que “Comparando la descripción de las Pampas contenida en esta obra, con las ya publicadas por La Cultura Argentina, debidas a las plumas de mister Haigh y mister Head, se ve que los tres coincidieron en la descripción general del país; pero cada uno anotó detalles que pasaron desapercibidos para los otros dos” (1920: 7).
Mencionábamos anteriormente la reiteración de ciertos tópicos descriptivos en diversos textos de viajeros del siglo XIX en relación con Mendoza; estos tienen que ver, en primer lugar, con el ingreso a la ciudad, que Proctor califica de “bellísima”: “en el claro estaban los campos verdes de alfalfa y trébol, mezclados con viñas dobladas por su carga purpúrea y regadas por innumerables corrientes de agua que bajan de las montañas […]; sobre este rico país se veía la ciudad de Mendoza con torres y minaretes alzándose del brillante verdor de los álamos” (42).
Luego, la descripción del ejido urbano, trazado “como todas las grandes ciudades españolas de Sud América con plaza cuadrada de que arrancan calles paralelas”; en cuanto a las casas, “la mayor parte de ellas […] tienen buenos jardines con abundancia de ricas uvas moscateles que se producen aquí con mayor abundancia y perfección”. Las viviendas “son de adobe, blanqueadas” (43). Destaca asimismo la presencia de las acequias y “Una alameda lindísima […] contigua a Mendoza: se compone de cuatro hileras de álamos plantados en líneas rectas paralelas a la cordillera de la cual hay muy buena vista”. Destaca asimismo el lugar que ocupa la alameda en relación con el esparcimiento de los mendocinos, ya que “es muy frecuentada por los habitantes en las tardes frescas y se regalan con helados, fruta, etc. que se venden allí mismo” (44).
Un párrafo destacado se dedica a la cultura en la región y se pondera el aporte progresista del Libertador: “Bajo los auspicios liberales del general San Martín y el cuidado científico del doctor Gillies, es un ejemplo de progreso para las otras ciudades sudamericanas. Se estableció una escuela de Lancaster cuando yo estaba allí, y se abrió una biblioteca pública y, por añadidura, se editaba un periódico por algunos jóvenes del lugar, que era canal para difundir los principios liberales en todo el continente. Las utilidades se destinaban para costear la escuela, a que estaba anexo un teatro rústico, donde los mismos jóvenes a veces representaban. Se había hecho mucha oposición a estas instituciones por personas fanáticas, en especial por el clero, pero el patrocinio del general San Martín fue suficiente para silenciar el clamor de estos retrógrados enemigos del progreso” (43).