Mendoza a través de la mirada de los extranjeros: Francis Bond Head y sus notas de viaje - 1° parte

Después de analizar los escritos de Proctor, Marta Castellino nos lleva a los textos de otro foráneo que pasó por nuestra provincia en el siglo XIX y que dejó asentadas sus impresiones de esa incipiente ciudad y de la cordillera.

Mendoza a través de la mirada de los extranjeros: Francis Bond Head y sus notas de viaje - 1° parte
Los viajeros que pasaron por Mendoza en el siglo XIX dan cuenta de su paisaje urbano y de las costumbres de la época.

Por lo general, la percepción positiva de lo urbano se atribuye a los viajeros, usuarios de los recursos descriptivos que, al menos en la Edad Media, se ciñen al tópico de la descriptio urbis, aderezado a veces con anécdotas que sitúan el cuadro de la ciudad en la circunstancia personal del viajero. Este, conocedor superficial de lo urbano, visitador sin lazos afectivos ni raíces, usa generalmente la enciclopedia personal para situar al lector frente a la descripción de una “nueva” ciudad […] bien añadiendo […] su aportación personal, y la comparación con una ciudad emblemática como elementos de referencia.

Eugenia Popeanga Chelaru

La Doctora Teresa Giamportone, experta en el campo de los estudios de historia regional, ha dedicado varios y documentados trabajos al comentario de la obra de los viajeros que pasaron por Mendoza, tanto ingleses como franceses. Estos aportes se incluyen en una colección titulada Viajeros por América, y en cada caso se hace una somera presentación de la obra estudiada y también una semblanza de su autor. A continuación, la investigadora transcribe algunos de los pasajes más significativos referidos a Mendoza, agrupados según el esquema que ya mencionamos en notas anteriores.

Estas descripciones de los viajeros se incluyen en una larga tradición retórica, según la cual el tópico de la laus urbis, íntimamente vinculado al recurso de la descriptio incluye una serie de figuras de estilo de uso frecuente en este tipo de textos; así por ejemplo, la figura de la amplificatio, que enumera y detalla todos aquellos elementos no esenciales para la trama, pero que contribuyen a realzar el sentido y el valor de lo expuesto. Se opone así a la abreviatio o sumario, que pasa por alto los detalles para no dar impresión de monotonía.

Según el estilo de cada uno de los viajeros estudiados prevalece uno u otro procedimiento; sin embargo, en casi todos ellos se perfila una serie de tópicos –más o menos desarrollados- que incluye la visión de las casas bajas, chatas, pero rodeadas de jardines y huertos que encuentran su razón de ser en las acequias y canales que atraviesan regularmente el ejido urbano. También es referencia reiterada la descripción de la Alameda y de las actividades de esparcimiento que la población realiza en ella.

Respecto de los habitantes, además de la mención de ciertas enfermedades endémicas que algunos denominan correctamente “bocio” y otros “paperas” y que en ambos casos se atribuyen al consumo de agua fría de la cordillera, se destaca su cortesía pero también su indolencia. Salvo alguna voz discordante, todos los viajeros atesoran un buen recuerdo de la ciudad, sobre todo aquellos que, viniendo desde el este, han debido atravesar la dilatada soledad de la pampa.

Sin embargo, es el cruce de la cordillera lo que genera especial atracción en el extranjero, que no escatima la confesión de las impresiones causadas por la naturaleza: sea el sentimiento de lo sublime que provoca su majestuosidad, sea el sentimiento de temor que esta travesía provoca en los ánimos.

De entre todos estos testimonios, quiero rescatar el del capitán Francis Bond Head (1793 -1879), cuya semblanza Giamportone traza en el tomo II de Viajeros ingleses en Mendoza; allí se señala que en su juventud ingresó a la Academia Militar, de donde egresó en 1811 con el grado de Subteniente de Tropa de Ingenieros. Fue destinado primero a Malta, luego a Gibraltar y a Grecia. Participó en las luchas contra Napoleón Bonaparte. En 1825 alcanzó el grado de capitán dentro del Cuerpo de Ingenieros. Fue director de la Compañía Minera Río de La Plata, constituida con el fin de explotar la incipiente industria minera en estas tierras, motivo por el cual recorrió varias veces el territorio argentino y chileno, dejando testimonio de estos itinerarios en varios libros. Ocupó altos cargos en el ejército y administración del imperio británico y dedicó su vida a viajar, hasta su fallecimiento.

Sus impresiones sobre Mendoza se encuentran contenidas en Las Pampas y Los Andes; notas de viaje (1926), que incluyen dos travesías por el macizo andino, realizadas con la intención de promover inversiones de capitales británicos en empresas mineras locales. Y he elegido a este “descriptor” del paisaje cordillerano porque es quizás uno de los que más se explaya en las resonancias afectivas, tanto positivas como negativas que la contemplación de la naturaleza le provoca, en descripciones no carentes de mérito literario.

En primer lugar, recurre al consagrado tópico descriptivo de “las pampas” como mar, ya adelantado por alguno de los cronistas del siglo XVII (Diego de Ovalle, que las presenta como “llanadas escombradas y tan dilatadas que no halla término a la vista, a la manera que se experimenta en el mar”), y que consagra Esteban Echeverría en su poema La cautiva. Así, Head –una vez alcanzada la cima del Paramillo- habla de “una vasta extensión de lo que primero se asemeja mucho al océano, pero que uno pronto reconoce ser las dilatadas llanuras de Mendoza y las Pampas” (1920: 99).

En ocasiones, la percepción se da envuelta en un aura de misterio que propicia la reflexión: “El vapor natural de la tierra cúbrela con una nube vaga; lugares de que uno había oído hablar como puntos importantes se pierden en el espacio, y las esperanzas, y pasiones, y existencia de la humanidad se sepultan en la atmósfera que los soporta” (99).

Lo propiamente descriptivo puede asumir una apariencia sublime rayana con lo sobrecogedor como ya se ha dicho reiteradamente: “la nieve nos circundaba y los caracteres del espectáculo eran tan grandiosos que no se podía menos de reflexionar sobre la situación de muchos viajeros que en esta parte de los Andes han sido sorprendidos por el temporal y perecido” (110-111). Pero en todo caso, siempre resalta la áspera belleza de lo contemplado: “Cuando estaba acostado de espaldas en el suelo, los objetos a mi derredor se hacían gradualmente oscuros mientras el sol todavía doraba la cresta de las montañas más altas, y daba brillo centelleante a la nieve, que desaparecía con la luz. La escena ofrecía mil bellos cambiantes, pero cuando se sumergió en completa oscuridad, salvo el perfil atrevido que descansaba en el firmamento, pareció más bella todavía” (104).

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