Mendoza a través de la mirada de los extranjeros: Francis Bond Head (segunda parte)

En esta columna, Marta Castellino continúa analizando los escritos del militar inglés, quien recorrió la región a principios del siglo XIX.

Mendoza a través de la mirada de los extranjeros: Francis Bond Head (segunda parte)
Imagen que ilustra la portada de "Viaje a través de las Pampas y Los Andes" (Claridad) de Bond Head.

En un anota anterior (cf. Los Andes, 11/09) me ocupé de la obra de Francis Bond Head, militar inglés, dedicado a actividades relacionadas con la minería, que recorrió varias veces el territorio americano. Dejó testimonio de esos viajes en varias obras cuyos títulos aluden claramente a su contenido: “Las Pampas y los Andes” (1° edición Londres, 1826), que narra los sucesos de su primer y segundo viaje; “Escuetos apuntes tomados durante algunos rápidos viajes realizados a través de las pampas y los Andes”, publicados luego de culminar su tercer viaje, y también “Informes relativos al fracaso de la Asociación Minera del Río de la Plata”, de 1827, texto relacionado con lo que fue el objetivo primordial de sus viajes a América: la explotación de minas.

De estas obras, me ocuparé de la primera, a través de la edición de 1920, traducción de Carlos Aldao, que ya cité en la nota anterior: contiene una introducción, 17 capítulos y una conclusión; se agrega además un anexo con algunas observaciones generales sobre el trabajo de las minas en Sudamérica. Cabe señalar que el capítulo VI está dedicado a la estadía de Head en la provincia de Mendoza. Transcribo la apreciación que acerca del contenido hace Teresa Giamportone en “Viajeros ingleses por Mendoza (Tomo II)”: “Francis Bond Head no llevaba un diario regular de su viaje; en ocasiones escribía notas descriptivas y pintorescas de aquello que más le interesaba o llamaba su atención” (54).

Son precisamente estas notas lo que singularizan su relato y afirman la particular sensibilidad de que Francis Bond Head hace gala: por ejemplo, despiertan su imaginación las variadas formas de las rocas que descubre a su paso: “Del otro lado del agua había una de las más singulares formaciones geológicas que hubiéramos visto. En el nacimiento de una quebrada se alzaba una enorme montaña de pórfido, cortada con almenas y torrecillas, que le daban aspecto completo de castillo antiguo, en escala, sin embargo, completamente fantástico. El frente quebrado representaba, del modo más curioso, ventanas y portones antiguos y uno de los mineros de Cornwall declaró: ‘que podía ver una vieja pasando un puente levadizo’” (106).

De este modo, el relato incursiona –sin quererlo- en el “tópico de la maravilla”, tan común en las primeras relaciones sobre América, que dan cuenta de esa extrañeza de la mirada que provoca la imponente naturaleza. Esa sugestión de misterio se hace presente a través de creencias lugareñas como la que el mismo Head relata: “Después de subir un cerro pequeño, pero muy escarpado, llegamos a un rellanito plano, el sitio de aspecto más espantoso que he visto. Pregunté al peón qué significaba la cruz de madera que teníamos por delante. Después de mirar por arriba de los hombros, me dijo que este sitio durante muchos años fue frecuentado por el ánima de un hombre en forma de mula, que solía aterrorizar a todos los arrieros y peones que pasaban y que ellos, por tanto, se habían visto absolutamente obligados a traer un sacerdote para erigir la cruz” (112).

Cabe acotar que la leyenda de la “Mulánima” o “Almamula” tiene una gran difusión en la zona norte de nuestro país, pero hace más bien referencia a una mujer que por sus pecados recibió de Dios el castigo de convertirse en un animal de color gris, que vaga por toda la eternidad arrastrando pesadas cadenas. Se la teme ya que puede matar con sus coces a quien la encuentre de noche en el monte, que recorre dando alaridos de dolor que hielan la sangre de quien los escucha. Se dice además que sus ojos y boca despiden fuego. La incorporación de esta creencia al sustrato legendario de la zona cordillerana opera la trasmutación de la mujer en un arriero, de algún modo inseparablemente unido a la cabalgadura que tantas veces montó en sus travesías cordilleranas. Se anuda asimismo con las supersticiones populares en torno a las ánimas que penan por haber sufrido muerte violenta. El viajero inglés, al describir la cruz de madera por él divisada, recoge la explicación de un peón, en el sentido de que el recordatorio había sido puesto allí “por dos arrieros en conmemoración del asesinato de un amigo” (114).

Son muchos los relatos interesantes que Francis Bond Head recoge de labios de arrieros o de otros viajeros que lo acompañan en su travesía; solo citaré uno, que corresponde a su segundo viaje. Cito la transcripción que del episodio en cuestión hace Teresa Giamportone, subtitulándolo como “Relato fabuloso de un peón sobre los cóndores”: “Llegué a Mendoza y me metí en cama. Me despertó un compañero que llegó; me dijo que al ver los cóndores en el aire y sabiendo que algunos estrían hartos, también se había acercado al caballo muerto, y como una de estas aves huyó cincuenta yardas sin poder proseguir, se le acercó, y luego, saltando del caballo, lo agarró del pescuezo. La contienda fue extraordinaria y el encuentro inesperado. No puede imaginarse dos animales con menos probabilidades de encontrarse que un minero cornuallés y un cóndor, y pocos calculaban […] que ambos se encontrarían para luchar a brazo partido en la ancha llanura desierta de Villavicencio” (Giamportone, 88).

Las alternativas de tan singular lucha son presentadas con vivacidad no exenta de humor: “Mi compañero decía que en su vida había tenido batalla parecida; que ponía la rodilla en el pecho del ave y trataba con todas sus fuerzas de torcerle el pescuezo, pero que el cóndor, no accediendo a esto, luchaba violentamente, y que también, como varios otros volaban cerca de su cabeza, temía que lo atacasen. Decía que, por fin, consiguió matar a su antagonista, y con gran orgullo enseñaba las grandes plumas de las alas; pero cuando llegó el tercer jinete, nos dijo que habían encontrado al cóndor en la senda, pero no del todo muerto” (Giamportone, 88).

Anécdotas como esta matizan la narración de Francis Bond Head y agregan interés literario a un género en cierto modo bifronte, como es el relato de viajes. Este militar y empresario de Edimburgo vino a las Provincias del Río de la Plata para hacerse cargo de una compañía cuyo objeto era inspeccionar y, eventualmente, explotar minas de oro y plata en la cordillera de los Andes. A pesar del fracaso de la empresa, pervive su obra, en la que la exactitud del dato convive con esa sugestión de misterio que intenté rescatar a través de los fragmentos citados.

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