El 24 de mayo de 1958 fue una víspera patriótica especial en nuestra provincia. Ese día, muchos mendocinos se congregaron en el Teatro Gran Rex, hoy desaparecido, para asistir a uno de los hitos culturales de la provincia, de la región y (por qué no) del país. Muchos otros también, pudieron seguirlo por la radio.
Hoy nos parece insólito, incluso increíble, pensar que la Orquesta Filarmónica de Nueva York, por entonces la más importante del mundo junto a la de Berlín, haya tocado ante nosotros. Hay que ponerse en la cabeza (y los oídos) de aquellos que asistieron a escucharla, dirigida por Leonard Bernstein, a la sala que se ubicaba en calle Buenos Aires y que hoy, olvidada y ocupada por salones comerciales, guarda en sus paredes el eco de uno de los músicos más importantes del siglo XX.
La figura de Bernstein, con su total genio y magnetismo, vuelve al podio gracias al filme “Maestro”, estrenado esta semana en algunos cines (en Mendoza, consultar la programación en el Cine Universidad). Este “compositor, director de orquesta, pianista, escritor, educador y divo”, como lo definía Helena Matheopoulos en su famoso libro también llamado “Maestro”, tuvo una vida privada tan intensa como su actividad en los escenarios.
Pero ese no es el tema de esta nota. A través de los archivos de diario Los Andes, pudimos reconstruir en parte el paso del divo americano por esa pequeña pero pujante provincia que era Mendoza en los ‘50.
Porque si hubo un florecimiento cultural en esa década, el testimonio lo podrían dar los cine-teatros hoy desaparecidos, desperdigados por el centro y convertidos en negocios de ropa o estacionamientos. El Gran Rex, inaugurado en 1943, era uno de ellos. Pero no era solo uno más: era el mejor, el más grande del interior del país. Entre platea y pullman, se contaban 2.200 butacas y tenía la última tecnología en proyección de imagen y sonido.
Que la Filarmónica de Nueva York, que viajaba con su nómina completa en esa gira latinoamericana, eligiera el escenario más grande de la provincia, fue un hecho natural. Nos hubiera gustado imaginarla en el escenario del teatro Mendoza, inaugurado en 1949, y en el del Independencia, que seguramente contaban con mejor acústica. Pero tamaña orquesta sencillamente no entraba ahí, por lo que la Asociación Filarmónica de Mendoza, quien organizó el evento, se inclinó por el cine.
Venían de actuar en Chile, donde se habían presentado en los teatros Astor y Caupolicán de Santiago y en Viña del Mar. Fue, de hecho, una visita de carácter oficial para el país vecino, que motivó ríos y ríos de tinta, porque Bernstein, de 38 años, era esposo desde 1951 de Felicia Cohn Montealegre, una actriz nacida en Costa Rica pero criada en el país vecino, que lo enamoró y lo acompañó hasta su muerte, a causa de un cáncer de pulmón, en 1978. La historia que los unió fue ficcionalizada en el filme “Maestro”.
En una rueda de prensa, se refirió a ese tour latinoamericano y a Chile, al que “conocía ampliamente el país por referencias”. También dijo que le “había sorprendido la gran variedad de culturas, climas y paisajes encontrados en este viaje”.
Y el viaje, en efecto, se prolongó entre el 29 de abril y el 14 de junio por Panamá, Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Paraguay, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil y México. Resultó el tour más extenso de la Filarmónica de Nueva York ese año, que quedó para la historia de la música clásica.
Es que Bernstein estaba en pleno fervor creativo: pocos meses antes había estrenado con éxito rotundo “West Side Story” y, en enero de 1958, se había transmitido por televisión por primera vez su “Concierto para jóvenes”, un ciclo didáctico que revolucionó la música clásica, al inaugurar un nuevo estilo de conciertos destinados al gran público. Inevitablemente, se convirtió en el ejemplo de todos ellos.
Casualmente, la parada en Mendoza coincidió con la tradicional velada patriótica, que se hace todos los años en la noche del 24. La doble importancia del evento fue notoria, y de hecho en una fotonoticia del domingo 25 de mayo, en Los Andes se leía: “Al acto asistieron el Gobernador de la Provincia, doctor Ernesto Arturo Ueltschi; el vicegobernador, señor Pedro Lucas Luja; el obispo de Mendoza, monseñor doctor Alfonso María Buteler y un público que colmaba la sala”.
