La bien ganada fama de humorista de Jorge Sosa (1944- 2021), en el ámbito provincial, ha contribuido sin duda a relegar a un segundo plano sus méritos como poeta. Y aun si todos los mendocinos celebramos la perfección estética de su Otoño en Mendoza, lo hacemos sin duda gracias a la versión musicalizada por Damián Sánchez, conocida como Canción de otoño, sin recordar que fue, primero, poema, incluido en un libro que contiene otros muchos “versos felices”. La cita pertenece al Borges de Fervor de Buenos Aires, cuando se disculpa ante sus lectores: “Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente”, y recurro a ella porque el adjetivo “feliz” describe plenamente la emoción suscitada por la lectura de poemas tan entrañables como los de Sosa.
En efecto, Confidencias, editado por primera vez por la editorial Los Cuatro Gatos en 1979 y reeditado por Numen en 1981, es un libro digno de ser rescatado del relativo olvido en que se halla. En él encontramos todas las temáticas que caracterizan la obra de Jorge Sosa, organizando las distintas secciones del volumen: la primera parte, como no podría ser de otro modo tratándose de un hombre al que en otra ocasión he definido como “el poeta de la amistad, está dedicada “A los Amigos”: “Voy a hablarles de ustedes, mis amigos, / a tratar de reunirlos / en las pocas palabras que me permite el tiempo” (p. 13).
En la segunda sección el canto “Al amor” va desgranando sus motivos en la celebración de los amores en sus diversas alternativas —tanto los perdidos como el amor concretado—, en la promesa de la vida compartida, el abandono y el rencuentro… El amor como vivencia universal, como inminencia de un futuro feliz, porque “Por la ciudad nada suelto el amor”: “Hay que encontrarlo, / para hacer un amor que nos obligue a enamorarnos. / Él está esperando por nosotros” (p. 43).
El amor fructificado en hijo es precisamente la temática que da unidad a la tercera parte, dedicada “A la espera”, que trae una promesa de esperanza, porque “Ese niño que esperas / ha de traer una puerta de madera, / y en la puerta colgado / un cartel de violetas / dirá: ‘Del otro lado es primavera’” (p.101), en consonancia con ese optimismo que constituyó el talante espiritual de este poeta.
Ni aún la melancolía que produce el paso del tiempo, “Acumular los días, / atosigarnos de horas, minutos y segundos; / vivir, irreversiblemente, / vivir hacia adelante / o andar retrocediendo hacia la muerte”, puede desmentir la serena felicidad que expresan poemas como los contenidos en “A mis cosas y recuerdos…”, dedicados a evocar una serie de siluetas, con algo de antiguo daguerrotipo, en las que despunta el sentido social del poeta: “El ciego Miguel” o “Armando de a poco”, que edifica tenazmente su casa a despecho de los temblores: “Hija de puta la tierra… / hija de puta” (p. 149).
Destaco especialmente dos de las últimas secciones del volumen: “A mi pueblo” y “A mi tierra”, auténtica profesión de arraigo en el terruño, en toda la latitud y la longitud del país profundo. Porque este santafesino de origen, y afincado luego en Mendoza, puede definirse a sí mismo como “un niño nacido en Humahuaca / justo a los treinta años” (p. 168). Jorge Sosa confiesa de este modo su religación profunda con la cultura andina (puesta de manifiesto igualmente a través de su participación en “Markama”, grupo de música latinoamericana integrado, entre otros, por “Nene” Ábalos, Lars Nilsson y, Damián Sánchez quien tuvo el mérito de musicalizar varios temas de Jorge).
Este “nacimiento” tardío significa el aprendizaje de toda una sabiduría ancestral, desconocida para el nativo de la urbe: “Yo, / hombre de ciudad, / de los que creen haber visto todo, / me descubrí un espacio invicto entre los ojos / y un pedacito virgen en mi asombro”, ante la contemplación de esa “Serpiente de sonora cabeza, / columna de alegría que marchaba a los saltos” (p. 167), que es el carnaval norteño.
Pero este descubrimiento y este amor no es excluyente: también Mendoza se adentra pronto en el sentir del poeta, que reseña su historia en uno de los más bellos poemas que —a mi juicio— se han escrito sobre ella, titulado “Era una niña apenas”: “Mendoza la llamaron los paisanos, / corazón del país de las arenas; / como cuenta la voz de los paisanos: / era una niña apenas” (p. 174).
El poema citado anteriormente pertenece a la última sección del libro (al igual que el dedicado al otoño) y en este apartado el poeta, junto con el verso libre usual en la mayoría de los textos, ensaya también formas populares de expresión, como la cuarteta asonantada, uno de los módulos expresivos más frecuentes en nuestro folklore poético. Así, surgen por ejemplo esas “Primeras coplas”, que confiesan paladinamente su origen: “Mi copla para ser copla / tiene un deber que cumplir: / habiendo nacido en pueblo / debe volver hacia allí” (p. 163); o las “Coplas finales”, en que la voz lírica vuelve a asumir su rol de cantor popular: “Cosas que tiene el destino / cosas que siempre tendrá, / unos cantan y sonríen / yo solo puedo cantar” (p. 191).
Igualmente recurre el poeta a la serie indefinida de versos octosílabos con rima asonante en los pares (el romance), forma tradicional de la lírica hispánica e hispanoamericana, en el poema “Decir adiós”, nueva confesión de su apego al terruño mendocino, porque “Decir adiós en Mendoza / es cosa bien complicada, / porque no basta el camino / para intentar la distancia” (p. 183). Finalmente, y en relación con las formas folklóricas típicas, el romancillo hexasilábico adapta su ritmo al del “Malambo”: “El aire se tensa, / la noche delata / con risa mulata / sus ganas de amor; / la tierra palpita, / se mueve, se agita […]” (p. 187), en perfecta adecuación fondo/forma.
Quizás como síntesis de todo el libro, brotado de la profundidad del sentir del poeta, con tono y sentido de confidencia, valgan estos versos de “Fantasmas”: “Quedo solo pisando el umbral de sus dioses, / yo solo con la historia, / ¿Qué puedo hacer, hermano? / Más que el amor, no puedo… / no puedo más que el canto” (p. 166).