El concierto, que comenzó a las 22, fue transmitido por LRA Radio Nacional y tuvo el siguiente programa: la Sinfonía N°104 “Londres” de Haydn; la Sinfonía N°3, en un solo movimiento, de Roy Harris, y la Sinfonía N°4 de Tchaikovsky, agregada a último momento.
Es que poco antes de su arribo a Mendoza, una comunicación telegráfica le informó a la Asociación Filarmónica que se iba a cambiar el repertorio de la segunda parte del concierto, en el que originalmente figuraban “Un americano en París” de Gershwin y “Le valse” de Ravel. En el programa original, hoy disponible en el archivo de la Filarmónica de Nueva York (archives.nyphil.org), se ven estas obras tachadas y el agregado de la descripción de la Sinfonía de Tchaikovsky al final del mismo.
Por un percance organizativo, debido a que los músicos tuvieron que cambiarse la ropa de calle en el mismo teatro y no había espacio suficiente, la sala se habilitó solo pocos minutos antes de la hora estipulada. “Por esa razón, no toda la concurrencia pudo escuchar cómodamente los himnos argentino y estadounidense con que empezó el acto”, escribió el crítico (desconocido) en la edición del 26 de mayo de Los Andes.
La orquesta viajaba en dos aviones Clipper, mientras que un tercero cargaba con las casi 8 toneladas de equipaje, compuesto por instrumentos de incalculable valor.
El 24 de mayo, el anuncio del concierto que hizo Los Andes prestaba una atención muy especial a esa cuestión. “En la planilla que presentará la agrupación orquestal a nuestras autoridades aduaneras figuran: 31 violines, 12 de los cuales datan del siglo XVIII, comenzando por el Stradivarius Barón Wittgenstein, que pertenece a John Corigliano desde 1955 y que está valuado en 25.000 dólares; otros 10 son del siglo pasado; y todos ellos, con una sola excepción, ostentan el nombre de famosos luthiers. El de la excepción, de color castaño dorado, según la descripción, tiene obsurecida su marca por el transcurrir del tiempo hasta hacerla ilegible. Entre los cellos y las violas, el panorama es parecido, lo mismo que en los contrabajos, uno de los cuales bate el récord de antigüedad: se trata del de William Chartoff, que data del año 1600 y está firmado por Gaspare da Saló”.
La descripción continuó con los otros instrumentos: “Los de viento, lógicamente son modernos, ya que su perfeccionamiento es reciente. Con respecto a la percusión: allí vemos tambores graves, címbalo y dos juegos de campanas, xilófono, tambores altos, timbales y muchos otros accesorios, pertenecientes a Walter Rossenberger, Elden Bavley y Morris Lang, músicos que los manejan. También vienen 5 tímpanos, de distintas medidas, uno de ellos a pedal, de Saúl Goodman. Y asimismo dos arpas, cuyos ejecutantes son Christine Stavrache y Edward Druzinsky”.
De la documentación de migraciones que obtuvo, el periodista de Los Andes también hizo una observación sobre la edad: “De los integrantes de la orquesta, el músico más viejo es Socrate Jean Barozzi, nacido en Rumania, en 1893, violinista; el más joven, Asher Ira Richman, cello, estadounidense, del año 1931. Entre 26 y 65 años varían pues las edades de los instrumentistas”.
Dos días después, el 26 de mayo, se publicó la crítica de Los Andes, que calificó de “Brillante” la actuación. El texto, sin firma, se refirió así al director: “Bernstein, cuya presencia al frente del elenco constituyó una sólida garantía de seriedad artística, demostró ser músico sensible y equilibrado, a la par que director eficaz e inteligente”.
Según el periodista de Los Andes, los aplausos fueron muchos, e incluso después los músicos mendocinos se quedaron charlando con algunos de los de la Filarmónica, con quienes los unía una “antigua amistad”. Mientras esto sucedía, ya se agolpaba la gente para pedir autógrafos de Bernstein, en “programas y trozos de papel de diversa procedencia”.
Pero la gira siguió sin un respiro. Al día siguiente, partieron a Uruguay, donde actuaron el 26 y 27 en el Estudio Auditorio de Montevideo. El 28 en el teatro Colón, el 29 en el teatro Rivera Indarte de Córdoba, el 31 en el teatro Colón, el 1 de junio de vuelta en el Estudio Auditorio y el 2 nuevamente en el Colón. Pero estos últimos tres conciertos ya los dirigió Dmitri Mitropoulos, quien retomó la batuta y le dio un respiro a Bernstein. El griego dirigía la orquesta desde 1949, y le cedió el puesto a Bernstein en ese mismo 1958. Ya dijimos, un año bisagra para la música clásica.